Frente a la supuesta inviable, por costosa, fusión entre ambas que hubiera resultado en una potente entidad con claras posibilidades de competir de manera destacada en el mercado financiero español se defendió -sin jamás concretar cifras- las bondades de las decisiones adoptadas para ceder el poder a Asturias y Madrid.
Decisiones no explicadas hasta el momento y tomadas por un grupo reducido de personas en cada caja sin conocimiento alguno de los órganos de gobierno, ni de los gestores de la Generalitat, hasta que fueron inevitables como mostraron los vaivenes de la CAM el pasado julio y el acuerdo de la Conselleria de Economía con cada opción que se hacía pública.
Ahora, cuando se empiezan a hablar de los trabajadores y oficinas sobrantes se hace evidente que los costes laborales van a ser elevados. Y lo que es peor, que muchos de los cuadros medios de CAM y Bancaja van a tener que abandonar la Comunidad Valenciana si quieren mantener su puesto de trabajo con la sangría de capital humano que ello supone.
Lo más significativo es que nadie haya reflexionado en público, única forma de hacer partícipes a los conciudadanos, sobre qué se puede hacer colectivamente para evitar nuevas pérdidas de poder de esta comunidad invisible en el mapa económico español. Todo un síntoma de que las elites dirigentes no van a ser las que resuelvan los problemas que el avance de la globalización genera a los valencianos. Van a tener que ser éstos los que se organicen presionando sobre ellas si quieren mantener el nivel de vida alcanzado.
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