Mª Teresa Sanchis es profesora del
Departamento de Análisis Económico
de la Universidad de Valencia
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VALENCIA. Las nuevas tecnologías nos acompañan desde que nos levantamos hasta que nos acostamos. Cada mañana, nuestro teléfono móvil nos despierta, informándonos del estado del tiempo y de las carreteras. Probablemente mientras desayunemos, la Tablet nos de acceso a las últimas noticias o hacer un repaso rápido a los e-mails. De camino al trabajo seguiremos conectados: radio, teléfono móvil, GPS... Y en la oficina, el ordenador nos ayudará a procesar más rápido la información y a interactuar con el trabajo o la información generada por otros.
Internet no sólo nos permite ser más eficientes en el trabajo. También reduce nuestros costes de transacción, especialmente en términos de tiempo, al resolver desde estos dispositivos electrónicos cualquier asunto relacionado con nuestro consumo de bienes y servicios. En suma, nos hace la vida más fácil, nos aporta bienestar. Y el avance en este tipo de tecnología promete ser todavía trepidante.
Sin embargo, esta percepción de progreso que tenemos en nuestra vida cotidiana no aparece reflejada con la misma claridad en las cifras macroeconómicas. Ni a través de un aumento de productividad ni mediante la creación de empleo. En lo relativo a la productividad, es lo que los economistas denominan "paradoja de Solow", en referencia a la afirmación hecha por este economista, Nobel en 1987, acerca de que "se puede observar la era de los ordenadores en cualquier parte, salvo en las estadísticas de productividad". Eran los años ochenta en los que se debatía, como hoy, sobre la ralentización del ritmo de crecimiento de las economías desarrolladas.
Una visión optimista
Las razones esgrimidas entonces eran varias. Primero, las nuevas tecnologías tenían todavía un peso muy pequeño en el PIB y en el stock de capital como para reflejar su impacto a nivel macroeconómico. Segundo, había un problema de medición, especialmente en el sector servicios donde el uso de las TIC era más evidente, pues la forma de valorar su output no recogía estas mejoras en eficiencia. Tercero, había un coste en la adaptación de los nuevos sistemas de información a industrias específicas, pues en su desarrollo había que resolver múltiples cuestiones técnicas y de viabilidad económica.
Cuarto, una vez adoptadas las nuevas tecnologías había unos costes de adaptación que podían llevar a una infrautilización de las mismas... Además este tipo de tecnologías presentaban problemas adicionales como su elevado coste de instalación, la rápida obsolescencia técnica del equipo y del software, o, la incompatibilidad de redes y plataformas, que podían retrasar su difusión a lo largo del tejido productivo.
Sin embargo, el crecimiento de la productividad por trabajador en los Estados Unidos se aceleró en la segunda mitad de los 1990, llegando a duplicar las tasas alcanzadas en los veinticinco años precedentes. Ante ello diversos autores concluyeron que en torno a dos terceras partes de este crecimiento era atribuible a las TIC. Pero, en los cinco años posteriores, 2000-2005, el colapso en las "punto.com" y la incertidumbre generada tras el recrudecimiento del terrorismo islámico contrajeron la inversión en nuevas tecnologías.
A pesar de ello, las tasas de crecimiento de la productividad en Estados Unidos se mantuvieron elevadas y la mayor parte de ese avance parece haber estado relacionado con las externalidades derivadas de la inversión en tecnologías de la información de los años previos. Esto llevó a la conclusión de que las TIC, tal y como ocurrió en el pasado con otras tecnologías de alcance general como el vapor o la electricidad, podían tener un impacto elevado sobre la productividad agregada, pero necesitaban un periodo muy amplio para su adaptación y difusión.
Junto a otra más pesimista
Esta visión de una nueva era de progreso técnico que permita vencer el estancamiento y sitúe a las economías avanzadas, de nuevo, en una senda de crecimiento sostenido a largo plazo, no complace a todos los economistas. Existe otra visión más pesimista, según la cual el papel de las TIC como fuente de avance de la productividad es insignificante comparada con el papel de las tecnologías de la Primera y Segunda Revolución Industrial.
La sustitución de energía animal y humana por energía inorgánica, la revolución de los transportes (ferrocarril, canales, navegación a vapor, autopistas), la electrificación, la cadena de montaje y la producción a gran escala, por poner algunos ejemplos, permitieron mejorar de forma más radical las formas de producir y las relaciones económicas, y elevaron las tasas de crecimiento de la productividad entre finales del siglo XIX y 1973.
Desde entonces, la productividad agregada en los países desarrollados, y en especial en Estados Unidos, aunque ha seguido creciendo, lo ha hecho a tasas cada vez más bajas. En palabras de Robert Gordon (2012) en un provocador artículo: "La innovación puede estar topando con la pared de los rendimientos decrecientes". Esta interpretación, cuenta a su favor con la evidencia empírica que representan las tasas de crecimiento del PIB per cápita desde 1750 hasta la actualidad. Las economías desarrolladas siguen creciendo, pero lo hacen, una vez descontado el efecto de la crisis actual, a tasas cada vez más bajas.
La interpretación más optimista y favorable a las TIC sostiene, por el contrario, que éstas necesitan más tiempo para desplegar todo su potencial. La historia nos ha enseñado que las nuevas tecnologías, aunque ahorren trabajo no necesariamente destruyen empleo; lo liberan para el desarrollo de nuevas actividades y la producción de nuevos bienes que mejoren nuestro nivel de vida y de bienestar. Este proceso de cambio estructural no es automático y lleva asociados unos costes de ajuste.
Sin embargo, el hoy parece algo más complejo y menos brillante, especialmente para los países desarrollados donde las TIC interactúan con una nueva oleada globalizadora. Entre los efectos de las TIC estaría una nueva forma de "deslocalización", que no sólo afecta a la producción física de bienes sino también a los servicios. Son las nuevas formas de operar las compañías telefónicas, o la deslocalización de servicios que requieren cierto grado de cualificación como el asesoramiento fiscal, financiero, servicios de radiología, etc...
Las empresas de los países avanzados ganan al poder combinar los salarios más bajos de los países en desarrollo con una sustancial mejora en sus capacidades tecnológicas y en la cualificación de su mano de obra. Pero no es tan obvio que también gane el empleo en los países desarrollados. Porque esto se traduce en una destrucción de puestos de trabajo de cualificación baja o media, y en una polarización de los salarios. Una pirámide laboral con unos pocos, relativamente, trabajadores con salarios muy elevados en la cúspide y millones de trabajadores con empleos de baja cualificación y baja retribución en la base.
La interpretación más pesimista de Gordon y sus seguidores puede ser exagerada. Pero introduce elementos para reflexionar acerca de si la gravedad del desempleo en España no estará relacionada, al menos en parte, con este proceso. Porque ante la nueva combinación entre tecnología y globalización se multiplican los interrogantes sobre la evolución futura del empleo en economías avanzadas de desarrollo intermedio como la español. ¿Dónde, si existen, se localizarán los nuevos filones de creación de empleo? ¿Serán éstos capaces de contrarrestar el hueco provocado por el ahorro de empleos generado por las nuevas tecnologías y la deslocalización? ¿Cómo está afectando, y afectará todo ello, a la estructura salarial y a la distribución de la renta?
Sanchis no lle va tilde en la i final. Se trata de un linaje de origen valenciano cuya pronunciación han deformado incorrectamente desde Madrid y alrededores. Un poquito de por favor.
Negro futuro nos espera si los pesismistas tienen razón. Pero me parece que ya ha habido otras etapas de pesimismo que nunca se han concretado. Y por otro lado, echo en falta, para un texto de una profe de la facultad, que no haya alternativa ninguna o propuestas de solución. Parece ya una especialidad académica en España detectar problemas sin ofrecer soluciones.
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