VALENCIA. Recordando al filosofo griego Esopo (s. VI a.C.), conocido a través de la recopilación de datos y citas del monje benedictino llamado Planudo (s. XIV). Él nos cuenta que nació esclavo de otro filósofo llamado Jantos, que le dio la libertad y viajaron juntos durante años. Quizás por nacer esclavo fue el autor de la celebre frase: "La unión hace la fuerza".
Frase simple, genial y valida para todos los tiempos, incluso en nuestros días. Tanto es así, que si la hubiéramos aplicado con todo su rigor en nuestros planes de internacionalización, nos hubiera conducido, posiblemente, a alcanzar los propósitos de internacionalización de las empresas valencianas, sobre todo para las pymes.
Evidentemente, para alcanzar el éxito, además, hacen falta otras medidas, como la inversión en innovación tecnológica, visión de futuro, etc. Cuando viajo fuera de España, me doy cuenta de los grandes batacazos que nos estamos dando. Nuestras empresas salen en busca de recuperar el mercado aquí perdido y, francamente, resulta penoso ver las condiciones con las que cuentan.
Son, entre otras, falta de criterio y preparación para seleccionar el país objetivo, falta de recursos económicos y financieros, plantillas acomodadas, salarios altos y, en algunos casos, sin el necesario conocimiento del idioma que nos permita desenvolvernos en aquellos países.
Casi todos recordamos la película "The towering inferno", para nosotros "El coloso en llamas", protagonizada por Steve McQueen y Paul Newman. En ella, pudimos ver como, tras el incendio, los huéspedes se precipitan al vacío por la desesperación de no poder hacer nada por sus vidas. España -el coloso- asiste durante estos años, ya cinco o seis, al espectáculo de ver como las empresas españolas -huéspedes- se lanzan al vacío de la internacionalización con improvisación, provocando el suicidio de las mismas, al no tener el apoyo de planes específicos que aporten cobertura a esta nueva aventura empresarial.
Con todo ello, estamos ofreciendo un espectáculo dantesco. Nuestro último suspiro lo guardamos para la internacionalización como si ésta fuera nuestra última oportunidad y, claro, no es fácil acertar y menos improvisando: engaños y robos por los falsos intermediarios, gestores que nos sacan el dinero por obtener cuatro papeles, visados rápidos que nos cuestan un potosí, vuelos caros de hoy para mañana porque no hay programación, avales para presentación de concursos, avales de buena ejecución, y, si te adjudican la obra, ojo, necesitamos financiación.
Por otro lado, casi todas las empresas pertenecemos a asociaciones que, a su vez, pertenecen a federaciones. ¿De que nos han servido si nuestras asociaciones también han reaccionado tarde? Y, de verdad, ¿Estamos unidos? No contentos con la falta de unión entre nosotros, además, nos permitimos el lujo de mantener nuestro orgullo por las alturas y, por si fuera poco, una ciega y desmesurada ambición nos envuelve.
Y tanto es así, que hasta nos cuesta alcanzar alianzas estratégicas para trabajar dentro y fuera de la comunidad valenciana, en el resto de España, y así nos va. Sobre el orgullo, porque un exceso de autoestima nos conduce a pensar que solo nuestras empresas van a deslumbrar en aquellos países. Porque, además, infravaloramos las capacidades de ellos, comportándonos como auténticos colonos horteras.
Ya lo dijo también nuestro invitado Esopo: "Nuestro carácter nos hace meternos en problemas, pero nuestro orgullo es el que nos mantiene en ellos". Sobre la ciega ambición, porque creemos que el mundo es pequeño y que el mercado de los países emergentes (por razones obvias, no podemos ir a otros), se saturará de hoy para mañana. Ridícula creencia digna de gente poco preparada y de escasas miras.
En vez de mirar al frente y estudiar la mejor manera de abordar nuestro objetivo, nos dedicamos a mirar a derecha e izquierda como si el resto de empresas estuvieran al acecho de copiar o piratear, tanto nuestros grandilocuentes know how, como a nuestros socios locales ya contrastados. Amen del episodio épico de llegar a un acuerdo de porcentajes de participación en la futura empresa, donde todos quieren hacer valer las virtudes de sus empresas (recursos, presencia en el país, contactos, etc.) frente a las demás.
La unión de las empresas a través de consorcios, Utes y otras formas jurídicas ofrecen la posibilidad de enfrentarse a estos mercados internacionales de manera óptima, pues se suman los recursos económicos, humanos y curriculares que afianzan las posibilidades de tener la fuerza necesaria para el éxito en la aventura empresarial internacional. Con ello, debemos de pensar que nunca es tarde. Empecemos por cantar el mea culpa, mea máxima culpa.
Después, pongámonos a trabajar en la dirección que marca el sentido común y, ante todo, sumemos nuestras fuerzas. Y, si no, siempre nos quedara aquel camino que responde a nuestro carácter latino, como es el de: por mis narices, aquel de la furia española, quizás heredado del general cartaginés Aníbal que, en el año 219 a.C., tomó Sagunto en la II Guerra Púnica, con la celebre frase: "Hallaré un camino y me lo abriré".
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Sánchez Coderch es empresario
Suscribo todo lo que dice.
Enhorabuena, Jose Vicente. Si todos lo tuvieran tan claro, "otro gallo nos cantaría". De incautos está lleno el mundo, pero en el caso de España parece que lo llevamos en los genes. Desde luego, intentar cosas nuevas es una obligación en la situación actual. Así no podemos seguir, alimentando a la principal macro-empresa española: el INEM...
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