VALENCIA. La situación de España, económica y política, ha empeorado considerablemente en las últimas semanas. Con la prima de riesgo desbocada y sin liquidez, España ha tenido que aceptar el rescate bancario ofrecido por la UE. Pero las dudas sobre este rescate, unidas al lamentable espectáculo que, una semana más, nos ha dado el presidente del Gobierno en materia de comunicación con medios y ciudadanos, han generado una reacción adversa de los mercados, culminada en el descenso en la calificación de la deuda española por parte de Moody's.
Es verdad que los mercados comienzan a parecerse a los periodistas que tanto criticaban a Louis Van Gaal cuando era entrenador del Barcelona ("siempre negativo, nunca positivo"); pero criticar su falta de, digamos, "empatía" con España no cambiará los hechos: la situación española es muy grave, y comienza a evidenciarse que el Gobierno, y particularmente su presidente, parece superado por los acontecimientos.
Es en estos momentos de tribulación cuando, al principio con suma cautela, Joaquín Almunia, vicepresidente de la Comisión Europea y comisario de la Competencia, ha comenzado a dejarse ver por España. Haciendo declaraciones, participando en actos públicos, reuniéndose con representantes de la clase política, el empresariado y la sociedad civil... hasta llegar a su encuentro con el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, el pasado viernes.
Este protagonismo de Almunia es, en parte, normal: muchas de las cuestiones europeas que nos afectan pasan por sus manos. Pero llama la atención la recurrencia de sus apariciones públicas y, sobre todo, el cariz de algunas de sus declaraciones, como su anuncio de que uno de los tres bancos nacionalizados no será salvado por el Gobierno, o el dato de que los intereses del rescate bancario computarán en el déficit español. Cuestiones en las que Almunia parece corregir al Gobierno, con el agravante de que los hechos le acaben dando la razón a él, y no al Gobierno.
Un histórico del felipismo con "mirada limpia"
Joaquín Almunia ha estado alejado de España en los últimos años, pero hasta el año 2000 fue una figura omnipresente en la política española. Ministro en sucesivos Gobiernos de Felipe González desde 1982, es el propio González quien le propuso como su sucesor, como secretario general del PSOE, en el Congreso Federal de 1997.
Almunia llega a un PSOE que acaba de perder el poder en la "dulce derrota" de 1996. Un partido que no ha sabido amoldarse a la oposición y que vive eternamente bajo la sombra del líder indiscutible: Felipe González, tan carismático como erosionado ante una parte de la opinión pública. Ese es, precisamente, el principal problema de Almunia: que todo el mundo, como es lógico, ve en él a un mero continuador del felipismo. Un administrador de su legado. Más de lo mismo, en suma.
Por eso, para legitimar su mandato al frente del PSOE, Almunia se saca de la manga la idea de que el candidato a la presidencia del Gobierno surja de unas elecciones primarias abiertas a la militancia, que se celebran en 1998. Frente a Almunia se presenta Josep Borrell, que años después sería presidente del Parlamento Europeo. La campaña concita el interés de los medios de comunicación y del público, y constituye un encomiable ejemplo de democratización interna, casi insólito hasta ese momento en un partido mayoritario.
Todo sale a pedir de boca, salvo un detalle menor: Almunia pierde frente a Borrell. Pierde a pesar de contar con el apoyo del "aparato" del PSOE y, por supuesto, de Felipe González, que publica el mismo día de las primarias un artículo en el diario El País pidiendo el voto por Almunia. ¿La razón? Según González, "Joaquín tiene la mirada limpia".
Almunia pierde a pesar de sus apoyos... O, quizás, a causa de ellos. Borrell juega bien la carta del outsider y logra ilusionar a la militancia. Así que el PSOE abre una etapa de bicefalia, con Borrell como candidato y Almunia como secretario general. El invento no funciona y finaliza un año después merced a la dimisión de Borrell por un escándalo que afectaba a su exmujer (escándalo más o menos "fabricado" por el diario El País, fiel adláter del felipismo y, por tanto, de Almunia).
Ante esta situación, Almunia se convierte en candidato del PSOE a la Presidencia del Gobierno para las Elecciones Generales de 2000. El perdedor de las primarias se convierte en aspirante al triunfo: una mala carta de presentación, empeorada aún más con una nueva idea de Almunia: forjar un pacto de Gobierno con Izquierda Unida, dirigida entonces por Francisco Frutos merced a los problemas de salud de Julio Anguita. Un pacto que no se traducirá en una mejora de expectativas electorales, sino más bien al contrario: el PP consigue mayoría absoluta, mientras el PSOE desciende a los infiernos de los 125 diputados. Un resultado sólo "superado" en la Transición política y, más recientemente, en las Elecciones Generales de 2011, con otro histórico del felipismo, Alfredo Pérez Rubalcaba, al frente.
Ante la debacle, Almunia vuelve a sorprender, haciendo algo increíble en la política española: dimite. Presenta la dimisión, irrevocable, en la misma noche electoral. Un gesto de dignidad personal que hay que reconocerle, así como cabe reconocerle también que sus errores -si atendemos al resultado-, como las primarias o el pacto con IU, como mínimo mostraron vocación de democratizar el PSOE y darle un viraje hacia la izquierda.
Pero, sea como fuere, Almunia, en marzo de 2000, parece totalmente amortizado para la política española: ha perdido dos veces seguidas (primarias y Elecciones Generales). Y eso, que para otros, como el actual presidente del Gobierno, es una inmejorable carta de presentación, parece una losa demasiado pesada.
La reinvención de Almunia en la Unión Europea
Almunia se va a su casa... Y reaparece, cuatro años después, como comisario europeo de Asuntos Económicos, puesto en el que sustituye al también socialista Pedro Solbes, nombrado vicepresidente económico por parte del recién llegado presidente Rodríguez Zapatero. Almunia permanece seis años en el cargo, y allí se gana, en general, una buena fama de hombre conciliador y sensato. En 2010, y en premio a sus desvelos, asciende a vicepresidente de la Comisión Europea.
Durante todos estos años, en los que en España habrá gobiernos socialistas, la presencia pública de Almunia en España es más bien marginal. También es cierto que al principio, cuando las cosas iban bien y la burbuja inmobiliaria no paraba de crecer, su presencia no parecía tan necesaria (y, sin embargo, lo habría sido, por ejemplo para prevenir a tiempo el estallido de la burbuja). En los últimos años de Zapatero, con la crisis desatada y destruyendo puestos de trabajo, Almunia permanece, en general, en segundo plano.
¿Del "dedazo" de Felipe al "dedazo" de Bruselas?
Sin embargo, y como ya se ha dicho, la incidencia de Almunia en el debate público español, a propósito de la crisis económica y las medidas para atajarla, se ha acrecentado singularmente en las últimas fechas. Almunia se ha convertido en una especie de foco alternativo al del Gobierno, enmendándole la plana en ocasiones y proporcionando informaciones antes de que lo haga el Gobierno. Razones por las cuales algunas voces, desde el PP, han pedido su dimisión.
Sin embargo, la dimisión de Almunia no depende del Gobierno español. La pregunta que cabría hacerse, llegados a este punto, es si lo contrario es cierto. Esto es, si la dimisión del Gobierno español depende de Almunia. Es decir, de Bruselas. Porque ya ha quedado claro, y el mismo Rajoy lo dijo, que el presidente del Gobierno hará todo lo que esté en su mano para impedir una intervención completa (no sólo del sector bancario) de España, o algo aún peor. Y eso significa hacer casi todo lo que le digan desde la troika. Pero quizás no todo. Y, por otra parte, aunque haga todo lo que le digan, no está nada claro que sepa hacerlo bien. No todos han sido llamados por el virtuoso camino de la tecnocracia. Y las sorprendentes comparecencias de Rajoy, sacando pecho por haber pedido el rescate, no ayudan.
La idea parece remota, pero recordemos lo que pasó con Berlusconi, sustituido por Monti tras un golpe de mano de la UE que fue un clarísimo atentado a la soberanía italiana (por muy impresentable que nos parezca Berlusconi). Y, si bien es obvio que comparar a Berlusconi con Rajoy parece un ejercicio de surrealismo, hacer lo propio con Monti y Almunia (ambos, comisarios europeos) no lo es tanto.
Si se intenta colocar a un tecnócrata al frente de España, Almunia es uno de los mejor posicionados (otro de los posibles candidatos hasta hace no tanto tiempo, Rodrigo Rato, ya saben cómo acabó). Otra cosa es que sea como sustituto de Rajoy, es decir, como presidente del Gobierno. La legislación española, que exige que el presidente del Gobierno sea diputado, lo impediría. Pero nada impide que Almunia supervise la situación desde una posición de privilegio, designado por la troika, que para algo es quien paga. Por si acaso, Almunia se va tomando las medidas para hacerse un traje negro...
#prayfor... Fusionar autonomías
El pasado jueves, una sorprendente noticia recorrió Twitter como la pólvora. UPyD La Rioja proponía una excéntrica fusión de tres comunidades autónomas (Navarra, La Rioja y Aragón) para ahorrar gastos y alcanzar un tamaño competitivo. La iniciativa, que incluso llegó a tener nombre ("Ebro Región"), fue rápidamente desmentida por la dirección de UPyD, aunque no antes de que los tuiteros dieran rienda suelta a su inventiva. Después de todo, si es factible fusionar tres CCAA en una, ¿por qué no ir un poco más allá?
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Guillermo López es profesor titular de Periodismo en la Universitat de València
Pues a mí que me gustan mucho más Manuel Marín y Josep Borrell... y si nos lo envían de Bruselas, pues bueno, Javier Solana o Joaquín Almunia tampoco están mal. Precisamente mis dos candidatos favoritos, esos empollones sabihondos, uno de derecho y el otro ¡de ciencias! no serían tan obedientes y buenecicos como Almunia o Solana. Por eso no los veremos en la Moncloa, me temo. Aunque yo prefiero seguir votando, a pesar de que salga un 'presi' como el del Botones Sacarino, el chico este de Pontevedra.
conchas! lo que no consiguió Alfonso I el Batallador lo van a conseguir ahora los de upyd. para que luego digan que no hay imaginación. si esto mismo lo pide Mas con Valencia y Baleares, tenemos los tanques en la calle al minuto siguiente.
Hola, Guillermo: tiene usted razón, no es preciso ser diputado. Error mío. En cuanto al perfil en sí, la verdad es que no pretende, en absoluto, deslegitimar la figura de Almunia. Tampoco sé, en cualquier caso, porqué debería ser su condición de Secretario General del PSOE un motivo para elogiarle, a él o a cualquier otro.
Dejo de lado que, seguramente, el artículo tiene la finalidad de "hacerle el favor" para que no sea necesario que el propio Almunia se descarte como "candidato"; si no es así, no se entiende el currículo que se hace del que fue Secretario General del PSOE y, a lo visto, un perverso felipista. Sólo quiero hacer notar que la "legislación española" hasta donde yo conozco no requiere que el candidato a la presidencia del gobierno sea diputado. Según el artículo 11 de la Ley del Gobierno, Almunia podría ser perfectamente elegido Presidente del Gobierno (de España, como ahora se dice) por el Congreso de los Diputados. Quizá Hernando, Feijoo e Itugaiz estuvieran pensando en esa posibilidad cuando pidieron la dimisión de Almunia, ya que efectivamente no se puede ser Comisario y Vicepresidente de la Comisión Europea y, al tiempo, presidente del Gobierno
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