MADRID. Hace nueve días celebramos elecciones en nuestro país, con un giro importante en el poder, mientras que en los días anteriores a las mismas algunos analistas comentaban sobre lo que pasaría después de ellas, cuando se confirmara la victoria del Partido Popular. Éstos vaticinaban que los mercados bursátiles reaccionarían al alza, la deuda española dejaría de caer, la ya manoseada y casi antipática prima de riesgos se estrecharía y el euro se fortalecería. Total: un escenario de normalización, casi idílico que vendría de la mano de los que vienen a salvar al país. Sin embargo, sólamente han acertado en lo primero: en la victoria del PP.
Mi respuesta es muy clara y lleva una deducción con ella. Nada iba a ocurrir en el mercado como consecuencia de las elecciones en España, ganara quien ganara o perdiera quien perdiera. Y la deducción era clara: quienes así lo planteaba no eran analistas de la economía sino interesados en aportar votos al Partido Popular, aunque como hemos podido darnos cuenta, no les ha hecho demasiada falta.
El PP -con Mariano Rajoy al frente- arrasó en toda España y el nuevo Ejecutivo va a poder gobernar sin frenos ni cortapisas. Sin embargo, la rentabilidad del bono de 10 años en España no mejora, las bolsas siguen abriendo a la baja -salvo el rebote de ayer- y el euro en su cotización contra el dólar llegaba hasta los niveles mínimos vistos en estos últimos días de máxima tensión en los mercados y se prepara para romper el soporte de 1,34 unidades y encaminarse hacia 1,30.
Cualquiera que venga siguiendo la evolución de la economía -y más concretamente los mercados financieros en estos últimos meses tan agitados-, sabe con certeza que los movimientos de los activos financieros que están produciéndose en Europa- los más preocupantes son los de desinversión en deuda periférica- no dependen de las actuaciones de los Gobiernos de turno de las naciones con problemas.
La evidencia ya la tuvimos con el cambio de gobierno en Grecia y posteriormente con el de Italia. En ambos casos se sustituyeron Gobiernos elegidos en las urnas por equipos de tecnócratas, de expertos en economía con un prestigio muy alto, sobre los que nadie tendrían ninguna duda de su experiencia y de su sabiduría en los temas que nos preocupan. Independientemente de que estemos o no de acuerdo desde una perspectiva puramente técnica en su manera de abordar la crisis. Sin embargo, las tensiones lejos de aliviarse se intensificaron.
La explicación es sencilla: El problema de Europa no es la insolvencia, el problema de Europa es existencial. Y claro, para solucionarlo no se necesitan grandes economistas, se necesitan filósofos y psicólogos, expertos en pensamiento y en relaciones humanas que sean capaces de influir en los políticos para que reaccionen y se den cuenta que, de seguir de esta manera, el proyecto Europa desaparecerá.
Europa carece en estos momentos de voluntad política de unidad -mal del que adolece principalmente Alemania y del que se había contagiado Francia-, pero que tras el ataque a la su deuda y las amenazas de rebaja de calificación por la cada vez menos querida y admirada agencia de ratings S&P parece haberse curado y ha vuelto al redil solidarizándose con los damnificados del sur de Europa.
Mientras sigan centrando la atención de los inversores las reuniones de Merkel y Sarkozy, mientras no se llegue a una verdadera unidad de criterio y de proyecto sobre el funcionamiento de Europa, mientras que el país más grande y más poderoso económicamente de la Eurozona siga transmitiendo a los que tienen dinero para invertirlo en deuda que no se fía de sus compañeros de viaje y que posiblemente no les preste ayuda cuando lo necesiten, difícilmente van a prestarle los que ni siquiera los conocen.
Claro está, ante esta tremenda y preocupante situación ¿ a quién le preocupa el partido que gane las elecciones en España? El Partido Socialista ya cumplió a rajatabla todas y cada una de las indicaciones de la UE para reducir el déficit, sacrificando sus ideales y decepcionando a una gran parte de sus votantes, y el Partido Popular lo que va a hacer es un poco más de lo mismo, quizás dando una vuelta más a la dolorosa tuerca de los recortes para intentar conseguir el difícil objetivo de reducción de déficit fiscal hasta el 4,4%.
Nos guste o no, no somos el centro del mundo, ni siquiera de Europa. Nos guste o no, no tenemos autonomía para llevar a cabo políticas monetarias, políticas de tipos de cambios y ahora tampoco políticas fiscales diferentes. Y sin eso da igual quien gobierne. Si las elecciones fueran las alemanas, otro gallo contaría. En la Unión Europea se habla alemán.
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* Miguel Ángel Rodríguez es analista asociado de XTB
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