VALENCIA. Por muy mal que vayan las cosas todo es susceptible de empeorar. Que nos lo pregunten a los valencianos, que vivimos en una espiral de malas noticias sobre nuestra economía desde hace demasiados meses. Tanto que nos hemos convertido en el ejemplo negativo de todos los males: de los excesos del ladrillo a la crisis de los bancos, del derroche de dinero público a la deuda disparada, de las altas cifras de parados a los imparables concursos de acreedores. Si a lo que aspirábamos era 'salir en el mapa', lo hemos conseguido.
No es plato de buen gusto sentirse señalado, pero habrá que reconocer que nos lo hemos ganado a pulso. Son las consecuencias de haber presumido de logros que, ya con suficiente perspectiva, se ha demostrado que no lo son. Es evidente que la responsabilidad de esta situación se puede acotar. Y así debe hacerse, aunque sea un magro consuelo cuando las consecuencias las tenemos que pagar todos.
Cuando los valencianos, liderados por la clase política y empresarial, decidimos dedicar nuestros mejores esfuerzos a una teoría económica según la cual podríamos vivir de la pasión por el espectáculo, estábamos escribiendo nuestro amargo presente. Así, se destinaron ingentes cantidades de dinero público a construir parques de atracciones y otros carísimos recintos de ocio. Nos encandilamos con grandes eventos que nos hacían famosos en el mundo sin mirar el precio. Y fiamos nuestro desarrollo económico a una presunta propensión irrefrenable de alemanes o ingleses a comprar casas en nuestra costa.
El despertar de ese sueño no pudo ser más brusco. Comenzó incluso antes de que explotara la burbuja inmobiliaria. El monocultivo del ladrillo se llevó por delante a empresas de sectores manufactureros para las que no había financiación, ya que la rentabilidad de la promoción de viviendas deslumbraba a las entidades financieras y a muchos empresarios, incapaces de no caer en la tentación de especular con campos de naranjos que cotizaban a precios de despropósito afianzados por expectativas.
Las siguientes fueron las inmobiliarias, enfrascadas en megaproyectos urbanísticos dibujados al calor de recalificaciones de un suelo que multiplicaba su precio casi por arte de magia y que sirvió de aval para endeudarse hasta límites insostenibles. Un apalancamiento al que los bancos contribuyeron con avidez, buscando recursos allá donde fuese necesario, ya que los ahorros de sus clientes no daban para tanto crédito como otorgaban. Y en buena lógica económica, la crisis acabó alcanzándoles.
Igual que los valencianos lideramos el boom inmobiliario ahora sufrimos en primera línea los efectos de su colapso que se ha llevado por delante a buena parte del tejido productivo y, mención especial merece, al sistema financiero local. Resulta difícil abstraerse a la sensación de que durante toda una década construimos una inmensa cáscara de huevo que, al romperse, ha desvelado que en su interior no había nada sobre lo que retomar el crecimiento más allá de la construcción.
Ante la gravedad de la situación económica de la Comunitat Valenciana cabe preguntarse cómo hubieran sido de diferentes las cosas para nuestro tejido empresarial si Bancaja, CAM y Banco de Valencia no hubieran destinado más de 100.000 millones de euros en préstamos vinculados al ladrillo, según los datos del riesgo vivo que figura en las cuentas de las tres entidades a 31 de diciembre.
Y aunque no hay una respuesta para esa pregunta lo que si son palpables son las consecuencias. Por una parte, la desaparición del sistema financiero local, con CAM y Banco de Valencia intervenidos por el Banco de España y Bancaja diluida en Banco Financiero y de Ahorros-Bankia, entidad en la que Caja Madrid tiene el poder absoluto. Los efectos de la pérdida de las dos grandes cajas de ahorros valencianas y del histórico banco ya se pueden mesurar. Conseguir financiación, más en esta época de sequía, se ha convertido en una tarea ingente en la que la proximidad o el compromiso territorial no juegan ningún papel.
Por otra, la ausencia de un tejido empresarial capaz de generar una actividad económica de largo recorrido en sectores industriales o innovadores, opciones a las que no destinó la inversión necesaria cuando el dinero fluía con cierta normalidad. Con el agravante de la pérdida de control, la amenza de marcha o el recorte presupuestario en empresas punteras como Ribera Salud, Air Nostrum o el Centro de Investigación Príncipe Felipe, por poner tres ejemplos recientes.
La necesidad de afrontar esta realidad y plantear un modelo sobre el que sentar las bases del futuro económico de la Comunitat Valenciana se antoja urgente.
CAIXA DE GROS
Respecto a la Generalitat Valenciana, cuyos excesos en el gasto público pagaremos durante décadas, hay que fijar la atención en un elemento que será decisivo para su futuro económico más inmediato. Se trata de la emisión de bonos patrióticos que se lanzó la semana pasada. Colocar al menos 1.800 millones de euros entre inversores minoristas es vital. Del éxito de esta emisión depende el cumplimiento de ineludibles compromisos financieros de Gobierno valenciano.
No se trata ya de pagar a los proveedores. Lo que está en juego es poder hacer frente al vencimiento (e intereses) de los 1.500 millones colocados en bonos hace un año. El Consell está desplegando toda su capacidad de influencia para conseguir que los pequeños ahorradores le dejen su dinero, para lo cual se está apelando, más allá de la rentabilidad de la inversión, incluso al patriotismo.
Un llamamiento que ganaría fuerza y credibilidad si fuera acompañado de medidas drásticas de recorte de gasto superfluo en la administración pública. Porque resulta cuanto menos chocante que se pida a los ciudadanos que le dejen su dinero para capear la crisis mientras se mantienen compromisos tan fuera de lugar como el multimillonario canon de la Fórmula 1. Es hora de prioridades y de tomar decisiones.
CAIXA DE MENUT
Para finales de esta semana está previsto que el Fondo de Reestructuración Ordenada Bancaria (FROB) tome una decisión sobre la subasta de la CAM. Tiene mala pinta. La espantada de la gran banca española en la puja, dejando solo al Sabadell como interesado, ha roto las previsiones del Estado.
Habrá que ver si finalmente el FROB se decanta por entregar la caja al banco catalán u opta por seguir controlándola, opción esta última que tendría como consecuencia prácticamente segura el ‘troceo' de CAM para venderla mejor.
Una decisión que se deberá seguir de cerca en el entorno del Banco de Valencia. Aunque el proceso de intervención de la histórica entidad acaba de empezar y su subasta se retrasará varios meses, como les decía al principio todo es susceptible de empeorar.
Mucho que explicar hay en todo esto. El perjuicio de unos nunca puede ser la alegría de otros, y si lo fuera, probablemente sería delito o como mínimo , envidia. La envidia revela una personalidad enferma, pero si existe enriquecimiento injusto de alguien la justicia debería ser la que actuara de inmediato y, sobre todo, con rapidez.
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