Llevo varios días leyendo con mucho interés el último libro de Víctor Pérez-Díaz, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y autor de varios y acertados análisis recientes, sobre el sistema educativo español. Se titula 'Universidad, ciudadanos y nómadas' (Ediciones Nobel, 2010) y acaba de ganar la última edición del prestigioso "Premio Internacional de Ensayo Jovellanos". De la perspicaz visión de Pérez-Díaz sobre la Universidad actual, me fijo y tomo prestado el binomio que el autor usa para explicar las diferencias entre aquellas universidades del mundo -las norteamericanas- que representan la excelencia y todas aquellas -el resto- que el autor identifica con la normalidad, no en el sentido de la "norma del ideal", sino en el sentido de la "norma de lo más frecuente". Para Pérez-Díaz, los factores que han propiciado la excelencia de la universidad americana y, por contraste, la no excelencia de las universidades europeas (entre ellas las españolas), serían dos fundamentalmente: uno institucional y otro cultural.
Respecto al primero, argumenta el autor que en el marco institucional estadounidense, la autonomía de las universidades ha sido siempre mayor que en el caso español o europeo, donde ha prevalecido una situación de más dependencia respecto a la intervención y los presupuestos del Estado. A nivel cultural, en España sufrimos ahora, concluye el autor, las consecuencias a largo plazo de un proceso de alfabetización y escolarización secundaria muy retardado, que afectaría a esas familias de clase media de donde proceden muchos estudiantes y al deficiente nivel cultural de los institutos por donde han pasado esos mismos alumnos, muchos de los cuales llegan a la Universidad sin ninguna motivación especial, pasando a integrar esa generación de lo Pérez-Díaz llama "universitarios transeúntes": gente sin vocación conocida que pasa sin pena ni gloria por una Universidad que no deja en ellos ningún sentimiento de gratitud o compromiso, ninguna huella reseñable en su formación como ciudadanos críticos.
La Universidad de Valencia: en busca de la excelencia perdida
Por ese poblado terreno de la normalidad del que habla Pérez-Díaz parece circular en los últimos tiempos el alma mater valenciana, pendiente de dar un paso al frente en busca de la anhelada excelencia y con el peligro acechante de caer en esa mediocridad de la norma, viéndose convertida en una maquinaria burocrática sin sentido dedicada a la expedición de títulos y en la que lo menos importante es la docencia y la investigación. Es verdad que se debatió mucho sobre esto en las pasadas elecciones a rector y que todo el mundo coincidió en señalar la preocupante tendencia de una institución que en los últimos años parece haber abusado en exceso de la improvisación y el cortoplacismo, del parche y el remedo para ir saliendo del paso con medidas coyunturales que han provocado situaciones tan poco recomendables como el hecho de que en nuestra universidad haya más de 800 profesores asociados, por poner sólo un ejemplo.
Aunque en el ambiente de las elecciones flotaba esta sensación de fin de un ciclo y de necesidad de un cambio que diera un nuevo impulso a la institución, la realidad es que se impuso -y lo hizo con cierta holgura- una candidatura -la liderada por el profesor Esteban Morcillo- cuyo núcleo duro estaba en buena parte formado por personas del anterior equipo rectoral.
En esas elecciones se habló igualmente de un objetivo estratégico de la UV en el que coincidió todo el mundo: conseguir el reconocimiento de "Campus de Excelencia" que el Ministerio de Educación había denegado a nuestra universidad en noviembre de 2009. Ya instalado el nuevo equipo rectoral en el cargo, parece que se han corregido las deficiencias del anterior proyecto y se ha elaborado uno nuevo a tres bandas (UV, UPV y CSIC) que cuenta, además, con el curioso apoyo de la Generalitat Valenciana y del Ayuntamiento de Valencia.
Digo curioso porque, aunque parece que esto era lo más lógico, lo primero que hizo Rita Barberá después de su reunión con Esteban Morcillo fue anunciar que daba su aval al nuevo proyecto, sentenciando acto seguido que la llegada del nuevo rector marcaba "el fin de un periodo que ha sido bastante estéril para la sociedad valenciana y para la propia universidad"; vaya, que lo que se ha hecho en la UV durante los últimos años -incluyendo, supongo, a todas las personas que forman el actual equipo rectoral, muchas de las cuales ya estaban en el anterior, empezando por el nuevo rector- ha sido totalmente vacuo e inútil, improductivo para esa "prosperitat i benestar de la nostra Comunitat" para la que trabajan a destajo Camps y Barberá, mientras los universitarios no hacemos nada de provecho, como es bien sabido ya.
No quiero hacerme el sorprendido por las palabras de la alcaldesa porque sería cínico por mi parte, pero no puedo negar mi disconformidad con el hecho de que el nuevo equipo rectoral escuche estas palabras y mire hacia otro lado. No lo entiendo. Tampoco entiendo la tibia respuesta que dio el Rectorado de la UV a los ataques verbales sufridos por la Decana de la Facultad de Geografía e Historia con ocasión de la dichosa y ya famosa conferencia del pasado 27 de abril. Y me quedo aquí por no seguir con las cosas que suceden en mi universidad y que no entiendo...
Sé que opinando ahora me salto esa norma no escrita de los cien días de rigor que se dan como margen de confianza a la persona que llega a un cargo, pero también sé que el cambio en las formas que algunos esperábamos del nuevo equipo rectoral no se ha producido todavía, o si se ha producido yo no lo percibo. Como investigador de la UV espero y deseo que se logre el reconocimiento de "Campus de Excelencia" porque será algo que nos beneficie a todos, pero también espero del nuevo equipo rectoral que comprenda que la excelencia de la institución no pasa sólo por lograr un reconocimiento internacional, de puertas afuera; pasa también por conseguir que cada universitario, cada persona que estudia o trabaja en la UV, se sienta orgullosa de pertenecer a la institución, a ese lugar en el que todos hemos invertido muchos años de trabajo y esfuerzo.
Sólo pido -no sé si pido demasiado- que no se nos diga que aquello que hacemos es "estéril" y -a ser posible- que el rector y su equipo intenten evitar el caer en esos vicios y actitudes que supuestamente iban a corregir de la anterior etapa. Pedir la implicación de todo el mundo en esta nueva etapa, implica también hacer sentir a los universitarios que forman parte de un proyecto, que se les escucha y se les tiene en cuenta. Si esto no se empieza por algo tan básico, espero equivocarme pero la UV no llegará nunca a esa excelencia de la que habla Pérez-Díaz en su libro; al contrario, nos quedaremos en el pelotón de las universidades regionales que viven en la medianía y el conformismo, en esa peligrosa inercia de la autocomplacencia.
Confío en que en los próximos años se cumplan todas las buenas intenciones y la UV dé ese salto de calidad que necesita; no me gustaría pensar que todo el cambio prometido en las pasadas elecciones ha quedado en una mera operación de maquillaje apoyada en esa máxima lampedusiana del "cambiar algo para que al final no cambie nada".
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(*) Francisco Fuster es becario de Investigación en la Universidad de Valencia
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