Ahí están los resultados de aquellas elecciones. Pero hoy, tres años después, las cosas han empezado a cambiar. La confianza hacia el Partido Popular corre serio riesgo de desaparecer. Confianza. Ese es el lema con el que el PP y su presidente Francisco Camps se presentaron ante los electores en las últimas elecciones autonómicas y municipales. Estábamos todavía en pleno auge económico. Las familias valencianas se recreaban en una suerte de remember de los felices años veinte. Por doquiera reinaba la alegría de vivir. La Comunidad Valenciana era calificada como la Florida europea y el poder valenciano se dejaba sentir en Madrid. Vivíamos la expresión de la máxima valencianía: ¡Serà per diners!
Confianza. Nunca antes en nuestra Comunidad un eslogan había conectado tan bien con lo que deseaba una clara mayoría de los ciudadanos. Ahí están los resultados de aquellas elecciones. Pero hoy, tres años después, las cosas han empezado a cambiar. La confianza hacia el Partido Popular corre serio riesgo de desaparecer. Y es que, sobre todos los demás, tres hechos han marcado esta legislatura:
Primero, el caso Gürtel: una trama corrupta dedicada al saqueo de las arcas públicas que muy probablemente cuenta con la connivencia de altos cargos de la Administración valenciana. Como escribía en un artículo anterior, el presidente de la Generalitat, su vicepresidente, el secretario general del partido del gobierno, su tesorero, entre otros, pueden verse imputados por la comisión de una serie de delitos ligados a esta trama.
Segundo, la Comunidad Valenciana ha dejado de ser la locomotora de España y de Europa -si alguna vez lo fue- para colocarse en el vagón de cola de casi todos los indicadores que miden el desarrollo de un país. De ser campeones en todo, según nos decían, hemos pasado a estar por debajo de la media española -cuando no, en los peores puestos del ranking- en crecimiento y aportación al PIB, en renta por habitante, en empleo, en rendimiento educativo, en financiación de la salud o en camas hospitalarias por habitante, en crédito sobre la deuda pública de la Generalitat y en tantos otros indicadores.
Tercero, el affaire de las Cajas valencianas. Estos últimos días nuestras cajas de ahorro se integraban, vía fusión fría, en SIP cuyo liderazgo se dejaba a cajas de otras comunidades, en concreto Cajastur y Caja Madrid. Bancaixa y la CAM han dejado de ser el puntal económico-financiero del poder valenciano para convertirse en meras sucursales al servicio de intereses mayoritariamente foráneos.
Y, sin embargo, hasta estos últimos acontecimientos el Partido Popular ha venido resistiendo bastante bien este cambio de aires. Las encuestas electorales le seguían dando una cómoda mayoría. Los ciudadanos seguían confiando en el gobierno de Francisco Camps. Y es que, como se nos decía, por un lado, Gürtel era un montaje del PSOE y de los jueces y, al fin y al cabo, corrupción la hay en todas partes; y, por otro lado, en realidad era Zapatero el que tenía la culpa de la pérdida de competitividad y pujanza de la economía valenciana. Argumentos todos ellos, más que discutibles, falsos de raíz pero admisibles en última instancia para aquellos ciudadanos a quienes ahora les resulta difícil admitir que se han equivocado depositando su confianza en un determinado gobierno.
Ahora bien, la fusión de las cajas valencianas con otras foráneas a las que se les entrega el control de las primeras marca un punto de inflexión en la política valenciana. No es un error que se pueda achacar a Zapatero ni al PSOE. Si las cajas valencianas no se han fusionado entre sí no es más que resultado de la debilidad y la falta de voluntad política del gobierno valenciano. Todas las cartas de esta baraja han estado en manos de Camps y del PP valenciano.
Cuando esto ocurre y, además, llueve sobre mojado, irremediablemente se pierde la confianza en aquellos en los que se había depositado y lo primero que hacen los ciudadanos afectados -empezando por los empresarios valencianos- es mirar alrededor en busca de nuevos sujetos en quién depositar ahora su confianza. Es verdad que la alternativa socialista todavía no ha dado mensajes claros para ser merecedora de ella pero los mimbres existen. Basta fijarse en el plantel de nombres que figuran en la nómina socialista para generar confianza en la gestión de los asuntos económicos: Pedro Solbes, Aurelio Martínez, Martín Sevilla, Inmaculada Rodríguez Piñero, Jordi Sevilla, Vicent Soler, Ana Fuertes, Enrique Villarreal, Jordi Palafox y tantos otros, muchos de ellos más jóvenes o menos conocidos. Igualmente ocurre en el plano político con personalidades de primera talla: Joan Lerma, Cipriano Císcar, Antonio García Miralles, Joan Romero, Ignasi Pla, Pérez Casado, Clementina Ródenas, Carmen Alborch, Ángel Luna, Isabel Escudero, Leyre Pajín y un largo etcétera. Por no hablar de referentes claros en el mundo empresarial, sindical, cultural o social en general. Mimbres, pues, existen. Sólo falta enhebrarlos para generar la necesaria confianza en una sólida alternativa. Y, en este asunto, Jorge Alarte tiene la palabra.
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(*) Joaquín Martín Cubas es profesor de Ciencia Política de la Universidad de Valencia
En la lista, especialmente en el plano politico, no están todos los que ni són todos los que esán. Hay que decirle a Alarte que busque gente nueva, que sea capaz de aglutinar a la izquierda nacionalista, que sin duda existe, pero esta aletargada.
Una parte del empresariado valenciano creó un partido regionalista para tener voz y voto. Aunque mejorable, su labor fue provechosa y positiva. Ese mismo empresariado vendió el partido que le ofrecia visibilidad por 30 monedas. Ahora se ve claro el error.
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