MADRID. Desde que el segundo trimestre de este año se empezó a notar un menor crecimiento a nivel global, los comentarios sobre una posible vuelta a la recesión -la tan temida doble recesión- no han cesado. En un principio todo tenía una cierta explicación, me refiero a la desaceleración. China estaba en pleno proceso de enfriamiento de su economía para conseguir un aterrizaje suave. Su política monetaria restrictiva (subidas de tipos de interés y aumentos de coeficientes de caja junto con una lenta pero paulatina revaluación de su divisa) estaba consiguiendo que el país que lideraba el crecimiento mundial -y por sí solo elevaba la media del PIB global- dejara de aumentar su producción por encima de los dos dígitos.
Este menor crecimiento de China tenía que surtir su efecto en el resto del mundo, era evidente. Y, además, a principios de este año los estímulos monetarios que se implementaron durante el pasado ejercicio, especialmente en Estados Unidos y Reino Unido, dejaban también de tener un impacto directo sobre las economías. A todo esto le tenemos que añadir las consecuencias del terremoto japonés, que no solo fueron psicológicas, mantuvieron cerradas durante más de un mes importantes cadenas de producción en factorías de Europa y EE UU.
Hasta aquí todo parece tener sentido y no es de extrañar que las cifras de PIB se vinieran abajo. Sin embargo, la mayoría de los estudios y predicciones hablaban de recuperación a final de año y vuelta a un crecimiento sostenido para 2012. Y no me estoy refieriendo de cualquier estudio, puesto que eran los pronósticos de la Reserva Federal (FED), por supuesto de la Casa Blanca y hasta en Europa se pensaba de esta manera. No en vano el dimitido señor Stark, economista jefe del Banco Central Europeo (BCE), insistió hasta conseguirlo para elevar los tipos de interés en la Eurozona por considerar que el peligro de inflación era inminente.
¿Qué ha pasado entonces? Lo que en un principio fue un miedo propio de la inercia del pasado reciente (la crisis tras la quiebra de Lehman Brothers) fue calando en el ánimo de los inversores propiciado por la recaída de Grecia. O mejor dicho, por la inacción europea ante el empeoramiento de la salud financiera de este país. Los episodios que estamos viviendo recientemente que muestran una absoluta falta de cohesión de Europa; hasta el que punto que se está poniendo en duda el concepto de Unión Europea, lo que está dando lugar a un retraimiento de la inversión ya no sólo en Europa sino en todo el mundo.
En Europa, la falta de crecimiento y el aumento del paro es evidente. Lo peor de todo es que, tal y como hemos visto en las últimas predicciones, no hay expectativas de mejora ante las políticas extremadamente austeras y de recortes de gastos que llevan a cabo la mayoría de los países convencidos de la necesidad de políticas económicas neo-liberales.
Y en el resto del mundo, el miedo a la hecatombe europea provoca que se desinvierta en cualquier activo que pueda suponer el más mínimo riesgo. Lo último que estamos presenciando es la caída estrepitosa de todas las divisas asiáticas por esta razón. Todas menos el yen japonés que tendrá que ser intervenido más pronto que tarde.
¿Podemos entonces encaminarnos hacia una segunda recesión? Pues si en Europa no logran ponerse de acuerdo -y todo apunta a que eso va a ser así-, si los discursos desesperados del FMI o del secretario del Tesoro estadounidense Geithner no encuentran eco en los políticos europeos, todo parece indicar que lo menos grave que nos podría ocurrir es que tuviéramos que sufrir un par de trimestres de crecimiento negativo. Ojalá todo sea eso.
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* Miguel Ángel Rodríguez es analista asociado de XTB
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