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¿Intelectuales? No, gracias

27/09/2011 FRANCISCO FUSTER GARCÍA

VALENCIA. Decía Félix de Azúa en una entrevista concedida antes del verano al magazine digital Jot Down que si en la actualidad quedan -en España, se entiende- tan pocos intelectuales es porque el nuestro es un país en el que la preponderancia de lo colectivo y lo gregario acaba por ahogar la individualidad y autonomía que distinguen al intelectual y lo oponen a la masa informe. "Aunque parezca mentira -concluía con desencanto el profesor barcelonés-, vivimos una época más colectivizada, más gregaria, más sumisa y más masiva que la del franquismo".

Si cito estas palabras del escritor y filósofo catalán es por un motivo doble: primero porque se trata de una persona a la que siempre me gusta leer y con cuyos incisivos juicios suelo coincidir; y segundo porque me atrevo a decir que en estas palabras de Azúa y en su crítica general al estado actual de la cultura española se resume bastante bien el parecer de un cada vez más nutrido grupo de intelectuales españoles que, además de generación y en muchos casos trayectoria personal y profesional, comparten un sentimiento de desazón y pesimismo no disimulado ante una sociedad con cuyos valores les resulta imposible simpatizar.

Contra esta opinión derrotista -que no contra las personas que la sostienen, pues no es en absoluto una crítica ad hominem- de los intelectuales españoles que se refugian en la melancolía y en el clásico "cualquier tiempo pasado fue mejor" para censurar el estado actual de la cultura española es contra quien se dirige el profesor Jordi Gracia en su último libro: un irónico y provocador manifiesto que con el título El intelectual melancólico: un panfleto (Anagrama, 2011) acaba de publicar el catedrático de Literatura Española de la Universidad de Barcelona.

Como dice Gracia en la primera de las cien páginas de su panfleto, si algo le ha impulsado a escribir esta diatriba contra la figura -tradicionalmente prestigiosa- del intelectual melancólico es su deseo de combatir "la particular deformación intelectual que proyecta sobre la realidad un estado de ánimo de etiología estrictamente privada y llamativamente sencilla: la frustración en el límite de la edad productiva, el desengaño frente a las mutaciones imprevistas, la herida abierta de una vanidad nunca estabilizada".

Normalmente, explica el autor, este intelectual melancólico de hoy es -o era- el progresista ilustrado y burgués de la Europa del sesentayocho que ha pasado de joven iconoclasta a adulto resentido que se sitúa al margen o por encima de esa sociedad democratizada y esa cultura de masas empobrecida en la que la ya no existe el argumento de autoridad ni se respeta la jerarquía natural del saber: la hegemonía generacional de los "viejos" sobre los "nuevos".

Según Gracia, el apocalíptico diagnóstico de los melancólicos tiene su punto álgido en la crítica a la universidad española que estos intelectuales realizan -muchos de ellos desde dentro de la propia institución - y, especialmente, en el análisis de eso que alguno de ellos ha llamado el declive o el "eclipse de las Humanidades", por emplear el subtítulo del reciente ensayo de Jordi Llovet. En este sentido, el autor del panfleto coincide en que, efectivamente, existen motivos suficientes como para "lamentar el lugar social de la alta cultura o para criticar decisiones políticas concretas, como el ordenamiento académico reciente de las humanidades".

Es muy probable -añade Gracia- que haya "un error de interpretación del modo en que las humanidades calan en la sociedad y el modo en que deben ser protegidas como estudios sin rentabilidad tangible pero cruciales para construir sociedades más lúcidas". Sin embargo, matiza el profesor, de este lugar secundario con respecto a las ciencias puras que ocupan las humanidades en nuestro país no se deduce el que las condiciones de vida de nuestro tiempo sean más indignas que las de hace treinta o cuarenta años; al contrario, dice Gracia que la producción intelectual española lleva hoy el ritmo y la probidad que habitualmente ha llevado en Francia, Inglaterra, Alemania o Estados Unidos.

Desde el punto de vista de su evolución política, y tratando de situar la respuesta de esta intelectualidad a la crisis -no solo económica, sino cultural, de valores- que atraviesa España, considera Jordi Gracia que en la mayoría de casos, la nostalgia que estos intelectuales sienten por los tiempos pasados -por aquellos años maravillosos años de su juventud triunfante, cuando tenían una proyección pública y sus obras eran premiadas y leídas- obedece a su desengaño definitivo de la fórmula socialdemócrata. "El melancólico -explica Gracia- inventaría uno tras otro los fracasos ideológicos de la revolución noventayochista, suma después las pérdidas de la socialdemocracia como alternativa rebajada a la utópica revolución y en el último escalón se encuentra ya en las filas del neoliberalismo sin darse cuenta de que está ahí ética y políticamente".

Cuando a esta deducción fatal se añade la melancolía -de otro tono quizá, pero igualmente contraproducente- que también va calando en el pensamiento socialdemócrata (véase el paradigmático caso de Tony Judt y esa elegía por la socialdemocracia que es 'Algo va mal') y le impide fabricar soluciones o plantear alternativas que le permitan reinventarse y salir de esa encrucijada en la que se halla, el resultado -concluye Gracia- es mortal de necesidad: una terrible crisis como la actual en la que confluyen inequívocamente "la frustración melancólica y el abstencionismo como respuesta a la impotencia del Estado frente a los poderes económicos" (que a su vez lo financian a él, claro está).

Al margen de lo acertado o equivocado de sus hipótesis, de lo ácido o inmisericorde de sus ataques a esa intelectualidad española -de izquierdas y de derechas- que vemos en las tertulias televisivas nocturnas y leemos cada mañana en los periódicos, el texto que ha escrito el profesor Jordi Gracia tiene lo que se le debe exigir a todo panfleto que se escribe no a favor, sino contra algo o alguien: ser irreverente y apasionado, incendiario y retador. Escrito con un estilo cuidado pero ágil, documentado pero perfectamente inteligible para todos los públicos, el panfleto del profesor Gracia pretende ser -o así lo he leído yo- un ejercicio de responsabilidad y una llamada de atención a todos los que de una forma u otra, han hecho de la crítica generalizada a la sociedad española -desde sus políticos a sus profesores de instituto, por citar dos colectivos especialmente señalados y de triste actualidad- un deporte nacional en los últimos años, una especie de moda a la que uno se debe sumar para parecer más comprometido con la situación del país.

Como decía el propio Tony Judt en 'Pasado imperfecto', una excelente monografía sobre la intelectualidad francesa del período posterior a la Segunda Guerra Mundial, los intelectuales son "la clase a la que le encanta aborrecerse". Para evitar que este aborrecimiento mutuo y recíproco se extienda cada vez más y que personas cultas y preparadas cuya opinión se supone más formada que la del común de los españoles se desentienda definitivamente y se instalen en una ficticia realidad paralela (decía Julien Benda que los intelectuales son los que dicen "mi reino no es de este mundo"), conviene dedicar unas horas a leer el ensayo que ha escrito Jordi Gracia. A veces somos demasiado pesimistas -y yo el primero- y no nos damos cuenta de que la única forma de salir de cualquier dificultad -llámese crisis o llámese como se quiera- es arrimando el hombro y aportando nuestro grano de arena, cada cual según sus capacidades. No se nos puede pedir más, pero tampoco debemos exigirnos menos.
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Francisco Fuster García es Investigador Predoctoral en la Universidad de Valencia

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