VALENCIA. No lo tenía fácil el nuevo presidente, recién llegado a un Palau de la Generalitat cuya guardia de hierro ha sumido a la sociedad valenciana en el mayor desprestigio que se recuerda por su negativa a plantearle a Francisco Camps cuál era su situación política y por su ejercicio continuado de oscurantismo y de ninguneo de la democracia basándose en las razones más peregrinas.
En ese contexto, el candidato tenía dos opciones para su discurso de investidura. Seguir avanzando en su acercamiento a los ciudadanos con signos claros de que a partir de ahora las cosas iban a ser diferentes, o congraciarse con sus compañeros incurriendo en el autohalago que nos ha llevado donde estamos. Eligió, con algunos señalados matices, la segunda opción, tal vez más como una concesión de orden interno que como su verdadero programa de Gobierno.
Tiró de la habitual grandilocuencia a la que tan acostumbrada está la sociedad valenciana, pero del mismo modo expuso alguna idea interesante. Reclamó finalmente el nuevo presidente confianza a la sociedad. Bien, de salida, cuenta con ella. Pero su experiencia debe dictarle que a partir de ahora es su obligación confirmarla con algo más que palabras y gestos para la galería. Serán los hechos, sus acciones, las que decidirán el nivel de confianza a que sea merecedor. Y lo cierto es que no tiene demasiado tiempo para poner en práctica sus planes.
No tuvo mayor fortuna el síndico socialista, Jorge Alarte. Su problema es, evidentemente, su falta de credibilidad tras el varapalo del pasado 22 de mayo. Resultó cuando menos incoherente escuchar en su boca pedirle a Fabra que asumiera responsabilidades como ganador cuando él se ha demostrado incapaz de asumir el haber obtenido los peores resultados de la historia del PSPV.
Pero es que además, entre las quince propuestas habituales que desgranó sin entusiasmo alguno, faltó alguna que demostrara que él o su grupo proponen una alternativa real de gobierno y no un discurso de tópicos. Ni siquiera sobre financiación autonómica, que Morera utilizó con habilidad, para superar la discriminatoria posición que ocupamos los valencianos en el mapa español.
Si en este punto Morera demostró mayor habilidad, pronto la perdió con su estrambótica propuesta de querer dedicar la deuda histórica en financiación a recuperar la CAM. Cuando los servicios públicos de la Administración autonómica funcionan con tantas carencias, cuando la falta de pago a proveedores dificulta la vida de tantas empresas, cuando la política de fomento del empleo y de la competitividad es toda ella humo, la propuesta de Morera, legalmente inviable, es todo un síntoma de la disyuntiva en la que todavía se mueve Compromís: ser un grupo con políticas alternativas o ser, simplemente, un grupo de alternativos.
No brilló más Marga Sanz, aunque su capacidad oratoria superase a la de sus predecesores. No se salió ni un milímetro de su tradicional discurso pegado al pasado ante la falta de propuestas realistas que caracteriza a su coalición federal, incluida su inevitable 'recuperación' de la CAM... Sanz ha elegido un papel marginal en el Parlamento autonómico y no ampliar su espacio social con la búsqueda de soluciones nuevas a problemas generados por una situación nueva.
Sea como fuere, Alberto Fabra es ahora el nuevo presidente de una Generalitat que debe recuperar como mejor sepa el demasiado tiempo perdido en los últimos años. Aun con los flecos judiciales que restan por resolver en los próximos meses, el Consell heredado de Camps -incluidos los posibles cambios que quiera o que pueda introducir Fabra a medio plazo-, nace libre de ataduras para actuar como estime conveniente en la dirección de paliar si no todos al menos los más graves y acuciantes efectos de la crisis económica y financiera sobre las personas, las empresas y la hacienda valencianas. Y para devolver la confianza en si misma a una sociedad desmoralizada. Sin victimismo, sin mirar hacia atrás y sin, por supuesto, renunciar a nada.
Fuera del hemiciclo, la situación sigue siendo dramática para la economía autonómica en general y para para muchos valencianos en particular que, en su mayoría, además, y como el Molt Honorable reconoció hace unos días, no tienen ninguna confianza en los políticos. Es la ocasión de trabajar y gobernar para la sociedad en lugar de hacerlo para los aparatos de los partidos. Si así lo hace merecerá el reconocimiento de los valencianos. Si no, se lo demandarán.
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