VALENCIA. Los mercados de deuda y las Bolsas de valores vivieron ayer otra jornada de pánico. Una vez más, como viene siendo la norma provocada por las dudas acerca de que uno de los países de la Unión Europea con problemas, Italia en este caso, esté haciendo frente a los mismos con la decisión que sus acreedores le exigen. La ingente deuda acumulada por la república alpina y la cuantía de la que debe refinanciar en los próximos meses han acabado explotando.
En las últimas semanas habían quedado en un segundo plano ante los problemas para articular el programa de salvación de la suspensión de pagos griega, pero la reducción hace unas semanas del rating de buena parte de su sistema bancario (cotizando a 0,3 su valor en libros) y el reciente anuncio por parte de Moody's de que podría modificar su rating sobre la deuda soberana dejándolo en Aa2 han desatado otra jornada desastrosa.
Sólo la intervención del Banco Central Europeo en el mercado de bonos, y la elevación del tipo de interés del papel a 12 meses en Italia, ha permitido moderar el pánico con el que se abrió la jornada cuando las primas de riesgo llevaron los tipos de interés del bono a diez años la tercera y cuarta economías (Italia y España) de la eurozona por encima del 6%.
Una vez más, las turbulencias han afectado duramente a España. "De manera injusta", se ha apresurado a afirmar el Gobierno. Es cuando menos curiosa esta situación en la que cuando la deuda soberana española, y por extensión sobre la financiación de las empresas y familias, sufre la desconfianza de los mercados, nuestras autoridades salen declarando de inmediato que están exagerando y que no hay motivos para ello.
Como si pudiera defenderse que caprichosamente la tienen tomada con España. Por si fuera poco, el principal partido de la oposición ha decidido seguir la estrategia del cuanto peor mejor, insistiendo en la convocatoria de elecciones anticipadas como única propuesta para solucionar la grave situación en la que nos encontramos.
La realidad es que el endeudamiento de las empresas no financieras y las familias españolas es espectacular, casi el duplo del PIB, y el estancamiento de la economía no brinda elementos de optimismo acerca de la capacidad de devolución de una parte de ésta. Por otro lado, aunque menor, el endeudamiento público no es modesto, el déficit tampoco, y la indisciplina fiscal de las Comunidades Autónomas y la posible ocultación de parte de su déficit no contribuye a aumentar la confianza.
En este contexto debe descartarse que la jornada de ayer sea el último sobresalto de esta crisis para nosotros. Si los representantes de los españoles se comportan de esta forma tan irresponsable, ¿por qué los inversores internacionales han de tener mayor confianza en nuestra economía?
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