MADRID. En una interesante entrevista radiofónica sobre su último libro, The Great Reset, Richard Florida analiza la sorprendente relación existente entre la productividad económica y la cultura de la propiedad inmobiliaria que tiene una sociedad. Y citando un estudio de la Universidad de Pennsylvania, llega a la conclusión de que las sociedades con altas tasas de propietarios inmobiliarios tienden a la larga a una menor productividad, a más desempleo y menor bienestar.
El modelo productivo de una sociedad no solo es una concreción de su pensamiento económico, sino una manifestación cultural muy amplia de su sentido de las cosas: del sentido del valor, del territorio, de la utilidad, de la estética, del riesgo, del esfuerzo. Es también la expresión de sus actitudes hacia la educación y el conocimiento. Y hasta de cosas aparantemente más sutiles como de su percepción del tiempo.
Por eso entre los análisis sobre las desagradables consecuencias de la crisis, deberíamos incluir también un capítulo sobre el modo en que ésta nos ha dejado expuestos al ridículo cultural. Y por eso también la salida de la crisis no solo exige un recambio productivo, sino también un recambio cultural y una nueva mentalidad respecto al sentido y utilidad de las cosas. No basta con un nuevo modelo de crecimiento, necesitamos también nuevas nociones sobre el sentido del crecimiento.
Richard Florida, autor asimismo de The Rise of The Creative Class, publicó hace poco The Great Reset, un libro en el que aborda la cuestión de cómo conformar culturalmente nuestras expectativas una vez que tenemos la certeza de que nada ya volverá a ser como antes.
El título del libro ya es bastante expresivo del contenido, y refleja la apuesta del mismo por devolver a la casilla de salida y replantear los esquemas sobre los que es posible realizarse personalmente en el seno de la sociedad: especialmente en lo que se refiere a nuestras relaciones con nuestra vivienda, nuestro entorno geográfico, urbano y regional.
La promesa de un reinicio tal, dice Florida, es la oportunidad de hacer mejor la vida no a través de la propiedad inmobiliaria, los coches, los electrodomésticos y otros bienes, sino gracias a una mayor flexibilidad, un menor endeudamiento, una mayor cantidad de tiempo para la familia y los amigos y gracias al acceso a un número mayor de buenas experiencias.
La teoría de Florida viene a ser que estamos casi literalmente enjaulados en nuestras casas -en un sentido físico, laboral y financiero- y que eso disminuye mucho el dinamismo, la movilidad del capital humano y la capacidad de recuperación de una economía.
Lo que parece bien claro es que los delirios económicos de la burbuja inmobiliaria tienen su necesario antecedente cultural en la propiedad de la vivienda como requisito de realización personal, y que culturalmente tenemos que perder el vértigo ancestral a la privación de la propiedad inmobiliaria.
Las escrituras hipotecarias no son sólo formas muy severas de vinculación jurídica y patrimonial, son también elementos de solidificación del territorio que hacen de él una plataforma casi fija en términos laborales y logísticos, con el consiguiente impacto en la falta de flexibilidad adaptativa de cualquier modelo productivo.
La recuperación económica pasa por empezar a vivir de otra manera, en un sentido general. Y también, cómo no, en replantarnos la función que en la vida de las personas debe estar llamada a desempeñar una vivienda.
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