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VALENCIA. Como cualquier otra capacitación para la competencia, la competitividad deportiva guarda una muy estrecha relación con la investigación, el desarrollo y la innovación. El potente factor tecnológico y científico, que actúa como condición de posibilidad de la rivalidad deportiva en los grandes acontecimientos, tal vez pase desapercibido en el formato de eventos de masas con que se proyectan hacia el exterior. Pero los grandes eventos además de ser una industria televisiva, comercial y turística, son una industria tecnológica que emplea en el mundo a cientos de equipos de investigación, que genera anualmente un número importante de aplicaciones y patentes, y que funciona dentro de unos esquemas operativos enteramente globalizados.

El debate social en torno a los grandes acontecimientos ha obviado con frecuencia la profundidad de oportunidades que intrínsecamente están articuladas dentro de la estructura global desde la que se producen esta clase de eventos. En Valencia los maniqueísmos consolidados han capturado el debate dentro de los tópicos habituales de confrontación entre los agentes políticos y sociales.

Simbólicamente el Partido Popular ha considerado los grandes eventos al servicio de una función bastante indefinida y muy vaga de proyección internacional de la ciudad. En un sentido económico, no ve mucho más allá de una mera oportunidad muy estacionalizada para el tejido terciario local. Desde el punto de vista de la planificación urbana, no son más que un pretexto para legitimar formas muy excluyentes y perversas de ordenar el espacio de la ciudad. Y culturalmente no ha sabido darles una interpretación más allá de dejarse seducir por una forma de esnobismo más.

Del lado de la izquierda -y como respuesta a ese entreguismo incondicional- se ha incurrido en una cierta estigmatización inicial y en una actitud normalmente a la defensiva respecto a los grandes acontecimientos.

Pero entre una y otra postura, los grandes eventos merecen una atención singular por su vinculación a estructuras de investigación, de innovación industrial y de economía avanzada, que son su lado más discreto pero también más interesante y prometedor en un análisis de estrategia regional y urbana.

A la planificación de la America's Cup y la Fórmula Uno les ha faltado esta cara del análisis por parte de un territorio que teóricamente tiene unas grandes aspiraciones de modernización de su modelo productivo y de evolución hacia economías más basadas en el conocimiento.

En general los valencianos a favor se han dejado deslumbrar por el efecto más televiso y banal. Y los en contra se han obsesionado con su carácter elitista y dual. Pero en medio de esos maximalismos, los grandes eventos se sostienen también por una estructura que ha pasado bastante desapercibida a nuestra interpretación como anfitriones y sobre la cual no deberíamos dejar de pensar.

"La diferenciación funcional y estética, que paradójicamente se hace posible por la globalización, abre el potencial para una diversidad local o microcultural". Lo escribe Klaus Heinemann, de la Univesidad de Hamburgo, quién ya escribiera en 1998 una Introducción a la Economía del Deporte, en su artículo Lo Global y lo Local en la Tecnología del Deporte.

Tal vez sea el potencial de una singularidad productiva respecto al factor tecnológico del deporte sobre lo que debiéramos pensar al hablar sobre los grandes eventos.