VALENCIA. Los hechos que se han ido generando a partir de la indignación contra los abusos de este sistema, nos recuerdan algunas de las experiencias de lucha del final de la dictadura y la transición. Con esto no pretendo equiparar dos momentos diferentes, pues entre ambas situaciones existen notables diferencias: por un lado se trataba de acabar con una dictadura, y los factores de clase continuaban siendo elementos clave. Hoy estamos en un marco democrático formal insuficiente, y además hemos pasado a un tipo de sociedad que no se explica desde el planteamiento de los antagonismos de clase.
Pese a la diferencia de régimen político y social, persisten desigualdades que han ido creciendo, hay unos poderes no democráticos, fácticos, representados por el mundo de las finanzas, los mercados y las elites privilegiadas que dirigen esas instancias. La indignación, o rebelión, contra este estado de cosas, comporta un cuestionamiento con concreciones, como son, entre otras muchas cosas, las imperfecciones de nuestro sistema electoral, claramente discriminatorio, o las retribuciones de los grandes gestores o los políticos. Por otro lado, y eso es quizás lo más visibles, se desconfía de los instrumentos formales y se vuelve a la práctica de las asambleas y de la democracia directa.
En el otro momento de nuestra historia, aquel que protagonizamos nosotros, o sea una parte de la generación nacida tras la guerra civil, también había un rechazo al sistema, y desde una parte del antifranquismo se quería avanzar hacia una ruptura y la democracia real. Hubo luchas y movidas asamblearias de gran impacto y significación, así, a nivel de estado podríamos citas algunas huelgas generales como las de Vitoria, Fasa-Renault, Sabadell.
¿Y por qué hablar de eso ahora, cuarenta años más tarde? Pues porque en situaciones en la cresta de ola, suelen repetirse aciertos y reincidir en errores del pasado. Cierto que hay un relevo generacional, cosa que podría significar mayor acierto en las estrategias a seguir, y por lo tanto, que se eviten lo que fueron "nuestros errores".
Que de nuevo la calle sea protagonista, como hemos visto en las acampadas por o en las concentraciones, pone de manifiesto una voluntad de superar los estrechos marcos institucionales existentes. Eso, sin embargo, no debe significar, como en muchas ocasiones nos ocurrió, ignorar que salirte del sistema puede llevarte a cierto distanciamiento de las gentes que te podrían apoyar. Nosotros sobrevaloramos la asamblea, la mitificamos, la convertimos en único eje del sistema a construir. Igualmente "desbordar la legalidad" nos condujo en ocasiones a darnos el gustazo, sin tener en cuenta los riesgos que comportaba, no consolidando un tipo de actividad para los momentos de reflujo.
No digo que los tiempos sean los mismos, solo alerto ante el posible subjetivismo que siempre surge en los momentos de ruptura y de contestación. Estas líneas resumen mi experiencia desde la visión de una democracia entendida no solo como la rutina electoral y parlamentaria, sino como sistema de participación directa, o sea, desde la base.
Que la indignación avance hacia propuestas factibles, que vayamos ganando espacios de democracia igualitaria o real, eso es lo deseable.
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(*) Vicent Àlvarez es miembro del Consell Valencià de Cultura y presidente de su Comisión Jurídica
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