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Una delgada línea entre la universidad, la empresa y la Administración

JORDI PANIAGUA (*). 08/06/2011 "En algún departamento de los 1.003 centros de las 75 universidades españolas han conseguido ya el ansiado anhelo de quedarse sin alumnos. Demos la bienvenida a la nueva burbuja, tras la inmobiliaria y la futbolística..."

VALENCIA. He estado vinculado de diversas formas, como estudiante, investigador y profesor, a cuatro universidades españolas y una alemana. Lo expreso porque voy a hablar de la universidad y las críticas a la universidad provenientes de ámbito no universitario generalmente no se aceptan. También he trabajado para tres empresas privadas y una pública. Lo digo porque normalmente las opiniones de la comunidad universitaria sobre sí misma se suelen desconocer o despreciar por parte de la empresa y de la Administración.

Con estas premisas, se deduce que la universidad, empresa y Administración no se entienden. Para el recuerdo quedan frustradas conselleries (aquí y más al norte) que fusionaban la enseñanza superior y la empresa. Mientras que los empresarios trabajan con sofisticados instrumentos financieros: swaps, líneas de crédito, descuentos, la universidad está en la economía del trueque: patentes, citas y artículos. La Administración vive en la economía del sufragio con presupuestos, votos y escaños. La palabra resultados tiene para cada uno significados totalmente distintos. Es difícil, pero no imposible, entenderse cuando dos personas hablan un idioma distinto.

El profesorado tampoco obtiene los resultados esperados, ya que se le mide por méritos en la investigación y no por el resultado académico y laboral de sus estudiantes. Por lo tanto, el empresario no vislumbra los resultados inmediatos de su inversión en materia gris y paga menos para compensar el coste de aprendizaje. Como consecuencia, el Gobierno no obtiene el resultado social esperado: sufraga unos costes que no se traducen en mejores sueldos y mayor recaudación.

La incomprensión mutua entre empresa-universidad-administración, sin dejar de ser relevante, no es más que un síntoma de otros problemas estructurales. Como estudiante, tuve a veces la impresión de ser una molestia. Me imaginaba a muchos profesores pensando "qué maravillosa sería la universidad sin los alumnos", como si el estudiante sobrara. En algún departamento de los 1.003 centros de las 75 universidades españolas han conseguido ya el ansiado anhelo de quedarse sin alumnos. Demos la bienvenida a la nueva burbuja, tras la inmobiliaria y la futbolística.

Por otra parte, como empleado tenía la sensación de ser un lastre durante los primeros días de trabajo. Me imaginaba al jefe pensado "muchos títulos, pero de la vida real ni idea". Es queja común entre los empresarios que los universitarios desconocen totalmente el funcionamiento de la empresa y que les han de volver a enseñar todo para poder realizar su labor. En este caso, se olvida el empleador del principal aporte de la universidad a la sociedad: enseñar a aprender. Salvando algunas excepciones, como Ford, sería inviable que cada empresa tuviera un centro educativo asociado. Más allá de los conocimientos específicos, el graduado demuestra con su título una capacidad de asimilación de cantidad conceptos complejos en un tiempo limitado. Lo que le predispone a poder desempeñar cualquier tarea con un mínimo de aprendizaje específico.
El alumno no sólo se encuentra desplazado en la atención docente y en la inmersión laboral, también está alejado como contribuyente. Como nada es gratis, la formación en la universidad pública la pagamos entre todos, como un bien común. Esta inversión social se ve amenazada por el déficit de los gobiernos y la sobredimensión del sistema universitario (o subdimensión del sistema laboral).

También por una eternización de los estudios, debido a planes de estudios desfasados, bajas perspectivas laborales y las nulas consecuencias económicas, positivas o negativas, del rendimiento académico. No es de extrañar la incomprensión de la administración, que además "paga i no mana".
El graduado es el nexo de unión entre la universidad, la empresa y la Administración. Aunque no se lleguen a entender nunca del todo, deberían buscar un equilibrio que evitase que el antiguo estudiante y futuro empleado-contribuyente se desplace al exilio exterior, al extranjero, o al interior, la sobrecualificación.

Mientras el alumno no sea el vínculo de unión, el desencuentro entre el mundo laboral, el universitario y el administrativo irá en aumento. Recuperar la centralidad en torno al estudiante significa no solo preocuparse por su desarrollo académico, sino dotarle de habilidades y responsabilidades que le faciliten el acceso al mundo laboral. No solo de las competencias que suelen citarse como el inglés o el trabajo en grupo, también de un compromiso académico, responsabilidad financiera y autonomía laboral.
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(*) Jordi Paniagua Soriano es profesor de Econometría de la UCV

Ilustración: Carlos Sánchez Aranda.

 

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1 comentario

Emb escribió
08/06/2011 18:49

Muy interesante.

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