VALENCIA. Esta semana el excanciller federal de Austria, Alfred Gusenbauer, visitó Valencia invitado por Joan Calabuig candidato a la alcaldía de Valencia, para dar una conferencia con el título Ciudades y Competitividad Global.
Poniendo como ejemplo la ciudad austriaca de Linz, que se jacta de ser una de las pocas ciudades del mundo con más puestos de trabajo que habitantes, comenzó diciendo que el papel económico de la industria continúa siendo absolutamente decisivo en el seno de las sociedades postindustriales y que han sido las sociedades muy industrializadas las que han ganado también la batalla de la economía del conocimiento.
Relevante reflexión para el caso de la Comunidad Valenciana y de la ciudad de Valencia -sociedades de servicios en crisis donde las haya- que se encuentran en un serio impasse entre la debilidad de su política industrial y la incapacidad de dar el salto hacia una economía avanzada en el contexto de una sociedad del conocimiento y la información. A estos efectos es interesante comprobar cuántos países de los que acaparan las posiciones de los principales rankings de competitividad global, como el Informe sobre Competitividad Global o el Global Information Technology, tienen un pasado y un presente industrial.
Pero tomando como referencia el libro The Spirit Level, Gusenbauer dedicó la mayor parte de su intervención a analizar la manera en la que valores supuestamente extraeconómicos como la tolerancia, la solidaridad o la igualdad, terminan afectando decisivamente a la economía. El tema es antiguo pero ha adquirido recientemente mucha mayor actualidad, por un lado por las consecuencias de la crisis económica, los grandes recortes en bienestar, las propuestas para el copago de servicios básicos o la inversión pública en sistemas de educación universal. Por otro, por el auge electoral que ciertas posiciones de extrema derecha están experimentando en Europa y fuera de Europa en cuanto a la defensa de sociedades intolerantes y cada vez más cerradas.
The Spirit Level se ha convertido en uno de los manuales de referencia de los líderes socialdemócratas europeos respecto al modo de contestar a la pregunta sobre las relaciones de la economía con valores como la tolerancia o la igualdad. Al libro, escrito por Richard Wilkinson y Kate Pickett se le atribuye haber demostrado a partir de cinco juegos de datos que los individuos clasificados por educación, clase social o nivel de ingresos, en cada categoría, tienen sistemáticamente una condición más saludable (healthier) en sociedades más igualitarias que en menos. Los países escandinavos y Japón resultaron ser los más beneficiados en el análisis entre ausencia de desigualdades y bienestar.
Una anécdota curiosa a la que se refirieron los autores del libro con motivo de su reedición fue que las Universidades de Harvard y Duke elaboraron a mediados de 2010 un informe sobre la base de un cuestionario realizado a 5.500 ciudadanos de los Estados Unidos. La cuestión básica a la que se sometía a los entrevistados era el examen de tres gráficos que representaban tres modelos de distribución (que se presentaban a los encuestados como hipotéticos) de la riqueza de un país. El resultado fue que el 92 por ciento de los entrevistados prefirieron el esquema de distribución de Suecia frente al de Estados Unidos, sin que supiesen que estaban haciéndolo así.
Así pues las cosas son más complicadas de lo que parece en el mundo de la coherencia socialdemócrata porque mientras los estadounidenses apoyan teóricamente modelos escandinavos de distribución de renta, los suecos y los finlandeses (y los austriacos, los holandeses, los húngaros, los búlgaros y hasta los franceses) empiezan a votar opciones políticas igual de perversas y conservadoras que el Tea Party.
La socialdemocracia se ha empeñado en explicar que el origen de esta crisis han sido los planteamientos y los valores ultraconservadores. Pero el comportamiento electoral de los ciudadanos no parece estar interpretándolo así. Piénsese por ejemplo que las elecciones europeas de 2009 fueron de las más duras que han sufrido en toda Europa los socialdemócratas.
A su vez la izquierda explica (y hasta cierto punto demuestra) que sociedades más abiertas, más tolerantes y más solidarias son también más prósperas económicamente. Pero incluso las referencias nacionales de dichas afirmaciones históricas han registrado recientemente importantes repuntes electorales hacia la extrema derecha (puede citarse también el ejemplo de Suecia).
Así es que o nos estamos equivocando seriamente en el análisis de los hechos, o en su narración, o en ambas cosas al mismo tiempo.
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