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¿Cuántos estúpidos gobiernan el mundo...?

ANSELM BODOQUE. 03/04/2011

VALENCIA. Recientemente se ha reeditado el ensayo 'Las leyes fundamentales de la estupidez humana' que el historiador y economista Carlo M. Cipolla escribiera en 1988. Son leyes intemporales, pero hay épocas como la actual y realidades concretas tan dispares como la crisis económica actual o la situación política valenciana, por citar algunos casos, en las que se hace necesario recurrir a ellas para entender algo de lo que nos está pasando.

Las leyes son cinco. Primera: siempre y en todo lugar se subestima el número de estúpidos en circulación; segunda: la probabilidad de que una persona sea estúpida es independiente de cualquier otra característica que posea (raza, sexo, religión, ideas políticas, nivel de estudios, profesión, estatus social, riqueza, nivel de responsabilidad, etc.); tercera: una persona estúpida es quien causa pérdidas a otras personas sin obtener ninguna ganancia para sí mismo y generándose habitualmente perjuicios; cuarta: las personas no estúpidas subestiman siempre el potencial nocivo de las estúpidas porque se olvidan de que en cualquier momento, lugar y circunstancia, tratar o asociarse con individuos estúpidos es infaliblemente un enorme y grave error. Quinta y última: el estúpido es el prototipo de persona más peligroso que existe para cualquier grupo humano.

En este sentido, Cipolla distingue cuatro tipos básicos de seres humanos en la acción colectiva; a saber: las personas inteligentes que son los que actuando para obtener provecho propio generan beneficios colectivos (ganan ellos y hacen ganar a los demás); los ingenuos e incautos que generan beneficios a los demás, aunque ellos suelan salir perdiendo (pierden ellos y hacen ganar a los demás); los malvados que sólo saben obtener provecho generando perjuicios iguales o mayores en los otros (ganan ellos y hacen perder a los demás), y, finalmente, los estúpidos, quienes cuando actúan, independientemente de las intenciones que tengan, sólo generan perjuicios a ellos mismos y colectivamente (pierden ellos y hacen perder a los demás).

Hay que tener en cuenta, insistía el economista italiano, que contrariamente a lo que se pueda pensar en un primer momento, para todo grupo y sociedad es más contraproducente una persona estúpida que una persona malvada. La malvada es racional y, por tanto, previsible, y además produce algún tipo de beneficio aunque sea egoísta, fraudulento y socialmente perseguible. La estúpida no, es imprevisible, ante ella solemos estar desarmados puesto que tendemos a confiarnos y a no ser precavidos, y, cuando llevan a cabo una acción pública, sólo hay pérdidas y toda la sociedad entera se empobrece.

Pero, si la proporción de estúpidos es similar en todo grupo humano, ¿qué pasa con las élites de poder de un país (gobiernos, partidos, sindicatos, grupos de empresarios, universidades, etc.)? Para Cipolla, la diferencia principal entre un grupo humano en ascenso y otro en decadencia no está en el número de estúpidos existentes, sino en su importancia en los órganos de decisión. En las sociedades en ascenso, las personas en el poder tienen un porcentaje insólitamente alto de individuos inteligentes que procuran controlar a los estúpidos y excluir a los malvados e incautos, con lo que producen a la comunidad ganancias suficientes como para que el progreso colectivo sea un hecho. Por el contrario, en las sociedades y grupos humanos en decadencia, entre los individuos en el poder se observa una alarmante proliferación de malvados, una disminución igualmente preocupante de los incautos y de los inteligentes y un escaso control sobre los estúpidos: lo que refuerza el poder relativo de los estúpidos y conduce cualquier sociedad o grupo humano a la ruina.

Llegados a este punto, deberíamos preguntarnos en manos de quién estamos tanto en el ámbito global como en el local e inmediato. Cuestionémonos si tiene sentido que los ejecutivos de entidades financieras internacionales, agencias de calificación o de rating (supuestamente independientes, pero cuyos socios son jueces y parte), grandes bancos y entidades similares que provocaron una burbuja financiera e inmobiliaria descomunal, que desembocó en la crisis que todos padecemos, sigan en sus puestos, ganando cifras obscenas de dinero. Preguntémonos cómo es posible que sean esos mismos ejecutivos y sus expertos quienes dirijan la salida de la crisis en beneficio propio, obteniendo sumas ingentes de los estados (es decir, de todos) y de la economía productiva; actuando descaradamente en contra de los intereses, bienes, ahorros y los servicios del Estado de Bienestar de una mayoría de la población cada vez más irritada y atemorizada. No parece que globalmente estemos en manos de los inteligentes. De hecho, cuanto más sabemos sobre el modo de vida, forma en la que toman las decisiones y ética de dichos ejecutivos más evidente se hace muchas de sus iniciativas obedecen a lógicas perversas (malvadas, en terminología de Cipolla) o, simplemente, estúpidas.

Del mismo modo, valdría la pena dejar a un lado los discursos autocomplacientes al uso y considerar si la Comunidad Valenciana es una sociedad en ascenso o en retroceso relativo. Deberíamos mirar, con sentido de la responsabilidad, nuestros indicadores de productividad, las características del mercado laboral, la pérdida de peso del PIB valenciano en el conjunto de España y la Europa avanzada, la estructura de nuestro tejido productivo, la capacidad de innovación tecnológica, centros de investigación y el nivel de nuestras universidades, los servicios sanitarios, educativos, de atención a la dependencia, la urbanización y gestión del territorio o nuestra capacidad de gestionar (y perder) de capital humano bien formado, mientras atraemos mano de obra poco cualificada. Deberíamos preguntarnos si, a pesar del crecimiento económico y de estar viviendo en una de las zonas más ricas y opulentas, no estamos más cerca de convertirnos en una sociedad en retroceso relativo, a la manera de Italia, que en una sociedad en ascenso.

Y, del mismo modo, deberíamos preguntarnos si las elites actualmente en el poder, quienes forman parte de nuestros grupos dirigentes en los ámbitos sociales, económicos, intelectuales o políticos (tanto en el gobierno de la Generalitat como en los partidos de la llamada oposición y en el conjunto de la sociedad valenciana), están dominadas por gente inteligente o en el peor de los casos incauta, o si por el contrario crece el peso relativo y destructivo de los estúpidos y los malvados. Mucho me temo que, si somos sinceros con nosotros mismos, debemos considerar que empiezan a sobrarnos malvados, aprovechados de todo tipo, estúpidos e incautos en los puestos de mando: baste observar como se inauguran aeropuertos, maquetas de hospitales o nos embelesamos con trenes caros y deficitarios que no nos acercan a Europa.

Es preciso empezar a cambiar, en las elites y en la sociedad, asumiendo que los ciudadanos no somos ángeles, que no tenemos los dirigentes que nos merecemos, sino que tenemos los dirigentes más parecidos a lo que somos. Es preciso indignarse, exigir a nuestras elites; pero también tener sentido individual de nuestra responsabilidad colectiva. En caso contrario, quizás, en unos años, nos encontraremos, parafraseando al protagonista de Vargas Llosa en 'Conversaciones en la catedral', preguntándonos ¿en qué momento se jodió la Comunidad Valenciana? y, lo peor, sin saber encontrar la respuesta.
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(*) Anselm Bodoque es analista político

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3 comentarios

Alex escribió
08/04/2011 12:47

Totalmente de acuerdo y reforzando el hecho de que los malvados a través sobre todo de los medios de comunicación generan una sociedad cada vez mas estúpida y mas ajena a los desmanes de los políticos, de los grupos financieros y de los grupos de poder en general.

Joky escribió
04/04/2011 13:51

Tambien digo, magífica exposición (estoy en todo con JPG). Pero pregunto, por qué, Sr.Bodoque, se centra Vd.sólo en Valencia, cuando la situación está generalizada en todo el "territorio nacional"?

JPG escribió
03/04/2011 10:12

Magnífica reflexión, aunque polémica porque me parece a mi que los que nos gobiernan de estúpidos, en la acepción de Cipolla, tienen muy poco. La prueba es que ellos si que sacan mucho de sus acciones. En todo caso, la reflexión debiera ir seguida de otras complementarias de Bodoque o de otros. Aunque me temo que los capaces de hacerlas son ajenos a esa elites del poder y de limitada capacidad de influencia mientras la izquierda esté en manos de quienes está (que tampoco se pueden considerar estúpidos dado que viven y bien sin dar golpe). Sólo una puntualización, Carlo Cipolla no era economista, era un brillante historiador de la economía que aunque lo parezca no es lo mismo. Pocos economistas habrían escrito el libro que menciona el comentario.

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