VALENCIA. No es una sorpresa dada la ideología de sus impulsores, ambos destacados representantes de esta ideología. Pero conviene constatarlo en unos tiempos en que parece que la política económica es sólo una y la misma para todos los países independientemente de su competitividad. Porque tan relevante como las medidas imprescindibles que incorpora el Pacto de Competitividad de Merkel son las que ignora para mejorar esa posición competitiva de las economías de la UE más atrasadas desde esa perspectiva.
La receta basada casi en exclusiva en la reducción del gasto para estabilizar la crisis de la deuda soberana entraña numerosos riesgos. En especial para economías de baja productividad como la española en donde la inmensa mayoría de las pequeñas empresas, las responsables de la mayor parte del empleo, no tienen acceso a las herramientas fundamentales para mejorarla.
No es poco lo que Merkel pretende. En síntesis, suprimir la revisión automática de los salarios en función de la inflación, el reconocimiento común de títulos universitarios y profesionales entre los 27 para facilitar la movilidad laboral, acabar con la competencia tributaria desleal como la de Irlanda y otros países del este del continente, el retraso de la edad de jubilación en función de la evolución demográfica y avanzar en un mecanismo de resolución de la crisis bancaria que no sea a costa del contribuyente. Además, obviamente, de normas estrictas para limitar el nivel de déficit y deuda pública, como ya ha hecho Alemania.
Como se puede comprobar, nada entre ellas sobre favorecer la competitividad de las empresas desde el gobierno de la UE ni de la ambiciosa agenda política del Tratado de Lisboa en el que parecía clara la voluntad de avanzar hacia instituciones supranacionales delegando cuotas mayores de soberanía. Porque mientras la supervisión de las actuaciones de los gobiernos sea tan tibia como lo es hoy, las medidas microeconómicas sigan ausentes de los planes económicos europeos y la fiscalidad siga discriminando al trabajo frente al capital y defendiendo la proporcionalidad frente a la progresividad, será difícil avanzar en una salida a la crisis que, al mismo tiempo, refuerce la cohesión social.
Un rasgo, el de la cohesión social, que tal y como se está desarrollando el proceso de globalización es la única garantía de la supervivencia de la UE como potencia económica, financiera y social en un mundo que oscila de manera acelerada hacia oriente.
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