Henry Ford era un tipo listo. No sólo porque vendió y sigue vendiendo muchos coches. Dijo una frase que resume a la perfección uno de los axiomas económicos más importantes: "Quiero producir coches que mis trabajadores puedan comprar". No sé si había leído a Say, o representa uno de esos casos en los que la sabiduría popular del empresario nos deja a los economistas con la boca abierta. Dicen lo mismo y más claro sin el refinamiento matemático, citas interminables y términos incomprensibles para el público. Parece como si cada profesión modelara el lenguaje en su beneficio para cercar su coto. ¿Dónde quedó la propuesta para simplificar el lenguaje jurídico?).
En la célebre frase del constructor de coches se aúnan las tres condiciones que hacen posible el mercado: la oferta, la demanda y el producto. Ha sido frecuente la interpretación de la frase desde el punto de vista de la oferta y del producto: tener coches buenos y baratos para que la demanda los pueda asumir. Es en ese esfuerzo, las multinacionales han buscado las mejores localizaciones para ofrecer un producto al precio más competitivo. Pero Ford no se quedó allí. Hoy conviene interpretar su frase desde la demanda y en especial desde el mercado de trabajo. Es decir, puedo tener el coche más barato del mercado, ¿pero qué sucede si no hay trabajadores que lo puedan comprar? Se está hablando mucho de reformar el mercado de trabajo (y vamos añadiendo mercados como si nada, el financiero, el real, sólo falta el de Benicalap). El trabajo nos ha mantenido ocupados varios miles de años, y bien al alba con el canto del gallo o con una moderna radio despertador millones de sísifos despiertan cada mañana hacia el trabajo.
¿Pero qué sucede cuando no hay trabajo? Según Ford, se dejan de vender coches y la economía (y todos sus mercadillos) se resiente. ¿Qué hacemos? Hasta ahora, cuando tan sólo a unos pocos les faltaba trabajo, se le ha pagado al desempleado un subsidio para que en el tránsito de un trabajo a otro pueda ir tirando. Más llanamente, se paga por no hacer nada. Ni compras (no hay demanda), ni produces (no hay oferta). Mientras sólo sean unos pocos, no es muy grave. Pero pagar a mucha gente por no hacer nada es, como mínimo, interesante. Uno puede aprovechar el tiempo para leer "Crimen y Castigo", para formarse, para pasear en bici o para hacer aquello por lo que te pagan: nada.
Parece que en nuestro país de antiguos hidalgos tampoco está mal visto que nos paguen por nada. Sin embargo, en otras latitudes, les choca un poco más. Algunos más al norte pensaron hace algún tiempo, "démosle el dinero a Henry Ford, que parece un tipo listo". En un oxímoron vikingo, pasados un meses (tampoco vamos a ser tan severos) el desempleado puede recibir su prestación si trabaja! Es decir, el INEM paga al desempleado trabajador a través de una empresa que le contrata. El trabajador trabaja y cobra por hacer algo, el empleador emplea (gratis) y produce algo. Parece que oferta y demanda se vuelven a encontrar.
Como idea, tiene su aquel. Otra cosa es si el orden de los factores no alterará el producto. Importar una medida así al país del Lazarillo de Tormes puede que no resulte ni fácil ni cómodo. Al fin y al cabo sólo hay cuatro millones de hidalgos, la plata sigue llegando de América, el mar está en calma en el canal de la Mancha y algún día Felipe (II+IV) estará al frente de la armada. Hermosa coincidencia, a lo mejor alguien se vuelve a excusar con eso de "yo no mandé a mis naves a luchar contra los mercados".
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(*) Jordi Paniagua Soriano fue responsable de gestión del conocimiento de VCI y es profesor de econometría de la UCV.
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