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Más allá de la democracia

Por JOAQUÍN MARTÍN CUBAS. 03/04/2010

Hace pocos días interpretábamos los resultados electorales en las elecciones regionales de Francia como un indicio inequívoco de que algo se estaba moviendo en el panorama electoral europeo: fuerte abstención, castigo al partido del gobierno y ascenso del voto a la ultraderecha xenófoba. No han pasado dos semanas y se repiten datos similares, salvando las inevitables distancias, en otro país vecino, Italia, donde también se incrementa la abstención, el castigo al partido del gobierno y el apoyo electoral a un partido con ciertos rasgos xenófobos como es la Liga Norte de Umberto Bossi.

En ninguno de los dos casos aparece con claridad la izquierda como alternativa de gobierno; bien es verdad que los resultados de ésta le han permitido, en Francia, levantarse de su postración y, en Italia, mantener el envite político-electoral merced a un empate pírrico con Forza Italia y a la consecución -a duras penas- del gobierno en una mayoría de regiones. Con todo, en ambos casos, el mensaje del electorado a sus respectivos gobiernos ha sido claro: "No nos gusta lo que hay, tampoco lo que puede haber, con vuestro pan os lo comáis y os doy donde más duele". Señal inequívoca de lo que puede pasar en el futuro y advertencia que no puede caer en saco roto ni para los gobiernos conservadores de estos países ni para sus alternativas de izquierdas, ni para sus homólogos en los países vecinos, ya estén en el gobierno o en la oposición.

Fenómenos electorales como el presente no son nuevos. En las democracias avanzadas ha ocurrido en otras ocasiones, encendiéndose entonces todas las alarmas entre los demócratas, y también ha ocurrido en países con regímenes democráticos débiles que, en muchos casos, no han podido resistir el envite del populismo en situaciones de crisis. No está escrito en ningún lugar que la libertad que disfrutamos sea eterna ni que las democracias no tengan vuelta a atrás. De hecho la crisis económica empieza a pasar factura: en los últimos años, Freedom House dixit, el número de democracias en el mundo ha descendido de 123 a 116 y muchas de las que se mantienen han visto reducido sus índices de calidad democrática.

Si además hacemos caso a Antonio Marquina, coautor y editor de Global Warming and Climate Change, el cambio climático -esto es, los conflictos por la escasez de agua y alimentos y los flujos migratorios derivados de los problemas medioambientales- fomentará en el mundo los Estados fallidos y los regímenes autoritarios. Pero el populismo, las más de las veces en forma de xenofobia, acecha incluso en las democracias más sólidas y avanzadas: Francia, Italia, antes vistas, pero también Holanda, Grecia,... Ni siquiera Estados Unidos se libra del fenómeno: el Tea Party ha ganado adeptos en poco tiempo. No se trata pues de un fenómeno localizado sino de una tendencia general de la que se pueden y deben extraer las debidas conclusiones.

La política es una cosa seria. En juego no sólo están los gobiernos de turno sino nuestra propia forma de convivencia: en nuestro caso, la democracia tal y como la hemos conocido hasta la fecha. Con el viento a favor todos los barcos son fáciles de gobernar pero cosa distinta es cuando vienen mal dadas. Y una situación adversa, donde las haya, es una recesión económica como la que se está viviendo a nivel mundial. En España no estamos libres de esas amenazas.

En el ámbito local algunos avisos hemos tenido en Gavà, Vic y otras localidades. Quizá, por fortuna, las elecciones generales se produjeron al inicio de la crisis y el gobierno actual, pese a la que está cayendo, ha podido disfrutar de un período de tranquilidad electoral. Sólo las encuestas nos permiten avistar las tendencias presentes en la sociedad. No estamos mal, pero, visto lo visto, conviene ser precavido. Las democracias son regímenes fundamentalmente garantistas donde el poder se ha distribuido horizontal y verticalmente para impedir los abusos y donde los consecuentes procedimientos para tomar decisiones, necesariamente abiertos a todos, pueden ralentizar las respuestas a los problemas.

En ese marco juegan muy bien los oportunistas, los demagogos, los sinescrúpulos y, en todos los lares, de ellos haylos. Por eso, éste es el momento en el cual la altura de miras y el sentido de Estado deben ocupar el lugar de los intereses espurios, del regate corto, de las ambiciones personales. Es la hora de los magnánimos, pues, como afirma Brunetto Latini, la magnanimidad es "la virtud que confiere audacia al hombre y fortalece su corazón deparándole el coraje que precisa para emprender grandes cosas". ¡Así sea!

(Joaquín Martín Cubas es profesor de Ciencia Política Universidad de Valencia)

 

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2 comentarios

Pepe Vargas escribió
04/04/2010 16:19

El autor parece ignorar,o ignora, lo apuntado por tantos como Mancur Olson. A saber que los políticos sólo defienden sus propios intereses y que mientras se mantenga elevado % de participación electoral las críticas se las traen al pairo. Y si viene un populista antidemocrático con asustar que viene el lobo en paz. ¿cómo si no se explica que no hayan aprobado ya medidas eficaces y reales contra la corrupción?. Ahí está Berlusconi y los imaginarios políticos decentes ni están ni se les espera (poquer no los hay evidentemente).Pues eso, menos metafísica y más explicar la realidad.

valencianet escribió
04/04/2010 10:54

La izquierda está cada vez más en fuera de juego. En USA los dos partidos serían de derechas si estuvieran aquí. En Valencia nos obligan a ser de derechas, porque la izquierda es un cero a eso... a la izquierda.

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