VALENCIA (FOTO: EFE). Todos los partidos y opciones políticas, con la excepción quizá del PP (que ha perdido ya toda credibilidad en este asunto), abogan por el relanzamiento de la inversión en I+D para impulsar un cambio del modelo productivo. No seré yo quien critique tan loables, aunque algo tardías, intenciones, pero sí me gustaría realizar algunas precisiones al respecto, con el fin de situar el problema en los términos que puedan ser comprensibles para el público en general, al tiempo que permitan transformarse en propuestas políticas operativas.
Para empezar, el volumen de inversión realizado en I+D por un determinado país, en términos de su porcentaje del PIB, es, en efecto, una condición necesaria para fortalecer el tejido productivo, diversificar éste hacia nuevas actividades, y desde luego para impulsar la mejora competitiva de sus empresas. Pero no es, en modo alguno suficiente. Si al mismo tiempo, el Sistema de Innovación en su conjunto (del cual, la I+D, es sólo uno de sus componentes) es estructuralmente débil, inconexo y desarticulado, entonces bien podría ocurrir que el conocimiento generado por el entramado científico-tecnológico no llegue nunca, con la fluidez y eficacia que sería deseable, al sistema productivo, que es lo que, a fin de cuentas, importa.
En el caso de España, y muy particularmente, de la Comunitat Valenciana, esto es en gran parte, lo que ocurre. De tal manera que el problema no es solo que el esfuerzo que realizamos en I+D es muy reducido (aproximadamente un tercio menos que la media europea de los 28, y casi tres veces menor que Suecia, Japón o Finlandia, por ejemplo), sino que los efectos de dicho esfuerzo sobre el sistema productivo han sido, y aún hoy siguen siendo, muy poco visibles, sea cual sea el indicador que utilicemos para su contrastación.
Ni el número de patentes internacionales, ni el porcentaje de sectores de alto contenido tecnológico, ni las principales balanzas tecnológicas, muestran una mejora en su comportamiento, concordante con el crecimiento de la inversión en I+D, que, al menos hasta 2008, se produjo.
Curiosamente, el único indicador (Gráfico 1) que parece haber seguido una senda positiva, paralela al crecimiento de dicho esfuerzo en I+D, ha sido el relativo a la producción científica (medida por el porcentaje sobre el total mundial de documentos publicados en revistas de reconocido prestigio internacional), que es, en buena parte, el más alejado de la actividad productiva directa, y en el que las universidades juegan un papel muy preponderante. Algo que resulta lógico, puesto que tanto la carrera profesional de los investigadores, como sus retribuciones, dependen en buena medida de esta forma concreta de valorar su productividad.
Gráfico 1: Evolución de la producción científica española
(sobre el total mundial)
Fuente: COTEC, 2010
Pero es que, además, reconociendo la importancia estratégica que la I+D tiene en el desarrollo a largo plazo de los países, debe remarcarse que ésta no es la única fuente de innovación para las empresas. Existen, en efecto, numerosas formas de mejorar la competitividad de éstas, a través de innovaciones generadas en su propio seno (como las relacionadas con mejoras incrementales en el diseño, en la calidad, en la logística o en la propia organización) o adquiridas en el exterior (como la compra de inputs intangibles o de maquinaria con tecnología incorporada), que no requieren de aquella y, sin embargo, pueden tener un impacto muy positivo en sus estrategias competitivas.
Es por ello por lo que resulta mucho más preocupante que la existencia de una insuficiente inversión en I+D (lo que, en cierto modo, estaría justificado en el caso de las Pymes), el hecho de que las empresas muestren un reducido uso de la innovación en general, venga ésta de donde venga. De tal modo que el comportamiento innovador de las empresas vendría a ser un indicador más preciso de la fortaleza competitiva de un territorio, y también de su capacidad de adaptación a los cambios en el entorno.
En el gráfico 2, que muestra el mapa de países europeos clasificados por la intensidad en su comportamiento innovador, con datos de provenientes de la Oficina Estadística Europea (EUROSTAT), puede observarse que España se sitúa por debajo de la media de los 27, tanto por lo que respecta a dicho comportamiento innovador, como al crecimiento interanual de éste. Lo que aclara bastantes cosas.
Gráfico 2: Índice de comportamiento innovador (UE-27)
Fuente: Servicio de Estudios de "La Caixa", 2010
Línea de puntos: comportamiento innovador UE-27
Pero existen otros indicadores elaborados por la propia UE, como el Regional Innovation Scoreboard (RIS), que analizan el comportamiento innovador de las regiones europeas (Gráfico 3), y que, por ejemplo, ha detectado una caída neta de dicho indicador, únicamente en dos regiones españolas: Murcia y la Comunitat Valenciana, entre los años 2004 y 2010. Y ello en plena apoteosis inmobiliaria, y cuando nuestras tasas de crecimiento anual del PIB (al menos, hasta 2008) superaban con creces el 3%. Lo que también explica muchas cosas.
Gráfico 3: Crecimiento del comportamiento regional innovador
(2004-2010)
Fuente: Comisión Europea
Conclusión: la mejora del modelo productivo tiene mucho que ver con la I+D. Pero la inversión en I+D, no garantiza, por sí misma, la mejora del modelo productivo. Es más bien el funcionamiento del Sistema de Innovación en su conjunto, y, por tanto, la capacidad que éste tenga para generar, primero, y hacer llegar, después, todo tipo de conocimiento útil a las empresas con el fin de fortalecer sus estrategias competitivas, lo que, de verdad, importa.
Cierto es que gestionar correctamente el Sistema de Innovación es mucho más difícil y complejo que la simple decisión de aumentar el presupuesto de I+D. Además, no permite "cortar cintas" ni inaugurar edificios. Pero, a la larga, la mejora significativa de un determinado modelo productivo, no puede conseguirse sin ello. Acertemos en el diagnóstico, y encontraremos las soluciones.
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