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La revolución de lo cotidiano

JOSÉ LUIS PASTOR. 24/03/2015 Si todo ha cambiado a nuestro alrededor, ¿no debiéramos reorganizarnos para ser más eficientes?

Markethink

José Luis Pastor

Experto en marketing
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VALENCIA. Se me ocurrió hace unos días consultar el número de taladradoras que los españoles tenemos a la venta en el portal Ebay. Pues bien, existen 63.000 vendedores intentando dar salida a esa fabulosa herramienta de perforación casera. En Estados Unidos encontramos 80 millones de hogares equipados con este producto estrella de la era do it yourself al que pocos hemos podido resistirnos tras una buena dosis de anuncios hipnotizantes de la ‘Teletienda'. Las estadísticas dicen que el consumidor americano utilizará la taladradora 13 minutos de media en toda su vida. Este despropósito es la punta de lanza de la cultura del consumo impulsivo. Del consumidor despreocupado que se escudaba bajo el paraguas de la bonanza y los mercados que tendían siempre hacia arriba. Ciudadanos ajenos a posibles escenarios de escasez y desentrenados para ejercer la ingeniería de llegar a fin de mes.

¿Qué sucede cuando nuestro futuro deja de estar asegurado, cuando lo básico se convierte en lujo o cuando debemos sacrificar (muchas) partes de nuestro preciado estilo de vida? Pues bien, el efecto ha sido automático y es revolucionario. Está sujeto a una reordenación de las prioridades del consumidor. Un rediseño inteligente de los procesos a los que recurre a la hora de informarse, evaluar opciones y decidir. La manera en la que afronta sus cotidianidades: trabajar, salir a cenar, viajar o vestirse. Y es que esta (r)evolución mental del usuario se está produciendo de forma tan radical que empieza a resquebrajar los cimientos de la economía de mercado tal y como la conocemos. Por primera vez en los últimos cuarenta años, intentamos racionalizar nuestro comportamiento de consumo para no sacrificar injustamente los recursos escasos de los que disponemos.

Se calcula que tenemos en nuestras casas 533.000 millones de euros en productos que no usamos. Este nuevo consumidor que huye del impulso irracional y pasa a ser ordenado y coherente se ha dado cuenta de que nuestros coches están parados más del 95% de su tiempo, que desperdicia el 40% de sus alimentos y que el 50% de los hogares quedan libres en vacaciones. Era cuestión de tiempo (y tecnología) que el ciudadano decidiera retomar la pregunta innata a toda rebelión latente: si todo ha cambiado a nuestro alrededor, ¿no debiéramos reorganizarnos para ser más eficientes?

La consecuencia es una economía colaborativa que está restando a los mercados tradicionales más de 26.000 millones de dólares al año y que crece a un ritmo imparable. Estamos hablando de una generación con un nuevo concepto de propiedad, donde comprar se sustituye por usar, en un mundo donde sobra de todo. Y es que más de un millón de personas en Europa han decidido comunicar con antelación sus trayectos en coche en la plataforma BlaBlaCar con la finalidad de dar salida al espacio ocioso. Miles de propietarios de vehículos rentabilizan sus trayectos hasta el punto de cubrir la gasolina y su amortización. Compartoplato.com nos permite intercambiar alimentos con nuestros vecinos. Dogvacay permite a miles de estudiantes sacarse una media de 1.000 dólares al mes cuidando mascotas en sus ratos libres. Shipper es una comunidad que comparte maletero del coche para realizar envíos de paquetería por toda España. Marcas como Airbnb -yo comparto mi casa y tú la tuya-, o Couchsurfing -mi sofá a disposición del viajero- han volteado a la industria turística. El sector financiero observa atónito cómo las personas se organizan para prestarse dinero entre ellos en comunidades como Kickstarter.

En junio, 10.000 taxistas se manifestaban en Londres por la destrucción potencial de empleos que Uber -la plataforma del ‘si vas cerca te llevo'- trae con su modelo de negocio. Pues bien, la desintegración del capitalismo ha comenzado y viene de la mano del intercambio entre vecinos anónimos de esta aldea global. El libro que ya he leído, la comida que me sobra o la bici que no uso por las mañanas se convierten en el bien común de una nueva y transformadora economía de lo cotidiano.

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