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OPINIÓN / 'PASABA POR AQUÍ'

Repartir el trabajo o
repartir los beneficios

ANDRÉS GARCÍA RECHE. 01/02/2015

"PASABA POR AQUÍ"

Andrés García Reche

Profesor de Economía Aplicada. Universitat de València
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VALENCIA. El interesante artículo del profesor Gregorio Martin en El País (06-01-2015) titulado: "Digitalización y desempleo, el nuevo orden", vuelve a poner sobre el tablero económico la tan temida, como recurrente, discusión sobre el reparto de trabajo. Un reparto al que, de acuerdo su argumentación, estamos abocados irremediablemente, esta vez sí, a causa de la más que evidente escasez de oferta de empleos provocada por el imparable desarrollo de la digitalización en todos los ámbitos de la actividad humana. Hasta el punto que "la pérdida de empleos provocada por la digitalización no encuentra contrapartida con la creación de otros que equilibrarían la balanza", concluyendo que "desgraciadamente, el empleo disponible, como la energía, es un recurso escaso que habrá que administrar racional y democráticamente".

En realidad, G. Martin tiene razón y no la tiene. O, por mejor decirlo, tiene razón solo en parte. Como ha ocurrido en otros periodos de la Historia, desde que en 1769 James Watt inventara la primera máquina de vapor, o más precisamente, desde que Cartwright introdujera en 1785 el primer telar mecánico en las fábricas de Yorkshire, la preocupación por la escasez de puestos de trabajo, ante la evidencia de que los avances tecnológicos generaban desempleo masivo (en el corto plazo, y en el sector de actividad que los había incorporado inicialmente), ha ido emergiendo a la discusión pública cada vez que una nueva oleada de innovaciones más o menos radicales irrumpía en el panorama productivo mundial.

Ocurrió, en efecto, con la mecanización de los textiles en Inglaterra en el S. XVIII, pero también ocurrió con la llegada de la producción en serie a principios del S. XX (fordismo), o con la de la producción flexible (toyotismo) en los años 80, y ocurre ahora, con la irrupción de la microelectrónica, las Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TIC). Y es muy probable que dentro de no más de cinco años estemos todos actuando bajo el mantra de la additive manufacturing (también llamada, fábrica 4.0), las impresoras 3D, el uso del Big Data para procesar cualquier información, las nubes cibernéticas y la conectividad global.

Muy bien, ¿y qué? ¿va a desaparecer, esta vez sí, el trabajo, que, en otras ocasiones también desapareció, y luego, sin saber muy bien por qué, volvió a aparecer? En mi opinión, y de acuerdo con la experiencia histórica, la respuesta es que no. O que, en todo caso, los partidarios del sí no disponen todavía de argumentos suficientemente sólidos a priori para fundamentar su apocalíptico vaticinio.

Veamos el problema más de cerca. Si observamos la evolución de los datos a muy largo plazo (por ejemplo, 200 años), puede constatarse cómo, en realidad, el trabajo ya se ha ido "repartiendo" a lo largo de la Historia bajo la forma de una reducción significativa de las horas empleadas por cada trabajador ocupado en la realización de su propia actividad, y no ya solo sin merma alguna de su salario real, sino, muy al contrario, con crecimientos de éste más que notables; todo ello, al mismo tiempo que aumentaba de forma cuasi exponencial el número de trabajadores ocupados.

La explicación de esta aparente paradoja se encuentra en el formidable avance de la productividad producido con el paso de los años, consecuencia directa, a su vez, de los cambios tecnológicos que, en muchas ocasiones han sido, ad initio, los responsables de la destrucción directa de puestos de trabajo.

Como puede observarse en el siguiente cuadro, que agrupa los datos históricos para el Reino Unido obtenidos por Angus Maddison en su monumental obra "La Economía Mundial", desde el inicio de la primera Revolución Industrial hasta el año 2000, las horas realizadas al año por cada trabajador han caído por término medio a la mitad, al igual que las horas trabajadas por semana y día. Y sin embargo, mientras tanto, la población ocupada se multiplicaba por 5,5 (de casi 5 millones, a más de 27) y el PIB per cápita en términos reales de los británicos, lo hacía por 13! (de 1.505 dólares a casi 20.000).

Teniendo en cuenta que durante ese período de tiempo ocurrieron todos los cambios tecnológicos que uno pueda imaginarse -incluyendo la primera fase de la Era de la Información en la que nos encontramos-, no da la impresión de que la innovación y la tecnología sean las principales responsables de la creciente escasez de puestos de trabajo que, con cierta periodicidad, parece angustiar a la Humanidad.

Muy al contrario, han sido los espectaculares avances de productividad derivados del cambio tecnológico, los que han permitido no solo la ampliación de los mercados y la extensión casi sin límites de la oferta de bienes y servicios, sino, también, el aumento del empleo y de los niveles de vida de la población. Y todo ello, reduciendo significativamente, al mismo tiempo, el número de horas dedicadas por cada trabajador a su actividad laboral.

Conclusión, las propuestas de reparto, como solución defensiva a la pretendida escasez de puestos de trabajo provocada por las sucesivas oleadas de innovación, están, en mi modesta opinión, muy mal enfocadas. Solo una apuesta decidida y continuada por la innovación y el avance tecnológico, con el consiguiente aumento de la productividad que de ello se deriva, permitirá centrar la discusión en donde ésta es, realmente, relevante. A saber: quién se apropia, y cómo, de dicho aumento de productividad.

Lo que irremediablemente nos lleva a afirmar que el principal problema de la Humanidad en los próximos decenios no va a ser la "escasez de puestos de trabajo", sino el desigual reparto de la riqueza y de los frutos del progreso tecnológico. Es en la distribución de ésta, y no en su producción, en donde se encuentra el nudo gordiano de nuestro futuro. Y ya advierto que si seguimos equivocándonos en el diagnóstico, las soluciones también continuarán alejándose.

"PASABA POR AQUÍ"

Andrés García Reche

Profesor de Economía Aplicada. Universitat de València
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