Recientemente tuve que debatir con otro académico no economista sobre las fortalezas y debilidades del mercado de trabajo en España. Al terminar mi exposición inicial, en la que había utilizado un par de gráficos y algunos cuadros numéricos para apoyar mi argumentación, tomó la palabra mi contrincante: "esto es un ejemplo de lo que yo llamo la magia de los números", dijo y, volviéndose hacia mí, me apuntó con un dedo condenatorio: "¿dónde estaban todos esos números cuando tuvieron que predecir la crisis económica?".
Estas dos frases, llenas de ingenio, forman parte de la cantinela que algunos economistas estamos obligados a escuchar cada vez que nos atrevemos a abrir la boca o la pluma. Por fin os hemos desenmascarado, panda de ineptos, nos espetan a modo de saludo, en los debates, las tertulias, o las reuniones familiares, desde detrás de los micrófonos o través de los platos de paella, en las columnas de los periódicos o desde los pilares de la Moncloa.
En las economías reales interactúan millones de personas y de empresas, cada una de las cuales tiene que tomar decisiones sobre miles de variables a lo largo de su vida. Los resultados económicos que se producen en el mundo real son, por lo tanto, consecuencia de los miles de millones de decisiones llevadas a cabo por los agentes individuales. Las teorías económicas sintetizan el proceso de toma de decisiones de los agentes individuales con la finalidad de entender mejor los fenómenos económicos.
La magia de los números a los que se refería mi colega universitario no es más que el resultado de la aplicación de modelos económicos, que son formalizaciones matemáticas de las teoríasconómicas. A su vez, la utilización de las matemáticas en la modelización económica satisface dos condiciones deseables: por una parte, plantea el razonamiento económico en un lenguaje que impone una gran disciplina lógica, estableciendo un claro hilo conductor desde los supuestos iniciales a las conclusiones finales y, por otra parte, facilita la contrastación empírica, es decir, la confrontación cuantitativa de la teoría y los datos.
La consistencia lógica impuesta por los modelos económicos distingue el razonamiento económico serio de las charlas bareñas de econofutbolía, en que suelen convertirse las exposiciones económicas sin andamiaje teórico. Además, la contrastación empírica de las teorías sienta las bases, mediante la refutación, para la evolución del conocimiento científico: la teoría del Big Bang sobre el origen del universo es la dominante porque no ha podido ser refutada, aunque el proceso de contrastación continúa conforme los avances técnicos facilitan, por ejemplo, la construcción de aceleradores de partículas más potentes.
De modo similar, en el terreno de la economía, la teoría del ciclo vital del consumo, con sus implicaciones ricardianas de política económica, superó a la teoría keynesiana porque ésta encajaba mal con la elevada volatilidad de la tasa de ahorro. Conviene no olvidarlo, ahora que los hechiceros de la tribu de los descreídos invocan con profusión el espíritu de Keynes en su versión más ortodoxa.
Así pues, los modelos matemáticos en la economía, como ha sucedido, por ejemplo, en la física, la astronomía o la biomedicina, evolucionan constantemente a lo largo de la historia, y esa evolución nos ha conducido a un mejor conocimiento de los fenómenos económicos. La incapacidad de un modelo para explicar unos hechos sirve de incentivo para la aparición de nuevas teorías o la mejora de los modelos vigentes. Conceptos como fallos de mercado y mercados incompletos, fricciones y desajustes en los mercados, e incluso comportamiento no racional ya existían desde hace tiempo en muchos modelos económicos pero, sin duda, saldrán reforzados en los nuevos modelos que aparezcan después de esta crisis.
Este proceso de ‘selección natural' de las teorías, en el que las mejores perduran y se abandonan las teorías más débiles, forma parte del progreso de la ciencia, y no tiene porqué extrañarnos. Sin embargo, y de forma paradójica, la última crisis económica ha desatado la furia de los que podríamos denominar enemigos del método científico. El argumento de deslegitimar la economía como disciplina, basado en su incapacidad para prever con la suficiente antelación los peligros que se cernían sobre el sistema financiero, es injusto. Y lo es por dos razones. En primer lugar porque una parte importante de la profesión ya estaba avisando desde hacía años de los grandes desequilibrios macroeconómicos en un mundo globalizado, desequilibrios que se ha demostrado han contribuido a hinchar la burbuja de activos hasta su explosión. Y en segundo lugar, porque el objetivo de la economía, nunca puede llegar a ser la predicción de las crisis financieras, porque éstas están inevitablemente aparejadas a sorpresas, es decir, variables típicamente no previsibles.
A fin de ilustrar esta última afirmación, permítaseme la osadía de establecer un paralelismo entre la economía y otras disciplinas del conocimiento mucho más respetadas. Imaginemos que no habláramos de economistas, sino de físicos ¿deberíamos concluir que la geofísica, es una ciencia inútil porque los sismólogos no fueron capaces de predecir el tsunami que devastó Indonesia y no alertaron de los terremotos de Haití o Chile? Y si en lugar de los economistas se tratara de médicos ¿estableceríamos la invalidez de los avances habidos en el diagnóstico y tratamiento de enfermedades durante el último siglo simplemente porque la medicina no vio venir el SIDA, se equivocó en la predicción de la incidencia de la gripe A, no puede saber cuándo volverá a rebrotar el virus del ébola o no acierte a decirnos cuándo y de qué moriremos?
Aunque no es el único ni el más importante de sus cometidos, los economistas, los sismólogos y los médicos utilizan modelos probabilísticos para realizar predicciones. Este ejemplo pone de manifiesto que los modelos no son infalibles, ni en economía ni en ninguna ciencia y, aunque imperfectos, siguen siendo las herramientas más útiles de las que disponemos para entender los fenómenos que nos interesan, ayudando a diagnosticar problemas y dirigiendo la toma de decisiones. En base a sus modelos, los sismólogos dibujan zonas de riesgo y sirven de apoyo a la recomendación u obligación de construir edificios preparados para aguantar terremotos, los médicos establecen pautas de hábitos saludables y prescriben terapias preventivas y los economistas aconsejan medidas de política económica. Estas atribuciones son legítimas y perfectamente compatibles con los errores de predicción.
Ahora imaginemos que existiera una corriente muy intervencionista en la medicina que lograra imponer sus postulados al conjunto de la población. Imaginemos que se nos obligara a inyectarnos cientos de vacunas, la mayoría de dudosa eficacia, para prevenir ataques de virus, o a ingerir grandes cantidades de antibióticos para contrarrestar preventivamente las consecuencias de graves infecciones. Seguramente nuestro sistema inmunológico quedaría tan debilitado que el primer grano de polen que lo impactara (algo totalmente inevitable) nos dejaría fuera de combate durante mucho tiempo.
No volvamos a copiar ese mismo error en economía. La historia está llena de ejemplos de las nefastas consecuencias que sobre los sistema productivos tiene el exceso de regulaciones, intervenciones y cortapisas a la competencia. Siempre habrá un virus escondido en el reverso de una cuchara. De modo similar, siempre habrá una crisis sistémica latente en el último producto financiero.
Para prevenir que un resfriado se convierta en una pulmonía, la mejor prevención es cultivar un sistema inmunológico fuerte en un cuerpo sano. Los médicos lo saben, nos dictan pautas para lograrlo, y nos piden un esfuerzo en términos de ejercicio, alimentación y revisiones periódicas. Del mismo modo, para evitar que lo que inicialmente surge como un fallo en la evaluación del riesgo en el sistema financiero, se termine convirtiendo en un contagio generalizado por todos los órganos de la economía, debemos potenciar su sistema inmunológico: la competencia. Como los médicos, los economistas también conocemos los hábitos adecuados para lograr una competencia saludable. En este caso, el esfuerzo en términos de ejercicio para los trabajadores se llama formación, la alimentación equilibrada para las empresas se conoce como innovación, y las revisiones periódicas que los gobiernos establecen, supervisión.
He empezado este artículo hablando de una cantinela contra los economistas. Les propongo ahora un mantra distinto. Repitan conmigo: "el mes que viene seremos testigos de una nueva crisis financiera". Enséñenselo a sus hijos, y que éstos a su vez lo transmitan a los suyos, y no dejan de repetirlo cada mes, año tras año, hasta que al final seamos testigos realmente de una nueva crisis financiera. Les prometo que ustedes, sus hijos, o sus nietos, se harán famosos por haber vaticinado una crisis financiera cuando nadie la había previsto. Y todo eso, sin necesidad de saber economía.
(Javier Ferri es profesor del Departamento de Análisis Económico de la Universidad de Valencia)
Hola Javier, interesante columna, muy útil para sacar ideas y exponer argumentos contra los que dudan de la validez de la economía como ciencia, ¡¿donde estén sus ideologías para que van a querer ciencia?! Y es que al fin y al cabo la economía tiene mucho que decir sobre la política económica, la cual tiene un grandísimo peso en la política en general, y por tanto, al chocar contra la ignorancia de los ciudadanos, en forma de sus ideologías y dogmas, los ciudadanos prefieren refutar la propia ciencia. Esto es algo que podemos ver en otras ciencias, como en el caso de la Teoría de la Evolución tan puesta en duda donde hay unas fuertes creencias en contra, o el caso de las llamadas "medicinas alternativas". Por cierto, me ha encantado cuando la has comparado con otras ciencias y su capacidad de predicción y cuando has hablado de la selección natural de teorías. También las dificultades para probar mediante experimentación, típicas en cualquier ciencia social, son una barrera no solo para mejorar nuestro conocimiento sino para mostrarlo al resto del mundo. Que sorpresa me he llevado al encontrar esta website, me la podrías haber recomendado cuando te pregunté por webs de economía. Gracias por la columna.
muy buena la columna, no tengo tiempo para mas un saludo
Una aproximación divulgativa de Economía como ciencia y rama del conocimiento. Me gusta, mis respetos. Quiero añadir que la Economía estudia fenómenos sociales donde interactuan comportamientos humanos individuales o colectivos, con sus consecuentes intereses indeterminados; la Sismología estudia fenómenos naturales determinados. También existen técnicas predictivas (Predictiva), que dudo la conozcan los vividores y charlatanes que nombra José Luis, son meros loros de repetición, memoriones pero apenas reflexivos. Hace años, un eminente profesor de economía empezaba los cursos diciendo que la Economía es mitad ciencia social y mitad experimental, a la vez determinismo e indeterminismo. ¿Crisis? ¿Protocolos? Es toma de decisiones pura y dura ¿Poderes? Este que escribe participa... como consumidor de productos tangibles e intangibles... y un apenas como ciudadano. Mis cibersaludos.
Fantástica columna !!felicidades¡¡
Lo que, entre otras cosas igual de importantes, soslaya el profesor es que ni médicos ni sismólogos están todo el día en los medios de comunicación hablando de cómo irán las enfermedades o de cómo van a evolucionar los seismos. Por contra, organismos internacionales, nacionales y autonómicos, además de individuos de los que se desconoce su competencia en ver el futuro, no se cansan de hacer prediccione que pocas veces se cumplen (hasta vivir de eso). Y entonces, no se les oye entonar mea culpa alguno o hacer ningún tipo de rectificación. Ni a sus colegas decir nada. Eso por no hablar de teorías en conflicto que derivan en el equivalente a lo que serían los protocolos médicos contrapuestos. Por ejemplo ¿hay que subir o bajar los impuestos hoy en España par aluchar contra la crisis?. Así que si fueran menos parlanchines o menos corporativistas, igual los que trabajamos en este mundo de la empresa les tendríamos más respeto.
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