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OPINIÓN / 'PASABA POR AQUÍ'

Qué hacer con nuestro modelo productivo (I)

ANDRÉS GARCÍA RECHE. 23/11/2014

"PASABA POR AQUÍ"

Andrés García Reche

Profesor de Economía Aplicada. Universitat de València
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VALENCIA. He dedicado una parte sustancial de mi vida académica como economista a intentar averiguar las razones que explican por qué unas regiones, dentro de un mismo país, están más desarrolladas que otras, y algunas, incluso, no están desarrolladas en absoluto. Pero también, otra buena parte, a comprender cómo la política pública y las instituciones puede acelerar el proceso de desarrollo, a través de instrumentos eficaces orientados, de un lado, a remover los obstáculos que lo impiden, y, de otro, a propiciar una rápida adaptación al cambio por parte de las empresas que conforman el núcleo duro de un modelo productivo dado.

Respecto del primer asunto, créanme si les digo que no es tan fácil como parece. Sabemos, eso sí, que el origen de la industrialización en un determinado lugar, y no en otro, obedece a variables aleatorias, imposibles de determinar a priori. O si se prefiere, expresado de manera más precisa, que hay decenas de razones, de lo más variopinto, que explican el por qué se inició una actividad industrial en cierto momento del tiempo. Razones, por lo demás, que solo podremos determinar ex post a través de un análisis histórico-biográfico de su trayectoria particular.

Solo entonces descubriremos por qué Japón es la tercera economía del mundo, sin recursos naturales, ninguno; por qué Argentina está tan alejada de los primeros puestos, teniéndolos todos; por qué Holanda produce más flores que nadie, sin tener tierras de cultivo; por qué Almería, que tiene menos agua que el desierto de Arizona, es una potencia en frutas y hortalizas, o por qué los textiles se extendieron por las montañas de Alcoi y Ontinyent, con unas carreteras infames en las que no cabían dos camiones de transporte al mismo tiempo.

Lo único que sí sabemos con seguridad, es que, una vez que el proceso se inicia, por los motivos que sean, éste tiende a ser acumulativo, a causa del "efecto llamada" que las empresas de un mismo sector (o de sectores conexos) que llegaron antes, ejercen sobre sus competidores. Dicho efecto llamada fue bautizado por Alfred Marshall, en 1920, con el término "economías externas", es decir ventajas que las empresas obtienen por el mero hecho de instalarse unas cerca de otras, tales como la existencia previa de trabajadores y proveedores especializados, o el fácil acceso a la tecnología y el know how generado por las restantes empresas del sector. La existencia generalizada de cluster y distritos industriales en cualquier parte del mundo que consideremos, incluyendo la Comunidad Valenciana, vendría a ratificar sin lugar a dudas la validez de dicha teoría.

Paul Krugman definió, de manera bastante gráfica, este bucle acumulativo del desarrollo como fenómeno Qwerty, para indicar que, fuese cuales fuesen las razones primigenias que explican el inicio del desarrollo industrial en un territorio, éste quedaría ya atrapado en el tiempo debido a las importantes fuerzas centrípetas que actúan sobre él. El teclado de nuestro ordenador, en efecto, no es, ni de lejos, el óptimo en términos de velocidad de escritura, pero ¿quién se atrevería hoy a diseñar otro teclado "más rápido" e intentar venderlo? y, sobre todo, ¿quién lo compraría? El sorprendente resultado es que hoy, en pleno S. XXI, toda la estratégica industria del conocimiento se sostiene sobre un teclado deficientemente diseñado, que no resistiría el más mínimo control de calidad según los estándares vigente. Pues muy bien, ¿y qué?

Lo que importa es que, con el paso del tiempo, este proceso de desarrollo acumulativo cristaliza en eso que hemos dado en llamar, de manera más o menos precisa, modelo productivo, caracterizado por una gama de actividades especializadas, consecuencia directa de su propia biografía económica, y que es lo que, a la postre, diferencia a dicho territorio respecto de otros. Ahora bien, el hecho de que exista una cierta especialización espacial de las actividades económicas, no impide en absoluto que, en el interior de los "sectores" se produzcan comportamientos muy diferentes entre las distintas empresas que los componen (los agentes económicos se comportan como organismos vivos).

Una parte de ellas puede apostar por estrategias competitivas enfocadas a la continua reducción de costes para abrirse paso en el mercado a través de los precios bajos. Otras, a diferenciar su producto a través de la innovación, y otras, en fin, a lograr ambas cosas, gestionando de manera integrada toda su cadena del valor, mediante el uso intensivo de TIC y logística.

Y aquí comienza la segunda parte del problema que nos afecta de manera muy directa. Si aceptamos que la primera de estas estrategias encuentra cada vez más dificultades para ser instrumentada por las empresas ubicadas en regiones desarrolladas (debido, entre otras cosas, a los menores costes salariales vigentes en los países competidores emergentes); y, además que, como ocurre aquí, en la Comunidad Valenciana, el porcentaje de empresas de un "sector" que han optado decididamente por las segundas, es bajo, demostrando así que el modelo productivo en su conjunto tiene una escasa capacidad de adaptación a los nuevos requerimientos de la demanda y de la competencia global, entonces ¿qué es lo que impide que las instituciones públicas jueguen un papel activo, removiendo obstáculos y actuando como catalizador del proceso, fortaleciendo así dicha capacidad de adaptación?

Yo creo que nada. A excepción de la ignorancia, claro está, lo cual no es descartable. Otra cosa muy distinta, y quizá aún más importante, es el cómo. Pero, puesto que se me acaba el espacio, esto será objeto de análisis en el siguiente capítulo de la serie. Continuará...

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Andrés García Reche

Profesor de Economía Aplicada. Universitat de València
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