VALENCIA. Para entender algunos conceptos económicos básicos a veces resulta mucho más efectivo aplicar el sentido común que apelar a modelos sofisticados complejos de difícil interpretación, o, en sentido contrario, dar por buenas las interpretaciones simplistas que se realizan por los responsables políticos del asunto, identificando una variable determinada como la principal causante del problema que queremos solucionar.
Esto es lo que ocurre, por ejemplo, con el desempleo en España (y particularmente, en la Comunidad Valenciana). Desde hace unos años se viene transmitiendo la sensación al público en general de que la elevada tasa de paro que padecemos tiene su origen en la excesiva rigidez del mercado de trabajo y que, por tanto, resultaba absolutamente prioritario la 'reforma' de este último.
No voy a ser yo quien discuta el hecho de que el mercado de trabajo necesita un grado suficiente de flexibilidad para reducir los altos niveles de paro estructural generado por la escasa movilidad territorial o funcional en el seno de las empresas, por los elevados costes de los despidos, o por la inadecuación de la formación de los trabajadores con las demandas de aquellas. Incluso puede ser razonable cierto margen de maniobra en las empresas para adaptar sus necesidades laborales (medidas en horas de trabajo) a las condiciones de sus pedidos de bienes y servicios, evitando así que la caída coyuntural de ésta, en ciertos momentos, signifique necesariamente la reducción de la plantilla.
Ahora bien, deducir de todo ello que el nivel de empleo en un país determinado depende, principalmente, de esta única variable, es un error de magnitud descomunal que impide afrontar las auténticas causas del paro.
Volvamos al sentido común. Todo el mundo puede entender que el volumen de empleo de un país no es otra cosa que el resultado simple de multiplicar el número de empresas operativas en el mismo, por su tamaño medio. Dicho de otro modo, a más empresas, más empleo; y también, a mayor tamaño de éstas, más empleo. Y si esto es así, que lo es, no sería conveniente preguntarse por qué en España hay tan pocas empresas, o alternativamente, por qué éstas son tan pequeñas (véase lo que ocurre con las manufacturas en Europa).
¿Es únicamente a causa de la rigidez del mercado de trabajo? ¿No hay responsabilidad alguna por parte de las distintas administraciones empeñadas como están en obstaculizar el acceso a la "profesión de empresario"? ¿Tampoco por parte de muchos empresarios, poco dispuestos a "flexibilizar" sus modelos de gestión para enfrentarse con solvencia a las exigencias de la competencia global y a las nuevas condiciones de la demanda? Entonces, ¿por qué en un mismo sector de actividad, hay empresas con notable éxito, y otras, al borde de la quiebra, utilizando todas ellas el mismo mercado de trabajo?
Tamaño medio de las manufacturas en Europa (por nº de trabajadores)
Pero centrémonos en esta ocasión, en el número de empresas. Ustedes habrán escuchado, como yo, a todos, y cada uno, de los sucesivos gobiernos, de España, y de la Comunidad Autónoma, su firme compromiso con la reducción de todo tipo de obstáculos administrativos y burocráticos para poner en marcha una empresa; hasta el punto de que la cantidad de ventanillas únicas prometidas solo es comparable con la cantidad de promesas electorales incumplidas.
Lo único cierto es que hoy, a la altura de 2014, abrir un nuevo negocio estándar en España necesita 10 trámites (el doble que en la media de la OCDE), ocupa 23 días de papeleo (11, en la OCDE) , y cuesta un 30% más que en el resto de países desarrollados.
El resultado es que, de los 189 países que recoge el ranking Doing Business del Banco Mundial, en el apartado "apertura de un negocio" España está situada en el puesto 142, y bajando. Para que me entiendan: en Ghana es más fácil crear una empresa que aquí.
Y ya puestos, echen una mirada a la posición que ocupamos en materias como "Protección a inversores" (¿a los que apostaron por las energías renovables, por ejemplo?, o "Manejo de permisos de construcción", ambos en el puesto 98. Una rigidez, esta última, por cierto, que, sin embargo, no fue capaz de detener durante dos lustros el entusiasmo inmobiliario burbujeante que nos ha traído hasta aquí. Y es que hay rigideces y rigideces.
La conclusión es que estos políticos y demás economistas aficionados que nos gobiernan parecen fijarse únicamente en lo que quieren (o les exigen sus financiadores) para plantear su plan de reformas. Flexibilizan el mercado de trabajo para favorecer a las empresas (y al empleo, según declaran), pero al mismo tiempo, mantienen todo tipo de incertidumbres y obstáculos a la creación de nuevas empresas.
No negaré que puedan haber conseguido engañar así a mucha gente, durante mucho tiempo; pero a mí, no, desde luego. Y al Banco Mundial, tampoco
Pues sí es muy grave que crear una empresa ocupe 23 días de papeleo... pero mucho más lo es que para una resonancia magnética, una operación de cataratas o una colonoscopia haya que esperar meses y ya ni nos quejemos. Parece que hemos asumido plenamente que estamos en una sociedad clasista donde al señor "empresario" que se está creando una empresa encima (¿qué querrá hacer con ella con tantas prisas?) no se le puede hacer esperar dos semanas y hay que atenderlo en una oficina de mullidos sofás, mientras que al "ciudadano-pedigüeño" que acude a la sanidad pública (a pesar de estar cotizando todos los meses parte de su sueldo) se le puede hacer esperar un año sin ningún problema... o hasta que se muera (al fin y al cabo eso ayuda a contener el déficit).
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