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OPINIÓN

Turismo 'low cost' para una ciudad más inteligente

RAMON MARRADES / PAU RAUSELL *. 30/08/2014 "Una ciudad interesante para los turistas debería ser consecuencia de una ciudad atractiva para los propios ciudadanos"

VALENCIA. Los datos del sector turístico en julio muestran en la Comunitat Valenciana un descenso del gasto turístico paralelo a un incremento del número de visitantes. La preocupación sobre el sector salpica las conversaciones, por la relativa masificación de algunas zonas de la ciudad, el turismo de botellón, y la virtual desaparición del turismo de lujo.

Aunque nos encontramos lejos de la situación de Barcelona -merece la pena ver el documental Bye Bye Barcelona o, como contrapunto, leer los apuntes de Albert Àrias- nos preocupamos de manera creciente por la poca calidad del turismo y su cohabitación con la vida diaria de los ciudadanos. ¿De qué manera podemos valorarlo?

En primer lugar, es falso que Valencia tenga demasiados turistas. Barcelona tuvo en junio 1.602.840 pernoctaciones respecto a las 294.224 de Valencia (según la Encuesta de Ocupación Hotelera). Eso significa que en Barcelona un turista pasa una noche al mes en un establecimiento hotelero por cada habitante de la ciudad, mientras que en Valencia el dato es de menos de la mitad, una pernoctación por cada 2,5 habitantes. Por tanto, en términos relativos, en Barcelona hay más del doble de turismo que en Valencia. Jose Antonio Donaire afirma aun así que Barcelona está todavía lejos de la saturación y del monocultivo turístico. En el País Valenciano el peso del turismo en el PIB es de alrededor del 12%, pero hay que tener en cuenta el volumen de los destinos vacacionales (especialmente Benidorm) que hacen que ese dato sea menor en los destinos urbanos.

En segundo lugar, hay un cambio en la estructura turística. En la Unidad de Investigación en Economía de la Cultura y Turismo de la Universidad de Valencia realizamos desde 2007 encuestas -en período lectivo- con los estudiantes sobre el sector turístico. Dichos datos nos permiten ver ciertas tendencias. Se da un incremento del turismo joven: los menores de 35 años son ya el 63% de nuestros turistas respecto al 43% en 2007 y hay un descenso general del gasto turístico (excepto en el grupo de edad 35-55).

El crecimiento relativo de los visitantes más jóvenes se da en paralelo al éxito sostenido del programa Erasmus y a la emergencia del turismo de experiencia, aquel protagonizado por aquellos que intentan 'disfrazarse de locales' interesados más en las prácticas diarias que en las atracciones souvenir, y a la aparición de la economía colaborativa (de Tripadvisor a Airbnb). No obstante, la apuesta de política pública se ha dirigido únicamente al turismo de lujo (un 87% de las nuevas plazas hoteleras entre 2004 y 2010 se dieron en establecimientos de 4 y 5 estrellas).

A pesar de que Valencia no sea una ciudad turísticamente saturada sí es cierto que el turismo se concentra en determinadas zonas de la ciudad. Poníamos el eje La Reina-San Vicente como ejemplo; en ese caso la sensación de saturación se da más por un problema urbanístico que por la presencia física de los turistas: la plaza de la Reina no tiene casi espacio para los peatones al funcionar como una rotonda en pleno centro histórico. Además hay zonas con alto potencial, como Benimaclet, Campanar o El Cabanyal con apenas plazas hoteleras. Estamos ante un problema de distribución y mal aprovechamiento.

Por otro lado el llamado 'turismo de botellón' concentrado en El Carme o Russafa no se puede desligar de las prácticas de los valencianos: son barrios de bares y terrazas frecuentados, al menos en igual proporción, por los propios locales. Se trata por tanto también de un problema dimensión urbana antes de que de un problema turístico.

Debemos entender el turismo como una segunda derivada de la calidad de la ciudad. Es cierto que hay un descenso en la edad de los turistas y de su gasto medio, pero eso no tendría por qué ser negativo si se tratara de un turismo que reforzara el atractivo urbano en lugar de destruirlo. Porque una ciudad interesante para los turistas debería ser consecuencia de una ciudad atractiva para los propios ciudadanos.

En términos de política pública la clave está en entender la importancia de la descentralización (de top-down a bottom-up) y en no sobrevalorar la infraestructura turística, que al final genera empleo directo de baja formación. Es más efectivo trabajar en la calidad integral de la ciudad para que el turismo venga después. Se debería, por ejemplo, difundir el atractivo de los barrios de la ciudad (la Rambleta es un buen ejemplo de descentralización) o de transformar Valencia a escala humana empezando por la movilidad sostenible, ya que la mayoría de turistas vienen sin vehículo privado. Un turismo más inteligente significa también enamorar a visitantes altamente cualificados que podrán, eventualmente, quedarse a vivir y a emprender. Empecemos, por ejemplo, por mejorar la ronda interior de la ciudad, donde se encuentran muchos de los grandes equipamientos culturales y turísticos (IVAM, MUVIM, Centre Bancaixa, la Beneficiencia, calle Colón) que no tienen apenas efectos positivos sobre su entorno por la poca calidad del espacio urbano.

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* Ramon Marrades y Pau Rausell (Unidad de Investigación en Economía de la Cultura y Turismo, Universitat de València) 

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1 comentario

Bishop escribió
31/08/2014 22:21

El problema de Valencia efectivamente es su mala distribución urbanística. No haz zonas verdes de esparcimiento: parques o plazas escasean. Y eso es algo de agradecer en períodos de calor como el verano, cuando las temperaturas hacen un suplicio andar por la ciudad. Madrid o Barcelona tienen grandes pulmones verdes que se pueden explotar, pero Valencia, quitando no cuenta con zonas así (el antiguo cauce de río sigue siendo una zona poco aprovechada). Desgraciadamente eso no cambiará para bien, puesto que el pelotazo urbanístico es parte de la industria e idiosincracia española y es mejor construir selvas de cemento que construir parques.

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