Ahora que amaina la tormenta desatada sobre la economía española durante el mes de febrero, permítanme que efectúe un par de consideraciones sobre lo que ha tenido mucho de comedia (o tragedia, según se vea), con una sobrerrepresentación por parte de varios protagonistas. El problema para nuestra economía es que la obra de verdad importante sufre de preocupantes dilaciones en su puesta en escena.
En primer lugar, más que una demoledora tormenta lo que ocurrió no fue más que un intenso chaparrón. Ciertamente, la Bolsa española asistió a un desplome generalizado y paralelo al de otras economías del sur de Europa. Pero el comportamiento de los mercados bursátiles, con su tendencia a la alternancia de pánicos y euforias, sobre todo en una época de incertidumbre como la actual, difícilmente puede inspirar un análisis serio de la evolución de una economía o de sus perspectivas de futuro.
Y, claro, está ese singular instrumento financiero, los CDS (Credit Default Swaps), que presuntamente mide el riesgo de adquirir deuda de un país, y que se disparó en aquellas jornadas para el caso español. Si ustedes conocieran lo opaco, estrecho y manipulable que es ese mercado seguramente no se preocuparían mucho de su evolución.
Sin embargo, la realidad es que no hubo ni un solo dato económico real en esas fechas que justificase un deterioro de las expectativas sobre España, lo que no niega el hecho de que éstas sean más bien sombrías. Es más, pese al agitado debate organizado, el diferencial del tipo de interés de la deuda española sobre la alemana (un indicador mucho más fiable que los CDS) ni siquiera alcanzó el nivel que tenía un año atrás, no digamos nada si comparamos con el diferencial de los años anteriores a nuestra incorporación al euro, cuando era más del cuádruple. Y, por supuesto, nada que ver con la escalada del diferencial de la deuda pública griega.
Ya nos hemos encontrado con los griegos.
Y sí, hay que afirmar taxativamente que España no es Grecia. Primero, no tenemos el dudoso honor de haber falsificado los datos de déficit y endeudamiento públicos durante una década. Nuestro nivel de deuda pública es menos de la mitad del heleno, nuestro endeudamiento exterior menor, y con una tasa de ahorro sustancialmente mayor (y en vertiginoso ascenso en el sector privado, circunstancia que tampoco acontece en Grecia).
Nuestro sistema bancario es inequívocamente más sólido, y no sufre la dependencia extrema para su financiación del mantenimiento (que sería inadecuado más allá de este año) de unas condiciones excepcionales de acceso a su liquidez por parte del Banco Central Europeo. Nuestro sector público no padece la sobredimensión, la corrupción y la ineficiencia del griego... Si el lector cree que en todos los aspectos recién enumerados España tiene problemas, puedo coincidir en buena medida, pero puede estar seguro que esos problemas son bastante menores que en Grecia.
Llega el momento de los conspiradores... y de los paranoicos.
Como España no es Grecia, pero sufrimos un evidente efecto contagio (no tan severo, en realidad, como señalaba con anterioridad) de las malas noticias procedentes desde allí, surgió de inmediato la teoría de una conspiración "anglomasónica". En efecto, un puñado de economistas estadounidenses, una jauría de especuladores y el Financial Times se pusieron de acuerdo para hundir el euro y de paso a España (o al revés).
Les contaré un par de cosas sobre esto. Primero, desde que se creó el euro, ese grupo de economistas de Estados Unidos está empeñado en que la Unión Monetaria basada en aquél está condenada al fracaso. Aunque algunos de sus argumentos, en los que no entraré para no aburrirles, son sin duda ciertos, la verdad es que el euro ha sido un éxito en su primera década de existencia, y que existen mecanismos (es verdad, en manos de países individuales, con Alemania a la cabeza, no de la Eurozona en su conjunto) para abortar las dudas sobre su solidez.
Segundo, sobre el ataque de los mercados, no hay para tanto; se calcula que, en los momentos de mayor intensidad, los capitales apostados contra el euro ascendieron a 8.000 millones de euros (de hecho, han sido mayores en fechas posteriores al momento álgido de las turbulencias). Sí, esa cifra es el importe de todo el Plan E español en 2009, pero palidece si se compara con los más de dos billones de euros que se mueven a diario en los mercados de divisas. Con esa apuesta no se hace descarrilar la moneda única... aunque siempre se puede ganar algo de dinero, claro.
Respecto al Financial Times, vista la soltura con la que todo el mundo opina al respecto, debo creer que la mitad de los españoles lo leen a diario. Como tal cosa es improbable, quizás sería bueno no emitir diatribas tan enérgicas al respecto (muchos se sorprenderían de saber lo que sí escribe, en el fondo, más allá de algunos términos desafortunados, el Financial Times). Y sería mejor aún no entablar un insólito debate a voces entre un gobierno y un medio de comunicación, una de cuyas funciones es valorar la actuación de las autoridades, y no necesariamente elogiarla.
Cuando se reflexiona sobre esta serie de acontecimientos, el verdadero problema es que el esfuerzo se está poniendo en factores coyunturales, muy aparatosos pero poco significativos, mientras se ignora el verdadero problema de la economía española: este problema estriba en que, tras unos años de bonanza muy extendida (merced sobre todo a unos tipos de interés excepcionalmente bajos), con un modelo de crecimiento absolutamente desequilibrado y un endeudamiento externo insostenible, período en el que apenas se abordaron las reformas estructurales pendientes, es necesario realizar los cambios necesarios en un momento del ciclo muy complejo.
Pero sin esas reformas (laboral, educativa, financiera, de las pensiones, del sistema fiscal, de la administración pública) ni habrá cambio de modelo productivo (porque el modelo no es algo abstracto, sino que depende de todas esas parcelas) ni habrá recuperación económica sólida.
Pero de la incapacidad o la falta de voluntad para reformar no son culpables ni los griegos ni los especuladores. Y esa falta de reformas estructurales sí es una conspiración, y lo es contra nuestro futuro económico.
(Vicente J. Pallardó López es analista de Coyuntura Económica. Instituto de Economía Internacional. Universidad de Valencia)
Buen artículo del profesor Vicente Pallardó, tratando de desmontar la teoría de la conspiración. El dato de los movimientos especulativos contra el euro, muy relevante. También estoy de acuerdo en que no fué para tanto, de hecho, yo creo que deberíamos alegrarnos de lo que pasó. El gobierno ha hecho más desde entonces que en los últimos tres años juntos. Bendita conspiración, pero peligrosa...mentas a la bicha y te aparecen los paranoicos,
El artículo debrería haberse titulado Pallardó contra el mercado (o Yo, Pallardó, contra el mercado". Porque visto lo visto, menos él (que es de los pocos que lee a diario el FT) todo el mundo se equivocó y se equivoca. Hay que ser más modesto Pallardó!! Y tratar de explicar lo que ocurre no adjetivar todo lo que a uno se le pasa por la cabeza sentando cátedra. Que tampoco es que tu labor de analista -repleta de adjetivos eso sí- sea consultada a diario (ni no a diario) en las principales casas de inversión y/o gobiernos del mundo (en las no principales tampoco). Porque al final de la lectura, queda pendiente lo relevante: por qué pasó lo que pasó. Y por qué España forma parte de los PIGS.
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