VALENCIA. Catorce años después de su nombramiento, toda una época, el presidente de Feria Valencia, Alberto Catalá, se va. Hoy anuncia su dimisión y se retira a su empresa textil Rafael Catalá SA, especializada en la fabricación de sedas con las que ha surtido los vestuarios de la realeza de media Europa durante las últimas décadas. Catalá se va casi con el mismo estado de ánimo con el que llegó al puesto: risueño y con la certeza de haberlo hecho lo mejor posible. Y ahora además con la crisis como coartada del lastimoso estado en el que se queda la institución.
Pero viajemos en el tiempo. En el año 99 del siglo pasado la vida en Valencia era diferente. Entonces ‘reinaba' el ‘rey sol', digo de Eduardo Zaplana, quien habiendo seducido a la burguesía local, a la industria financiera y su city, a las organizaciones empresariales y sus lobbys colaterales, disponía a su antojo sobre quiénes eran y quiénes no merecedores de cargos, prebendas y un lugar de privilegio... junto al sol. El optimismo corría por las calles de Valencia porque un porvenir de progreso, ladrillo y burbujas se encontraba a la vuelta de la esquina de la mano de aquel abogado llegado desde el Ayuntamiento de Benidorm.
Alberto Catalá fue uno de los elegidos para la gloria institucional (los otros estaban en la Cámara, en el Puerto, la patronal...). Fue elegido en este caso por la no menos entonces imperial alcaldesa de Valencia, a quien su segunda mayoría absoluta la convertía en diosa y señora de congresos y ferias, parques, farolas y jardines de una ciudad decidida por la gracia de sí misma a autosituarse en el mapa del mundo a fuerza de eventos y pirámides. En ese contexto y por motivos familiares (casado por entonces con un apellido de noble abolengo y hermano del asesor áulico del cap i casal), se encontraba Catalá, Alberto, en el lugar y momento adecuados.
Maduro, brillante, pleno de expectativas empresariales -y de ambiciones tanto o más-, el empresario, ya entonces presidente del certamen TextilHogar (hoy desaparecido) no dudó en arrojarse en brazos de la conspiración en alguna cafetería de Madrid con otros singulares personajes de la vida económica y política de Valencia para intentar primero colarse en el consejo de Bancaja y, no conseguido el objetivo, para ver cómo adelantar el fin del mandato del entonces presidente ferial, el fabricante de muebles Antonio Baixauli.
Consumado ‘el golpe', comenzaría la década prodigiosa de Catalá y su mano derecha, la nueva directora de la entidad, Belén Juste (aterrizada en la feria por la gracia de Juan Manuel Uncio, ay), con quien formaría un tándem que daría mucho que hablar en los años siguientes. Bajo su mandato, el de ambos, la feria abordó su sobredimensionada megaampliación, diseñada a su vez por el arquitecto valenciano José María Tomás (no le gusta que le llamen ‘el favorito' de Rita Barberá', pero cierto es que por entonces contaba con el favor de la arquitectura municipal). Su coste, superior a los 600 millones de euros (más de 100.000 millones de pesetas de las de entonces), todavía pesa sobre las espaldas de los agobiados contribuyentes valencianos -y así seguirán durante muchos lustros-, avalado a cuenta de la Generalitat. Aquellos locos y sus locas inversiones.
Qué tiempos. Viajes, hoteles, ferias, dinero... A Zaplana le había reemplazado Francisco Camps (Olivas de por medio) y la orgía ferial se prolongaría aun algo más hasta que comenzó la decadencia de la mano de la deslocalización industrial, la competencia china y la carga de la deuda. Pero los faraónicos pabellones de Benimamet comenzaron a vaciarse de certámenes emblemáticos reemplazados por raquíticos salones que no daban abasto para pagar deudas y nóminas. En fin, llegaba la decadencia total, saturada por feas demandas archivadas y acusaciones nunca probadas.
Entrada la segunda década del siglo XXI, Alberto Catalá perdía pie por momentos en el día a día de la gestión de la casa. En la actualidad, ‘intervenida' por un gestor profesional enviado desde la patronal para intentar poner orden, el papel de Catalá en la Feria se ha ido difuminado ejercicio tras ejercicio. La crisis de su propia empresa textil, la de las sedas, le tiraba de la manga y era un buen momento -como lo hubiera sido cualquier otro en los últimos años- para poner distancia. Hoy dimite ante el comité ejecutivo y desaparece de la vida pública uno de los últimos de Zaplana.
Buenos dias Cruz: como bien dices en una parte de tu artículo "en el siglo pasado" quedará como nostalgia los tiempos de todos los jovenes "clones" en la vestimenta estilo Zaplana que inundaban Colo y otras calles.Quedará como recuerdo los pelotazos urbanisticos y los proyectos faraonicos,quedan aún algunos que se pueden considerar "los ultimos de Filipinas" pero son eso ya esta todo hoy en dia desdibujado salvo los "restos" que nos han dejado que es un paramo finaciero en cuanto a la "City" en cuanto a las entidades bancarias autoctonas y esqueletos de edificios a medio terminar.Fueron días de "vino y rosa" ahora toca mirar para delante ya eso son recuerdos lamentablemente con alguna influencia sobre la situación actual.Un saludo y buen fin de semana Alejandro Pillado Marbella 2013
Deja un enorme muerto de infraestructura construida a dedo, una deuda que da escalofríos, una gestión de diva, ... y va Ciscar.... ¡y le da las gracias!... por el "trabajo desempeñado".
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