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...Y la ignorancia obstinada es ideología

JUAN DE MERCADO *. 12/10/2013 "La alineación política de los medios de comunicación y su falta de independencia frente a los poderes políticos y económicos tampoco contribuyen a que la opinión pública perciba claramente cuánto hay de conocimiento y cuánto de ideología en los debates sobre políticas económicas..."

MADRID. Sostiene Antonio Muñoz Molina (aquí) que "en España algo que nunca ha faltado son los defensores de la ignorancia". Apunta dos razones. Una es que las clases más reaccionarias han coartado la difusión del conocimiento para preservar sus privilegios y someter a las mayorías. La otra es que la izquierda, tras haber luchado durante mucho tiempo y apasionadamente por la educación, en el periodo más reciente ha abandonado "su viejo fervor por la instrucción pública para sumarse a la derecha en la celebración de la ignorancia".

Y atribuye buena parte del fracaso del sistema educativo de la época democrática (que parece evidente) a que "la izquierda política y sindical decidió, misteriosamente, que la ignorancia era liberadora y el conocimiento, cuando menos, sospechoso, incluso reaccionario, hasta franquista".

En entradas anteriores (aquí, aquí y aquí) he tratado de transmitir que en los debates sobre políticas económicas también se puede percibir claramente el desdén por el conocimiento. Para ello, he señalado argumentos frecuentemente utilizados en dichos debates que, sin embargo, están basados en errores lógicos y factuales manifiestos. Algunas reacciones han interpretado, equivocadamente, esas entradas como ataques personales (cuando, repito, solo se atacaban argumentos erróneos compartidos por personas y grupos variopintos).

A este respecto, solo me queda añadir, también utilizando las palabras del ilustre ubetense, que "la inteligencia crítica se afila aprendiendo a distinguir la información sólida y contrastada de la propaganda, el bulo y la calumnia".

Ahora, partiendo del diagnóstico de Muñoz Molina, que comparto, de lo que se trata es de abordar la cuestión de por qué el conocimiento parece jugar un papel tan menor en los debates sobre políticas económicas, tanto a la hora de analizar las alternativas bajo discusión como, lo que es peor, cuando se trata de desterrar errores patentes.

¿Cómo es posible que gente con elevada formación y con una dilatada trayectoria profesional, que les ha llevado a ocupar puestos de responsabilidad política, sean tan proclives a admitir argumentos tan manifiestamente erróneos, sin tener en cuenta el conocimiento teórico y empírico acumulado sobre cuestiones económicas, incluso tras ser expuestos a información sólida y contrastada sobre las razones de los errores?

Una explicación es que, como afirmaba Michal Kalecki, "obstinate ignorance is usually a manifestation of underlying political motives".

Por ello, si así fuera, para entender las causas de la pobreza del debate sobre políticas económicas en nuestro país, resultaría necesario distinguir entre las posiciones de la derecha y las de la izquierda. Aún siendo una generalización burda, que debe tomarse como una caricatura condicionada por las obsesiones y frustraciones personales del autor, lo que sigue es un intento de explicar por qué desde determinadas posiciones no se considera importante el conocimiento a la hora de debatir sobre políticas económicas.

La derecha individualista e incompetente

Muchas de las posiciones defendidas por la derecha conservadora se justifican en la concepción de la sociedad como la suma de individuos que persiguen su propio interés, algunos con éxito, otros sin él, y que no reconocen ningún propósito o responsabilidad común. Sin darse cuenta de que el ser humano es un "animal social", pone en primer lugar la defensa de los derechos y libertades individuales, confiando en que los asuntos socioeconómicos serán resueltos por la "mano invisible" de Adam Smith.

En términos más técnicos y haciendo referencia a los problemas de optimización que caracterizan el contenido de la Economía moderna, la derecha conservadora solo se preocupa por las restricciones presupuestarias y se olvida de optimizar, dando por sentado que la suma de los intereses privados es igual al óptimo social.

Su aproximación, pues, a la política económica es muy simple: no hay problemas económicos por resolver más allá de la excesiva intervención del Estado. Y si no hay problemas, no es necesario pensar, investigar o apoyarse en ningún tipo de evidencia empírica ni para justificar cualquier medida de política económica que liberalice los mercados, ni para descartar las que no vayan en esa dirección. Una muestra es, por ejemplo, la nula importancia que desde estas posiciones políticas se asigna a que los responsables de organismos económicos tengan algún tipo de conocimiento técnico sobre los temas de los que deben ocuparse.

Al fin y al cabo, si se piensa que dichas responsabilidades se han de limitar a la aplicación de principios generales, y no al análisis y la resolución de problemas, el conocimiento económico debe considerarse superfluo y han de priorizarse la afinidad política y las relaciones de amistad y de vasallaje.

Así, la actitud de la derecha individualista e incompetente frente a la ciencia económica es, en general, de desprecio. Los que siguen esta tradición piensan que los economistas académicos se ocupan de problemas inexistentes utilizando instrumentos inútiles. En esto, son fieles discípulos de San Agustín, que decía:

"El buen cristiano deberá guardarse de los matemáticos y de todos aquellos que practican la predicción sacrílega, particularmente cuando proclaman la verdad. Porque existe el peligro de que esta gente, aliada con el diablo, pueda cegar las almas de los hombres y atraparlos en las redes del infierno." (De genesi ad litteram 2, XVII, 37.)

La izquierda utópica e irresponsable

Al contrario que la derecha, desde la izquierda se piensa en la sociedad como un individuo a escala gigante con sus propios objetivos y preferencias, sin darse cuenta de que las personas tienen aspiraciones distintas que hacen que los conflictos sean inevitables. No parece haber suficiente consciencia de que de nada sirve imponer metas sociales (como un "bien común" o "alianzas de civilizaciones") si estas no tienen en cuenta los incentivos individuales y las restricciones de factibilidad asociadas a cualquier problema económico. La izquierda es propicia a defender utopías basadas en concepciones equivocadas de la naturaleza humana y que, por tanto, están abocadas al fracaso.

En lo que respecta a la ciencia económica, la izquierda utópica e irresponsable desconfía profundamente de la existencia de un homo economicus que se comporta racionalmente, supuesto en el que se basa buena parte de la Economía moderna, sin darse cuenta de que, aunque este punto de partida puede llevar a conclusiones erróneas, la alternativa de concebir la conducta humana desde cualquier tipo de irracionalidad conduce probablemente a más y mayores errores.

En consecuencia, la aproximación a la política económica de la izquierda utópica e irresponsable se basa en el desdén del comportamiento racional de las personas como base de las decisiones económicas, en la ignorancia de las restricciones presupuestarias y en el desprecio de la idea de que cualquier tipo de contrato social debe basarse en lo que, en Teoría de Juegos, se conoce como un "equilibrio estable", que, entre otras cosas, requiere que exista un conjunto de convenciones sociales, comúnmente aceptado y comprendido, sobre cómo han de coordinarse las conductas individuales.

Y, por tanto, su actitud frente a la ciencia económica es, en general, de recelo. Los que se alinean en esta posición suelen pensar que los economistas resuelven los problemas equivocados, preocupándose solo por construir modelos en los que los incentivos que guían las decisiones económicas, la coordinación de las conductas individuales y las restricciones presupuestarias guardan una cierta relación de coherencia.

Y si los modelos se consideran equivocados, han de ser también inútiles a la hora de evaluar medidas de política económica y, por tanto, cualquier otra opinión, fundada o no, con errores lógicos o no, tiene el mismo valor, y si cumple con los cánones impuestos por el "progresismo oficial", incluso debe ser valorada como superior. En consecuencia, la izquierda utópica e irresponsable ofrece su protección a la heterodoxia malentendida, es decir, aquella que no se fundamenta en el profundo conocimiento de la ortodoxia.

El resultado es que suele defender programas económicos que contienen propuestas inviables e insostenibles que no resultan atractivas ni siquiera frente al individualismo y la incompetencia de la derecha conservadora.

Una posición incómoda

Los economistas académicos que tratan de participar en el debate sobre políticas económicas o que trabajan como asesores en organismos económicos, han de mantener una posición intermedia entre los que piensan que no hay problemas que resolver y los que insisten en considerar los problemas desde perspectivas equivocadas; entre los que no creen necesario optimizar y los que piensan solo en soluciones fuera del conjunto factible; entre el desprecio de la derecha individualista e incompetente y el recelo de la izquierda utópica e irresponsable.

La alineación política de los medios de comunicación y su falta de independencia frente a los poderes políticos y económicos tampoco contribuyen a que la opinión pública perciba claramente cuánto hay de conocimiento y cuánto de ideología en los debates sobre políticas económicas. En realidad, hay mucho de ignorancia obstinada que, como Kalecki sugería, suele tener motivaciones políticas.

Mientras tanto, los problemas estructurales de la economía española crecen

(*) Quisiera que esta entrada sirva también para recordar a Eduardo Ley quién hace muchos años me recomendó la lectura de Game Theory and the Social Contract, de  Ken Binmore. Eduardo, aparte de ser una persona admirable y un excelente economista, era un impertinente empedernido a la hora de señalar errores manifiestos y malas prácticas en las discusiones sobre cuestiones económicas.

En cuanto al libro de Binmore, para los que no desprecien la utilidad de la Teoría de Juegos, ni piensen que dicha disciplina es un instrumento al servicio del poder financiero internacional, este libro constituye una excelente aproximación, desde la Economía, a la Filosofía Política y Social. Su introducción ha inspirado algunas de las opiniones anteriores.
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* Este artículo es una reproducción autorizada de su original en el blog Nada es Gratis

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