VALENCIA. Con Bonaventura: sangre, cólera, melancolía y flema (Alupa Ediciones, 2011), Carlos Aimeur convirtió la Valencia del siglo XVIII en la protagonista de un relato de misterio que le valió el premio Ciudad de Valencia. Ahora, el periodista regresa a la literatura con Destroy, el corazón del hombre es un abismo (Drassana, 2015) en la que actualiza el reloj y, sin casi salir de la ciudad que le vio nacer, disecciona la sociedad de principios de los 90 en la que la Ruta del Bakalao no es la protagonista, sino el telón de fondo de una historia áspera sobre delincuentes mediocres y crímenes sin glamour, pero reales como la vida misma.
Pero que nadie se confunda, no es un Historias del Kronen (José Ángel Mañas, 1994) trasladado a las discotecas (Puzzle, Barraca, Chocolate...) que pusieron Valencia en el mapa mucho antes que los grandes fastos de la era Camps y que, hoy, con suerte, son un gran supermercado. Sin suerte, un edifico en ruinas. Toda una metáfora.
En Destroy, la Ruta es sólo el paisaje en el que tipos que van de listo sin serlo se van pasando de la raya hasta que alguien muere en uno de esos delitos sin relumbre que no inspirarían un capítulo de CSI. Eso sí, detrás tienen una historia tan anodina y cotidiana como su propio crimen y en la que, para los que vivieron la época, será difícil no verse reflejado.
NI EL CIELO NI EL INFIERNO
"No quería escribir sobre la Ruta en sí, eso ya lo hizo muy bien Joan Oleaque con En èxtasi (Ara Llibres, 2004) y poco hay que añadir. Destroy fue mi primera novela, una que de esas que se queda en el cajón, y cuando empiezas a escribir lo más fácil es tirar de vivencias en la época, así que era casi autobiográfica", dice. De aquel borrador apenas queda nada, sólo una ciudad (y sus alrededores) que por primera vez se sentía rica y se volvió corta de miras.
El que busque la mitificación de una época que, como cualquier tiempo pasado simplemente fue anterior, no lo encontrará en Destroy. "Yo no ensalzo la Ruta, como hacen algunos, ni la pinto como si aquello hubiera sido el infierno, pero lo que no se puede negar es que ocurrió, que hubo un momento en que se juntaron cosas buenas y malas, y en el que cada fin de semana, después de trabajar como burros, cerca de 50.000 personas se iban de fiesta como si no hubiera mañana", apunta.
Uno de esos jóvenes pudo ser David, el protagonista de la novela. Clase media, familia medio bien, consentido y egoísta. Un día le invitan a una raya de coca, otro día decide comprar medio gramo y poco a poco llega al punto en el que se da cuenta de que, trapicheando, se paga el vicio y se convierte en amigo de todo el mundo. Mientras, Alicia -una juez recién llegada- se da cuenta de que su matrimonio no es lo que esperaba y que la vida no cabe en el código penal.
"Como momento es muy interesante literariamente, pero tampoco he querido ponerla en primer plano, pero está ahí. Si lo ves con nostalgia fue divertido y nos parece increíble, pero también éramos más jóvenes, algunos teníamos más pelo. De lo que sí he huido es de la mitificación, del yo estuve allí y aquí estoy con mis batallitas", explica.
REALIDAD O FICCIÓN
"La realidad siempre supera a la ficción porque la casualidad y los absurdos quedan mal en literatura, parecen truco baratos para ajustar una trama", señala. En Destroy hay un poco de realidad y ficción, pero no casualidades y absurdos. Para convertir el primer borrador en la novela que es hoy, Aimeur echó mano de la crónica de sucesos.
"Mi compañero en Las Provincias, Juan Antonio Marrahí, me pasó una sentencia sobre el llamado Crimen de la Fundición de Alaquás [el asesinato de un camello] que se convirtió en el elemento que permitió ir transformando el texto original en una novela negra. Luego me fue pasando más cosas, como una sentencia contra una asesina de ancianas, a lo que uní experiencias personales como periodistas como el hallazgo de un muerto en el hipermercado de la droga que había en Campanar, Las Cañas, y otros casos parecidos". Y así, ficcionando hechos reales a partir de artículos e ideas de otros amigos (cita a Paco Tormo y Antoni Rubio, entre otros), las visitas al hoy desaparecido ‘Supermercado de la Droga' con un primo policía, y algo de cosecha propia, se fue construyendo la trama de Destroy.
"La Ruta en mi libro es el contexto. En esa época estabas allí aunque nunca pensaras en pisar una discoteca. La música sonaba en todas partes, los carteles por la calle, la moda, los amigos que sí la hacían y te llevaban... A casi todos nos llegó un poco", explica. ¿Algo así como ahora el paro? "Pues precisamente yo me pasé dos años sin trabajo, los que aproveché para recuperar el libro. Todo ese mal rollo que se te va metiendo en el cuerpo cuando no puedes trabajar lo volqué en la novela", dice. "En ocasiones creo que me ha quedado muy áspera", añade.
PERIODISMO Y LITERATURA
¿Es la novela de un periodista el artículo que le hubiera gustado escribir? ¿Ese que tiene todos los elementos que definen un momento concreto pero que en la vida rara vez se da? "No sé si, visto así, la literatura puede ser periodismo, pero el periodismo sí que puede llegar a ser en algunos casos excepcionales una forma de Literatura. En pintura, un retrato es algo finalista, un intento de plasmar un rostro, pero ahí están la Mona Lisa o Las Meninas que se convierten en obras de arte que trascienden la categoría de puro retrato para ser iconos. Al final no miramos el cuadro, a quien representa, sino lo que significa. Algo así puede ocurrir con un buen artículo", señala.
Pregunta obligada es si la apuesta por la novela negra es un peaje a la moda. Lo niega y con razón, ya que su libro estaba escrito hace años. "Lo que sí que parece es que algunos la acaban de descubrir, pero siempre ha estado ahí". Como ejemplo señala que "dudo mucho que Ramón Palomar o Santiago Álvarez hubieran escrito Sesenta Kilos (Grijalbo, 2013) o La Ciudad de la Memoria (Tapa Negra, 2015), por seguir la corriente. Si no llevaran años siendo aficionados al género seguro que hubieran escrito algo diferente. Simplemente, esas obras han salido de los cajones donde dormían y las editoriales parecen dispuestas a apostar por ellas".
En todo caso, reconoce que el género tiene un plus, que permite jugar con personajes y ambientes más extremos y que todo el mundo puede reconocer. "Lo de poner etiquetas está bien para clasificar las bibliotecas, pero no tiene mucho recorrido. ¿Crematorio, de Rafael Chirbes, es novela negra? Supongo que sí y no", concluye.
Ahora, mientras compagina su trabajo de periodista con la promoción de su libro saca tiempo de donde puede para concluir el guión de una película (en el que trabaja junto a Pau Martínez y Carlos Ibáñez) sobre el valenciano "blanco y cristiano" Enrique Cerdá, al que acusaron injustamente de financiar a Al Qaeda. Además, prepara ya su próximo libro, también sobre hechos reales que superan a la ficción, y que tendrá como protagonistas un grupo de anarquistas recluidos en el monasterio de San Miguel de los Reyes, cuando era presidio, tras las Guerra Civil.
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