Como cada fin de semana, miles de valencianos se han aproximado a la figura más famosa del jardín del Turia; Sento Llobell y Manolo Martín jr. explican su éxito
VALENCIA. Este diciembre el gigante Gulliver cumple 25 años. Con sus 70 metros de longitud, extendido sobre el viejo lecho del cauce del río Turia ahora seco, atado con grandes cuerdas, el sueño que gestaron entre el arquitecto Rafael Rivera, el dibujante Sento Llobell y el artista fallero Manolo Martín, se ha convertido en uno de los espacios más concurridos del jardín del Turia y posiblemente el más querido.
Desde primera hora de la mañana, cuando abre sus puertas a las diez, hasta que cierra, a las ocho de la tarde, un poco más tarde en verano, por su círculo pasan diariamente miles de personas de toda edad y condición. Entre semana, principalmente colegios. Los fines de semana, familias que prácticamente están todo el día a su vera. Y siempre, cualquier día, a cualquier hora, turistas, muchos, que lo han descubierto via Google Maps cuando en realidad lo que buscaban era la Ciudad de las Artes y las Ciencias. "Estoy orgullosísimo de que una de mis obras de arte se vea en el Google Maps", bromea Sento Llobell, uno de los tres padres de la criatura.
Este domingo no ha sido diferente a otros fines de semana y a su alrededor se han dado cita más de 6.000 personas, según la estimación de los vigilantes que se encargan de guardarlo. La cifra, con ser alta, no es ni de lejos la más elevada de esta Semana Santa. Ese honor le corresponde al Lunes de Pascua pasado, en el que se congregaron más de diez mil personas.
Curiosamente, uno de las personas que participó en su construcción, Manolo Martín jr., hijo de uno de los creadores, estuvo ese mismo día visitando al gigante dormido. "Hacía años que no iba y fue una pasada", comentaba este domingo desde su casa en Godella. "Estaba como se dice en valenciano de gom a gom", añadía. Tanto que los vigilantes tuvieron que pedir al público que saliera un cuarto de hora antes para poder desalojar. Y aun así, cerraron pasadas las ocho y cuarto.
Llobell comparte ese mismo asombro ante el éxito que tiene aún su creación. "Todavía alucino. La lástima es que una vez iniciado esto, cuando se inauguró, se podrían haber hecho más cosas, se le podría haber dado más cancha con actividades paralelas; lo hablamos Manolo [Martín], Rafa [Rivera] y yo. Aunque ahora, visto con el tiempo, es evidente que no ha hecho falta", dice.
No hay un único perfil de visitante al Gulliver. El sentido común invita a pensar en padres con hijos, pero en realidad el parque se llena también con numerosos jóvenes, como Yarina, de 16 años, su novio y sus amigos, que este domigo se hallaban allí, a los pies de la gran escultura. "Lo descubrí de pequeña y sigo viniendo porque me encanta tirarme por los toboganes", reía.
Uno de sus habituales es el diseñador MacDiego. "Este año habré ido unas seis o siete veces en invierno con mi hija Vega, de cinco años. El caso es que a veces se mete por lugares por los que yo lo paso mal o me cuesta seguirla", ríe MacDiego, "pero me encanta ir".
Padres que se tiran por toboganes, madres que suben por cuerdas, persiguiendo a niños de cinco, seis, nueve años, en el Gulliver todo el mundo parece un niño porque todo el mundo es pequeño. Viendo los centenares de personas que por allí pululan, resulta inevitable plantearse cuáles son los motivos que han llevado a esta pieza, a mitad camino entre la atracción del parque temático y el juego, a convertirse en la gran estrella del ocio familiar en la ciudad de Valencia.
Para Manolo Martín jr., un elemento fundamental ha sido su singularidad. "No tiene parangón en ningún sitio", comenta; "es gratuito, popular, es muy diferente a todo lo que uno puede encontrar por ahí". Una singularidad que ha hecho que sea raro que haya valencianos que no lo conozcan.
"Primero está el espacio, que es privilegiado, y después la personalidad que tiene", comenta. "Ahora te fijas y los parques infantiles intentan algo así, y los balancines tienen formas de caballo y cosas similares. No hay nada creo para un niño como ver una figura tan bestia en cuanto a dimensiones. Es como que entra en un mundo de cuento. Además, los niños lo visualizan en alto antes de llegar, cuando bajan al río y eso es muy importante. Y luego está lo de los padres, que es increíble. Suben por arriba para acompañarles, vuelven a ser niños y se tiran por toboganes...", relata.
No es tampoco una obra ajena a los incidentes. El último, precisamente, el ya mentado Lunes de Pascua, cuando por la mañana un visitante se cayó por una las rampas situadas en la cabeza y se rompió la tibia y el peroné. Son excepciones pero también se dan porque muchos olvidan que aunque el Gulliver es un juego, no todos pueden jugar en él.
La seguridad de hecho fue uno de los quebraderos de cabeza cuando crearon el gran gigante de los toboganes. "Imagínate en aquel momento", relata Llobell. "Los políticos y nosotros estábamos asustados, pero llegó un momento en que lo dejamos en manos de la gente", comenta. Y la gente ha respondido bien, con prudencia, y las contadas e inevitables excepciones. Porque raro es el día en el que los guardianes del Gulliver no tienen que llamar la atención a algún adolescente o no tan adolescente que quiere subirse a un sitio que no está diseñado para que se encarame nadie.
Convertido en la única atracción de la ciudad prácticamente invencible, sólo hay una cosa que puede derrotarle: la lluvia. Porque como el tiempo acompañe, los niños que correrán y saltarán por él, acompañados por sus padres, niños y niñas grandes, se contarán por centenares. Y en Valencia, que es la sexta capital de España con menos días de lluvia al año, apenas 40, eso supone que el Gulliver está abierto de sol a sol durante 320 días por curso.
Martín admite sentir algo especial ante el Gulliver. Tal y como recuerda, cuando se inauguró en el año 90 él tenía apenas 24 años. La idea, explica Llobell, partió del arquitecto del grupo. "Fue Rafa el que se la contó a Manolo y un día éste me dijo: 'Oye, queremos hacer esto'. Y me preguntaron: '¿Te apuntas?'. Y por supuesto dije que sí".
Una vez Sento Llobell presentó los dibujos iniciales, se comenzó a trabajar la obra en la Ciudad del Artista Fallero, en Benicalap. "Eran mis inicios en el taller", recuerda Martín jr. "Mi padre, que falleció en 2005, estaba muy centrado en el proyecto", añade. Tal y como relataron a Las Provincias hace cinco años, con motivo del 20 aniversario, tuvieron que echar mano de la ayuda de otros artistas falleros. El Gulliver llevaba tanto trabajo que hubo comisiones falleras que llegaron incluso a temer por sus monumentos.
Asimismo se vieron obligados a decidir echándole imaginación porque, por ejemplo, no existía ningún tipo de normativa de seguridad en cuanto a toboganes. Para solventar esta carencia se decidió seguir el modelo alemán, el más avanzado del momento. Hasta tuvieron que probar en sus propias carnes el desnivel de los toboganes. Fueron pues los primeros adultos que se sintieron niños en su regazo.
En estos 25 años de existencia, al margen de los días de lluvia, el Gulliver ha estado abierto ininterrumpidamente para regocijo de los valencianos. Sólo se ha tomado dos semanas de vacaciones, en primavera de hace ahora tres años, cuando se actualizaron los materiales de seguridad como las cuerdas y redes de protección. Se reparó entonces la resina de poliéster de la que se compone el muñeco que se reforzó con fibra de vidrio y se le aplicó un tratamiento antideslizante, además de pintar y eliminar todo el óxido.
Icono de la ciudad, entre los que han hecho mención a él se encuentra el artista Francesc Ruiz, quien incluyó las eses que se forman en su cuerpo en su exposición en el IVAM dedicada al cómic valenciano o el joven Manuel López Segura, quien lo ha llevado a la exposición dedicada a la arquitectura de la Transición que se ha inaugurado en la biblioteca de la facultad de Arquitectura de Harvard. Gigante con pies de resina, un año más, otra Semana Santa, este tótem postrado ha sido el punto de encuentro preferido por miles de familias. Una condición que no parece que vaya a menguar.
En la provincia no debe de haber muchos culetes que no se hayan deslizado por esta escultura...
Jorge, Estás muy equivocado o quizás vivas en otra dimensión diferente a la vida real. El proyecto de VACICO, que da pie a la Ciudad de las Artes y de las Ciencias NADA tiene que ver con el dispendio y despilfarro que el PP ha realizado. Para empezar el Palau de Les Arts no existía, lo impuso Zaplana. El Oceanográfico también. Y el Ágora lo impuso Camps. El PP ha hecho mucho por Valencia, es cierto. Mucho como lo de Terra Mítica que comenzó a construirse sin saber lo que iba a costar. Claro como lo pagan con dinero de todos... eso se llama malversación. O el Caso Gürtel, o Nos, o la depuradora de Emarsa... no se yo si es para estar muy orgulloso de esto. Desde fuera se nos juzga como derrochadores, corruptos... y eso no es culpa del PSOE, es culpa directa del PP. La demagogia del PP es inaudita. Menos mal que la hemeroteca pone a cada uno en su sitio.
Estoy orgulloso de esta obra, la verdad, y de la aceptación que tiene. Gracias a todos los que lo usan y lo disfrutan. Me preocupa el escaso mantenimiento que tiene. Necesita reparaciones urgentes, repasos de los toboganes, eliminar roturas. Ha cumplido 25 años y necesita una fiesta de cumpleaños.
Perdona Jorge, puedes explicar eso de que la Ciudad de las Artes, las Ciencias y el Despilfarro es un proyecto de PSOE?
Sí Alfons. El PP se pasó con las obras faraónicas, y el PSOE hizo muy poco por Valencia. Precisamente por eso se ha perpetuado el PP en el poder. De todas formas la mayor obra "faraónica" es un proyecto del PSOE (la Ciudad de las Artes y las Ciencias).
El Gulliver es un ejemplo perfecto de cómo se pueden hacer grandes cosas para los ciudadanos (y para el turismo) sin necesidad de que sean farónicas y carísimas. Por supuesto, se hizo en el año 90, cuando no estaba todavía el PP y las cosas se hacían con bastante más sentido común.
Muy buen artº que define bien lo que es este INIGUALABLE E IMPRESIONANTE espacio de ocio infantil.........MARAVILLOSO : Jer de Valencia
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