X AVISO DE COOKIES: Este sitio web hace uso de cookies con la finalidad de recopilar datos estadísticos anónimos de uso de la web, así como la mejora del funcionamiento y personalización de la experiencia de navegación del usuario. Aceptar Más información
Viernes 19 abril 2024
  • Valencia Plaza
  • Plaza Deportiva
  • Cultur Plaza
culturplaza
Seleccione una sección de VP:
'EL CABECICUBO'

Visto en National Geographic Channel: Hitler se inyectaba semen de toro

ÁLVARO GONZÁLEZ. 21/02/2015 El doctor del führer, Theodor Morell, podría haber triunfado en el programa de Mariló

VALENCIA. Abres la programación de televisión y en el apartado de documentales de "arte y cultura" te encuentras esta sinopsis: "Morfina, metanfetamina, sedantes, testosterona, sanguijuelas, e incluso heces de un soldado alemán. Son solo algunas de las más de setenta drogas, vitaminas y brebajes que consumía Adolf Hitler durante los nueve últimos años de su reinado". Si el Canal Historia podría llamarse Canal Hitler ahora en National Geographic, con su flamante serie Nazimegaestructuras y esto, que no descarten el cambio por National Socialist Geographic Channel. Ría aquí y pasemos al asunto.

Es un tema de sobra conocido, la relación del führer con su médico Theodor Morell. Un galeno que se pasaba el juramento hipocrático por salva sea la parte, como era menester en la época. Un trepa, que tenía una clínica en Berlín para gente adinerada, al que la llegada del nacionalsocialismo le pilló, en principio, con el pie cambiado. Era demasiado moreno de pelo y piel. Sus clientes de nivel le abandonaron pensando que era judío.

De modo que, como se suele hacer en estos casos, cuando las ideas intolerantes, germen de las totalitarias, se vuelven mayoritarias en una sociedad, uno lo que hace normalmente es despejar las dudas por la vía rápida: Morell se afilió al partido nazi. Los que se arriesgan a que les den la espalda por pensar de forma autónoma, distinto a la mayoría; los que pueden terminar en el exilio, la cárcel e incluso muertos, esos, como la inteligencia, son un bien escaso.

Y claro, el documental explica que le fue de maravilla. Volvió a ser uno de los médicos más reputados de la capital hasta que logró seducir a Hitler con sus artes. Unía, dicen, cortesía y amabilidad en el trato, pero determinación y firmeza en los diagnósticos, lo que le cautivó y se convirtió en médico personal de Hitler. Llegó a diseñarse su propio uniforme con una insignia en la solapa, una vara de Esculapio, que a cierta distancia parecía el anagrama de ETA. Iba hecho un san luís y de esa guisa se puso a trabajar, esto es, a medicar al monstruo.

Después, gracias a uno de esos personajes televisivos ahora tan en boga, auténticas autoridades, los expertos en comercio de objetos históricos, accedemos al historial médico del dictador, escrito de puño y letra por Morell, que todavía se conserva. Y cotiza.

No es precisamente breve. Hitler sufría calambres estomacales, flatulencias, halitosis y tenía los dientes fatal, cuenta el documental con gran emoción. Así se configura el primer cuadro mental del espectador: Hitler tirándose pedos.

Morell se dispuso a curarle mediante la introducción en el intestino de bacterias intestinales de una persona sana. Tomaron las bacterias de heces de soldados y comenzaron el tratamiento. En este punto, hay que decir que muy descabellado no es el tratamiento, puesto que también en televisión hemos visto esta modalidad de cura para enfermos del intestino, incluso con enemas de heces ajenas. Pero claro, la idea central es seductora: Hitler tirándose pedos se inyectaba caca en las venas. Sigamos.

Dos farmacéuticos consultados por el documental se parten de risa al comprobar su historial. Morell medicó al dictador salvajemente. Y aquí sí que te ríes, parece que siempre con inyecciones porque, según relatan, a Hitler los comprimidos y las pastillas le parecían cosa de mofa, que eso no podía curar bien, que era de blandengues. Tenía ahí un momento ‘cuñao' muy simpático el führer, de que si no hay aguja de por medio, la medicina no cura. Del orden de otras cuñadeces como que si no sangras, es que no te has afeitado bien, o si no lleva carne, no se puede considerar plato de comida. Estos farmacéuticos a Hitler lo llaman "alfiletero" a la luz de su historial por todos los pinchazos que recibió.

Otro tratamiento de Morell fueron las insistentes migrañas de Hitler. Desde que tras agosto de 1941 empezase a ver que la Operación Barbarroja no le estaba saliendo como deseaba, y que se considerase traicionado por la inteligencia militar, "no sabía que los rusos tenían tantos tanques" -dicen que expresó- se le puso la cabeza como un bombo. En estos cuadros de estrés, Morell le aplicó sanguijuelas en las sienes. Lo que a "Hitler no le desagradaba", revelan. El cuadro mental del espectador sigue coloreándose: Hitler tirándose pedos e inyectándose caca con sus sanguijuelas colgando de las sienes.

La Gestapo que era de todo menos tonta, empezó a tomar notas de las actividades del médico. Y él en respuesta lo fue anotando todo con detalle en un diario para cubrirse las espaldas. Sobre todo porque llegó un momento en que los dolores de su paciente y sus cuadros de ansiedad eran tan graves que recurrió a los barbitúricos por la noche, y para espabilarse, glucosa por la mañana. Explican que era como tomarse una Coca-Cola nada más levantarse, pero como a Hitler le parecía de nenas tomar cosas por vía oral, se lo inyectaba. Ya se pondrá de moda en este siglo ultracapistalista, ¡inyéctate Pepsi, como hacía el fürer! -ya convertido en personaje pop.

Mientras tanto, el doctor Morell demostró ser un extraordinario emprendedor español y empezó a crear empleo. Primero, haciéndose con factorías químicas en los países ocupados por el Reich, Hungría y Checoslovaquia, muchas de ellas porque dejaron de estar en manos de judíos, y segundo, pillando los contratos de suministros de medicamentos al ejército. Morell se construyó un casoplón en las afueras de Berlín y mirándose al espejo por las mañanas debía decir ¡no puedo parar de emprender, no puedo parar de emprender!

A Hitler le llegó a caer tan simpático este doctor que le ayudaba a dormir por las noches y despertar por las mañanas, que empezó a llevárselo de vacaciones. Para Eva Braun esta decisión era una buena y una mala noticia a la vez. Mala, porque en los ágapes que organizaba con sus amigos íntimos, los nazis de la primera hornada, especifican, tenía que aguantar al doctor que tenía "hábitos de higiene de un cerdo", "eructaba y olía fatal", según la inteligencia estadounidense. Eva se llegó a quejar y Hitler contestó: "No lo he contratado por su fragancia".

Pero la parte buena para Eva llegaba luego, en la alcoba. El doctor le inyectaba a Hitler un estimulador de testosterona, Testoviron, que no era otra cosa que un extracto de semen de toro. Ya tenemos la imagen de Hitler tirándose pedos e inyectándose caca y semen en plan speedball con, por supuesto, las sanguijuelas colgando de las sienes.

Y al final de la guerra, la cosa fue tan crítica que el médico tiró directamente de anfetas. Pervitin, lo que le daban a las tropas para aumentar su fervor patriótico por si fallaba la estupidez humana, que también tiene un límite, hasta para amar a la banderita de rigor. De todas las atrocidades cometidas en la II Guerra Mundial, nunca se ha registrado la que cometió Hitler al ponerse ciego de anfetaminas por vía intravenosa para reunirse con Mussolini y echarle una bronca de varias horas, y tanto que varias si iba puesto. Imaginen el papelón del Duce, aguantando la chapa en el sillón. Así que a todo el cuadro de imagen mental de Hitler que les ha dejado el documental, añádanle ya por último a Hitler con las comisuras blancas en plan el chico del "Pim, pam, toma lacasitos" en el control de alcoholemia.

Coramina y Cardiazol, y luego sedantes para compensar. Así la salud cardiaca de Hitler se fue por el retrete, como muestran los electrocardiogramas atesorados por el coleccionista. El tío del National Geographic que muestra los diagramas, las curvas, mira a la cámara fijamente y dice: "Miren... los latidos... ¡de Hitler!". Uno no sabe si debería darle a grabar al vídeo por si se trata de algo que solo pasa una vez en la vida. El caso es que al final  Hitler dejó que el médico tratara de salvar el pellejo, todo un gesto, y abandonase la comitiva en los momentos previos al desenlace de la historia tan bien contado en aquella película, el Hundimiento. Morell no fue acusado de ningún crimen y murió en Alemania "por problemas de salud relacionados con su obesidad". Nosotros los espectadores moriremos por obesidad mórbida de documentales relacionados con Hitler.

Comparte esta noticia

3 comentarios

Santi escribió
22/02/2015 20:55

Bien es cierto que le ponen muy buen material, sin cortar ni ná, pero la verdad es que se supera usted cada vez en la narración de las catas. Gracias.

Trompeta escribió
21/02/2015 21:22

Interesante, desde luego la mezcla de poder , racismo y drogas no es muy buena para la salud. Y normal que no juzgasen los aliados al "doctor" si es que les ayudó a ganar la guerra. Por cierto que en la actualidad en Jollywooooó también andan con cosas por el estilo (y antes también) si no miren cuantos del septimo arte se ha ido al septimo cielo los pobres por sobredosis.

Rihanna escribió
21/02/2015 13:07

También se llegó a comentar en su momento algo sobre ciertos preparados basados en heces de campesinos búlgaros, según los "científicos" de la Ahnenerbe el canto del cisne de la virilidad. En todo caso, en mi barrio veo yonkis de morro más fino que el Führer.

Escribe un comentario

Tu email nunca será publicado o compartido. Los campos con * son obligatorios. Los comentarios deben ser aprobados por el administrador antes de ser publicados.

publicidad
publicidad
C/Roger de Lauria, 19-4ºA · Google Maps
46002 VALENCIA
Tlf.: 96 353 69 66. Fax.: 96 351 60 46.
redaccion@valenciaplaza.com
quiénes somos | aviso legal | contacto

agencia digital VG