BOLONIA. Que Juan Goytisolo era un personaje controvertido, venimos atisbándolo desde hace treinta años. Controvertido es decir bien poco, problemático algo más, solo que la crítica no se ha atrevido a ir más allá de la justificación del personaje.
Y quizás por la mejor razón: sus textos son magníficos.
Goytisolo es un sí y a veces un no al mismo tiempo. Una forma de ser, ambigua pero total. Lo que en Señas de identidad sublimaba, en Coto vedado aparecía sin tanto tapujo. Con esa libertad sin frenos de la madurez y esa amargura, el lector veía pasar ente sus ojos su comunismo de aventura, su agitación viajera, su marroquismo, su condición de apátrida y de errante entre España, África, Francia, sin terruño al que cantar, quizás solo compensada por la piel árabe que abrazaba en los prostíbulos de París. Piel árabe. Piel de hombre. Cuerpo marginal con que experimentaba la autenticidad frente a un tiempo y una historia llenos de libros, comodidades burguesas y matrimonio convencional. Así fueron sus confesiones.
EL CERVANTES ES UN DESHONOR
Goytisolo (Juan, Luis otras veces, José Agustín nunca) fue propuesto durante más de una década como candidato al Premio Cervantes y no se lo dieron hasta este año. En el camino nos dejó perlas como esta: "lo ocurrido con el cervantes -empleemos la minúscula para evitar el ultraje a la memoria de nuestro primer escritor- no puede considerarse con todo un hecho aislado: se inscribe en un cuadro genérico de premios, recompensas, medallas, galardones, ditirambos y propaganda desaforada destinados a transformar en obras de arte unos partos de mediocridad escasamente áurea cuando no atentados mortales a la inteligencia y buen gusto".
La causa de su desaire había sido la concesión de la más alta distinción literaria en lengua española a Francisco Umbral, ese escritor antipático y mordaz, de una cultura vastísima y una prolijidad abrumadora. Mortal y rosa, como título, al menos descoloca. Ya le pareció un agravio que se condecorara a José García Nieto en 1996, en un guiño a la poesía y a la posguerra y a la RAE, y no a José Ángel Valente, cuya trayectoria venía avalada por el Príncipe de Asturias de las Letras en 88, el Nacional de Poesía en el 93 y estos versos: "No quiero más que estar sobre tu cuerpo / como lagarto al sol los días de tristeza".
Pero lo de Umbral fue escandaloso. Y como tal sacudió el panorama literario con fuego cruzado en entrevistas, columnas y declaraciones en alta prosa y bajos instintos. Hasta que Juan Goytisolo, en una entrevista para ABC el 10 de febrero de 2001, declaró: "Estoy dispuesto a firmarlo ante notario: no pienso aceptar el premio Cervantes nunca. No soy un bien nacional ni estoy dispuesto a admitir ningún premio nacional. Quien piense que escribí esa crítica para que me lo dieran a mí, es que no me conoce ni conoce mi obra". El mismo día, en La Vanguardia, afirmaba: "El Cervantes es un deshonor".
Algo parecido opinaba Javier Marías en 2012, cuando rechazó el Premio Nacional de Narrativa por Los enamoramientos, por ser un premio oficial, algo que gustó (y mucho) a su compañero de pistolas Arturo Pérez Reverte, quien dijo que "si un día improbable me dan a mí el premio nacional de narrativa (sic), recuerdemelo (sic) si lo acepto". Y en efecto, es improbable.
Imaginamos que la firma de Goytisolo ante notario nunca se produjo y que, si el tiempo lo permite y no se airean mucho las hemerotecas ni resucitan los vengadores de Umbral, en abril se vestirá de chaqué para hablar del Quijote, la novela y los límites de la ficción (o similar) ante el Rey, José Ignacio Wert y demás autoridades político-militares en el Paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares.
EL CERVANTES ES UN PREMIO CUBIERTO DE MIERDA
"El Cervantes es un premio cubierto de mierda", fueron las palabras que Camilo José Cela empleó para explicar por qué había recibido el Premio Nobel de Literatura y no el Premio Cervantes. Y el pobre Adolfo Bioy Casares, quien habría de pasearse semanas después por las alfombras del Paraninfo de Alcalá ante Juan Carlos I para recibir el pringoso galardón, esquivó la cuestión con la misma elegancia y humor de su prosa rioplatense, y una sonrisa burlona. "Se lo agradezco por la parte que me toca", dijo Bioy.
En 1995 se lo dieron a Don Camilo limpito y sin manchas. Y entonces él, aficionado al ruedo ibérico, a soliviantar y a merecer, dijo que la mierda era para otros. Y escribió esta carta de amor en el ABC un día antes de pronunciar su discurso ante Carmen Alborch: "Mañana voy a entrar en tu circo, Alcalá, con las sandalias en la mano y el mirar clavado en el polvo, para recibir el alto honor que la fortuna ha querido depararme. Sólo quiero que sepas, y pongo a Miguel de Cervantes por testigo de que hablo con la verdad, que el agua pasada jamás debe mover el molino de la vida de nadie".
El agua pasada, el agua presente... eso mismo debió de pensar Antonio Muñoz Molina (perdón por la correspondencia) al recibir, a la par, el Premio Jerusalén de literatura 2013, y una avalancha de amenazas y de críticas por "aprobar la política del gobierno israelí hacia los palestinos".
En el caso de Cela, durante el resto de su carrera y aún desde antes de los galardones, se dedicó a disfrutar de las recepciones con Marina Castaño, a su Fundación, a hacer chistes en la televisión con Mercedes Milá y a pleitear por plagios como el de La cruz de San Andrés (Premio Planeta en 1994), el uno, y por malversación de fondos públicos, estafa, apropiación indebida y fraude, la otra.
SOY LA CUARTA MUJER EN RECIBIR EL CERVANTES
Solo el colombiano (o ex-colombiano) Fernando Vallejo podía igualar el nivel escatológico de Camilo José Cela: "El premio Cervantes es miserable", afirmó el año pasado. Lo que ocurre con Vallejo, a diferencia del resto, son dos cosas: una, que ya no le queda nada ni nadie por insultar, de modo que forma parte del registro de lo esperable en el escritor; dos, que él sí que es consecuente con sus fobias, sus insultos y sus promesas, como la de no venir a España mientras a los colombianos se les exija el visado para entrar en la madre patria. Así que de esta manera se apea de la cola de candidatos.
Es lógico que, frente a este elenco de escritores cuya violenta necesidad de reconocimiento público afea la virtud de algunas buenas obras, las palabras de Elena Poniatowska al recibir el Cervantes de 2013 caigan como una bomba de inteligencia y de justicia sobre la conciencia literaria hispánica: "Soy la cuarta mujer en recibir el Premio Cervantes. Los hombres son treinta y cinco". Treinta y seis, si es que Goytisolo acaba aceptando el galardón.
Querido, en castellano no existe el guión. No se escribe ex-colombiano, se escribe excolombiano
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