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conmemoración

'¡Oh, capitán, mi capitán!':
25 años de 'El club de
los poetas muertos'

C. A.. 23/06/2014 En junio de 1989 se estrenó el film de Peter Weir, el mayor éxito de Disney ese año, una película que aún hoy inspira anuncios de Apple y provoca debates

VALENCIA. Este junio se han cumplido 25 años del estreno en Estados Unidos de El club de los poetas muertos, la película con la que el australiano Peter Weir se convirtió en uno de los grandes nombres de la industria hollywoodiense. Ha habido reestrenos en el cine de la ciudad de Middletown, Delaware, donde se rodó, se han escrito artículos y han surgido debates en torno a una película que nació prácticamente por azar.

Weir ya había trabajado en Estados Unidos con Único Testigo, un film concebido a mayor gloria de Harrison Ford, su protagonista. Fue su primer gran éxito de encargo bajo el paraguas de los grandes estudios, tras triunfar con filmes más personales como Gallipoli o El año que vivimos peligrosamente.

En el caso de El club de los poetas muertos Weir también rodó con un guión ajeno, obra de Tom Schulman, maniqueo y cursi pero bastante eficaz, que estaba inspirado en las propias experiencias del guionista que el australiano adaptó a sus necesidades. En este sentido el cineasta admitiría tiempo más tarde que decidió ajustarlo al final de la era Eisenhower, la película estaba ambientada en 1959, y adaptarlo a sus recuerdos de aquella época para sentirse próximo a la historia. "Iba a un colegio muy similar, muy estricto. No recuerdo con ternura aquellos años. En cuanto acabé salí corriendo de allí. Se castigaba con una vara y yo siempre tenía problemas", decía.

Su participación fue decisiva. El veterano actor Norman Lloyd decía años después del rodaje de El Club de los poetas muertos que había trabajado "con los mejores directores: Hitchcock, Scorsese, Welles, Jean Renoir... y Peter Weir". Ethan Hawke, que filmó la película con tan solo 15 años, lo comparaba con el personaje de Robin Williams en el largometraje. "Eramos muy jóvenes e impresionables. Fue el primer artista profesional verdadero que conocimos", relataba. "Nos inculcó el convencimiento y la pasión de que lo que hacíamos era importante".

El cómo llegó a sus manos el guión forma parte de la leyenda que siempre rodea a los grandes éxitos cinematográficos de la industria norteamericana. Weir estaba preparando la discreta comedia romántica Matrimonio de conveniencia, que protagonizarían Gérard Depardieu y Andie MacDowell. El francés retrasó su participación un año por compromisos anteriores y en esas se cruzó en su camino Jeffrey Katzenberg, el gran productor de Disney, empecinado en hacer un cine familiar de calidad. Acudió a él con una oferta que no podría rechazar.

Según relataba en un artículo de la revista Premiere Nancy Griffin, Katzenberg convocó a Weir en su despacho. Ante de que el australiano entrara por la puerta le dijo: "Tengo la película idónea para ti". Y le dio el guión. Aquella historia se ajustaba perfectamente a las obsesiones de Weir, en cuyo cine siempre ha procurado relatar el enfrentamiento entre diferentes formas de ver la vida. "Es el mejor texto escrito que he trabajado", le relataría a Griffin.

QUIENES LA PUDIERON DIRIGIR E INTERPRETAR

Aquel sí cambió la película. El club de los poetas muertos llevaba tiempo moviéndose entre despachos. Entre los candidatos a dirigirla se había hablado del artesano Jeff Kanew, y entre los posibles protagonistas se estudiaron los nombres de Dustin Hoffman (quien también quería dirigirla), Bill Murray y un entonces semidesconocido Liam Neeson. Con la llegada de Weir el protagonista elegido sería Robin Williams, quien conseguiría su segunda nominación al Oscar tras Good morning Vietnam.

La película contravenía la fórmula del high concept que durante prácticamente una década había regido como una dictadura el devenir de los grandes estudios. Tras el fracaso de La puerta del cielo de Michael Cimino Hollywood había vuelto sus ojos hacia películas de gran presupuesto y un argumento que se pudiera resumir en poco más de 50 palabras, práctica que destripó Robert Altman en El juego de Hollywood.

El club de los poetas muertos rompía con esa norma. Y lo hacía desde dentro. De hecho el propio Weir no tenía problemas en reconocerse como "un director de cine comercial, un director de cine de Hollywood". La película tuvo un éxito extraordinario, producida por Disney a través de su filial Touchstone, fue más apreciada en el extranjero que en su país de producción. A nivel de premios, por ejemplo, ganó el BAFTA británico a la mejor película mientras que la Academia norteamericana sólo le dio el Óscar al mejor guión original, posiblemente el más endeble de sus pilares.

Igualmente, en taquilla recaudó más en todo el mundo que en Estados Unidos, convirtiéndose en uno de los filmes que abrió los ojos al negocio internacional. Con un presupuesto de 16,4 millones de dólares, la recaudación americana ascendió a 95 millones de dólares, mientras que la recaudación en el resto del mundo fue de 140 millones. Su total acumulado era de 235 millones. Se impuso así a otras grandes apuestas de Disney como La sirenita, que recaudó en Estados Unidos 111 millones y en todo el mundo 99. O a Cariño, he encogido a los niños, que recaudó en el mercado estadounidense 130 millones de dólares y en el internacional 92.

La misma fórmula de exhibición habla de un largometraje pensado en crecer desde abajo. Tuvo un estreno limitado a sólo ocho cines y los resultados fueron espectaculares, con una media de taquilla de 42.557 dólares para un total de 340.456 dólares en su primer fin de semana. Llegó a exhibirse en 1.109 cines y aunque fue la décima película más taquillera ese año en EEUU, sólo alcanzó el tercer puesto en el fin de semana de mayor exhibición, con una taquilla de 7,5 millones recaudada entre 687 cines.

En la película participaron técnicos de sonido de la talla de Alan Splet, hombre de confianza de David Lynch, y constituyó un prodigio técnico, con un trabajo especialmente brillante por parte del director de fotografía, John Seale. Weir se implicó en ella de tal forma que llegó a recomendarle a los jóvenes protagonistas que usaran jabón en lugar de champú, y que vieran muchas películas de los años cincuenta para imitar los gestos de los actores.

UNA PELÍCULA DE ESTUDIO COMO DEL NUEVO HOLLYWOOD

Las secuencias se improvisaron y se trabajó con una creatividad que recordaba a los mejores años del Nuevo Hollywood. Así, hay secuencias cuya toma inicial premontaje tienen duraciones de diez minutos. La película supuso la segunda de las seis nominaciones que ha tenido Peter Weir, ya sea como productor, director o guionista. No ha ganado ninguno.

En España el filme arribó el 22 de noviembre y fue un éxito de taquilla extraordinario como en todo el mundo. La película abrió un camino que no pudo ser seguido, entre otros motivos por la marcha de Katzenberg de Disney al poco tiempo. La crítica, mayoritariamente, la alabó si bien algunos profesionales como Roger Ebert criticaron sus puntos débiles, lo que provocó agrios debates.

Ahora que se cumplen 25 años de su estreno, el film es empleado en escuelas de negocios, es recordado y criticado a partes iguales. Apple tomó una escena de la película para su última campaña del iPad Air y recientemente la revista Vanity Fair le ha rendido homenaje por su estética. Sus frases se han incorporado a los listados de la AFI y la película se considera como uno de los largometrajes más inspiradores de la historia reciente del cine. Pero no todo son elogios. En la revista Esquire Stephen Marche negaba el mito de que hubiera supuesto la inspiración para algunos jóvenes escritores. Se puede decir que un cuarto de siglo después de su estreno sigue viva. Algo que no está nada mal para una película que fue definida por su director como un film de entretenimiento.

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