VALENCIA. Han pasado ya más de cinco años desde que entramos en el túnel de la crisis más larga de las últimas décadas, algo menos desde nuestro ingreso en la UVI económica europea, y algo más de dos y medio desde que el 15-M patrio otorgara visualización exterior al enojo con nuestra coyuntura sociopolítica. Si hubiera que buscar una correlación entre la indignación que emana de la calle y su trasunto sonoro, podríamos decir que hasta ahora no han abundado argumentos nuevos para conformar una banda sonora que ilustre el comprometido trance por el que transita buena parte de la ciudadanía. El último lustro no tiene casi quien le escriba, no al menos en forma de pentagrama, pero incluso eso podría estar ya cambiando si echamos un vistazo a parte de lo más granado de la producción estatal del año que acabamos de despedir.
Son tiempos, también (especialmente) para los músicos, de apretar dientes y puños, hacer de la necesidad virtud y capear el temporal aferrándose a aquello que mejor sepa hacer cada cual. Y ya que ningún rédito económico puede presuponerse de antemano, que al menos la integridad y el compromiso (que se pueden manifestar de múltiples maneras) prevalezcan sobre cualquier otra consideración. Entre los trillados códigos de la canción protesta y la obvia denuncia social del rock urbano o gran parte de la escena hip hop (esquemas sobre utilizados hasta el hartazgo en las últimas décadas), media un enorme campo expresivo en el que poder testar la concreción de unos mensajes alejados de lugares comunes, estereotipos o panfletos. Más allá de que los inefables Def Con Dos nos hayan recordado, no sin razón, que España es idiota. Y sin olvidarnos, claro está, de que toda acción creativa o promocional puede suponer un pronunciamiento político per se, por mucho que se precie de "apolítica".
Esa enorme ágora social que constituyen hoy en día las redes sociales (versión actual de las alicaídas tertulias de bar) es un buen termómetro para medir no solo la indignación del personal, sino también tendencias y contagios virales latentes, siempre a punto para emerger a la superficie. Las enardecidas muestras de entusiasmo que por allí han pululado ante los últimos conciertos de León Benavente son una muestra de que lo suyo, al margen de ser una propuesta excepcionalmente sólida en el plano musical, propone una mirada generacional capaz de hablar de tú a tú a su público potencial. En su mismo idioma.
Han coronado con esta gira un año redondo, consolidándose como la banda estatal emergente de mayor repercusión, con la agenda repleta de citas festivaleras en 2014. Y no es casual que lo hayan hecho unos músicos curtidos en la órbita de Nacho Vegas (con quien han compartido escenario y ahora sello): fue precisamente el asturiano quien más cerca ha estado de condensar el actual estado de ánimo social en los poco más de cuatro minutos que duraba Cómo hacer crac, aquel single de finales de 2011. También es Nacho Vegas uno de los principales partícipes de la Fundación Robo, plataforma colectiva de músicos que ya ha alcanzado los dos años de vida (un recopilatorio da fe) en su empeño por dar salida a material nacido con la urgencia propia del actual contexto sociopolítico, siempre desde su particular criterio, así que todas las piezas encajan.
No obstante, el gran activo de León Benavente quizá haya sido plasmarlo de forma muy gráfica en unos textos notables. Como a la generación literaria del 98, a ellos también les duele la piel de toro (no en vano, su disco está repleto de referencias geográficas). Y al modo de los cronistas del existencialismo, su lacerante pesadumbre es mucho más punzante por cuanto penetra a través de todos sus poros para convertirse en algo prácticamente psicosomático. Una ira acumulada que, precisamente por encauzarse a través de esquemas líricos y sonoros menos obvios, proyecta el sombrío y alargado perfil de un malestar social de mayor calado y (nos tememos) largo recorrido. Su tema "La gran desilusión", sin ir más lejos, remite de forma poco velada a la decepción post 15-M.
Obviamente, no son los únicos. Aburriríamos al sufrido lector si tratáramos de hacer un repaso exhaustivo de todas aquellas bandas que, de una forma o de otra, han contribuido últimamente a reflejar el zeitgeist. Y aunque siempre habrá quien nos tilde de indiecentristas, no está de más citar unos cuantos nombres más. Los zaragozanos Tachenko, por ejemplo, combinan metáforas sentimentales y políticas a ritmo de pop luminoso en títulos como "Estado policial" o "El capital". Lástima que ponerlas al servicio de melodías tan radiantes les pueda restar efectividad a ojos de muchos.
En sus antípodas sonoras se sitúan los vascos Lisabö, quienes montan en escena desde hace años un estruendoso apocalipsis post hardcore (salpimentado con denuncias entre canción y canción a los excesos del sistema) que supura rabia en forma de catarsis colectiva. No editan desde 2011, pero no deberían tardar en prolongar su discografía. Hannibal, lo último de los catalanes Animic, compartió también esa iracunda tensión eléctrica, desde presupuestos más ralentizados. Una rabia de la que también se contagió Raül Fernández en lo último de sus Refree, recuperando la electricidad de aquella escuela en la que su curtió (Corn Flakes) en el rotundo Nova Creu Alta. Todos ellos ponen más énfasis en el sonido, como vehículo de denuncia, que en las letras. Y no les van a la zaga los últimos trabajos de los gallegos Triángulo de Amor Bizarro, con títulos como "Robo tu tiempo", o sus paisanos Disco Las Palmeras!, con "Que rueden cabezas" (y el obsesivo "se ríen de ti" de su estribillo) o "De cuando aún había esperanza".
En un plano más local, sería injusto obviar las referencias que, en mayor o menor medida, bandas como Senior i El Cor Brutal, Maronda, Naima, Reno, Orxata Sound System y algunos más han dedicado al atenazador clima que les (nos) rodea. Aunque igual de saludable (y no menos efectivo) es observar las cosas desde el prisma del humor irónico y descacharrante: eso es lo que hacen nuestros Antiguo Régimen, España o Teletexto. Bandas valencianas que, desde una óptica cachonda y obviamente provocadora, trufan sus propuestas de referencias a los renglones más oscuros de nuestra historia, al más puro estilo de los situacionistas punk británicos. No están solos en el empeño: El Pardo, Carrero Bianco, TEJERO o Despotismo Ilustrado son algunos de los que, desde diferentes puntos del país, vienen pegando fuerte en esas lides. Ante un estado de las cosas tan intimidante y poco alentador, abogan por el sabotaje directo, por las bravas. Y nadie podría negarles el pan y la sal.
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