VALENCIA. Dentro del equipo de Gobierno diseñado por el presidente de la Generalitat, Alberto Fabra, existe la consigna de mantener la unidad y el equilibrio ante los tormentosos dos años que restan de legislatura. Sin embargo, los contrastes son inevitables y, uno en concreto, ya es motivo de comentario entre los altos cargos de la Generalitat Valenciana: la sobriedad del vicepresidente y portavoz del Consell, José Císcar, frente a la espontaneidad del conseller de Economía, Máximo Buch.
Dos perfiles opuestos. Císcar, con raíces en el partido y poder territorial, conoce el funcionamiento orgánico de la formación ‘popular'. Buch, en cambio, venía como independiente, aunque se ha esforzado en buscar la integración en las siglas del PPCV.
La discreción y autocontrol del vicepresidente se ponen de manifiesto todos los viernes en la rueda de prensa del pleno de Consell. Impertérrito, defiende los argumentos del Gobierno valenciano hasta la extenuación aún incluso cuando las evidencias estén en su contra.
En cambio, Buch se caracteriza por la improvisación -o aparente improvisación- en muchas de sus respuestas a los medios de comunicación. Una espontaneidad o deseado efectismo que en ocasiones se vuelve en su contra. No en vano sus palabras han causado fricción en ocasiones con el propio Císcar: sin ir más lejos, su comentario en Les Corts sobre la empresa danesa interesada por el aeropuerto de Castellón, cuando el vicepresidente había negado pocos días antes que existieran interesados en el aeródromo.
Intervenciones como esta, no terminan de gustar en la plaza de Nules, sede donde se ubica la conselleria de Presidencia que lidera Císcar. La organización metódica de sus reuniones como vicepresidente, en gran parte apartadas de la agenda pública, y la corrección más absoluta en sus funciones y encuentros como conseller de Agricultura, contrasta con lo que muchos consideran en el partido como una política más ‘de foto' de Buch.
La pasada semana, Císcar dio una explicación atípica sobre el déficit utilizando una imagen de una pista de atletismo. Una pequeña licencia fuera del guión que acostumbra a seguir el vicepresidente y que, por eso mismo, se puso en duda hasta última hora. Este ejemplo explica la mentalidad del portavoz del Consell, un político extremadamente serio y prudente. En el otro lado, llama la atención el arrojo de Buch en ciertos momentos, quien ha llegado a prometer el pleno empleo para 2020 o se ha descolgado en más de una ocasión con declaraciones sonrojantemente optimistas ante evidencias aterradoras.
Tal vez por ello, sobre la ‘mano derecha' del presidente han ido recayendo todos los asuntos de peso y con aspecto de problemas irresolubles. Curiosamente, muchos heredados de la Conselleria de Economía, como el citado aeropuerto de Castellón o el Valencia CF, si bien algún otro caso, como el de la Sociedad de Garantía Recíproca (SGR), también voló de las manos de Buch para irse a Hacienda, algo que podría considerarse lógico cuando las negociaciones se elevaron al ministerio de Cristóbal Montoro.
Con estos precedentes, no resulta extraño que Císcar se haya convertido en el político de cámara de Alberto Fabra para manejar los hilos en pasillos y salas de reuniones. Mientras, Buch se ha enfundado el disfraz de político con perfil de Relaciones Públicas, dedicado a ejercer de embajador de la Generalitat en el extranjero, con más gusto por las salidas y actos que por las horas de despacho.
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