VALENCIA. Durante el pasado mes de agosto, ValenciaPlaza.com seleccionó, con la colaboración del arquitecto valenciano y un poco alemán Boris Strzelczyk, ocho edificios o espacios de Valencia que nunca entraron en los recorridos urbanos canónicos, pero que guardan un valor especial.
Fueron el Trinquet de Pelayo, leyenda de otra época; Espai Verd, el oasis; puente Nueve de Octubre, el primer "Calatrava"; Bloque Ruiz Jarabo, edificio simbólico del Cabanyal; Jardines de Monforte, oda romántica; Grupo Residencial Santa María Micaela, puntual de la arquitectura moderna; Pasaje Ripalda, espacio deudor del neoclásico italiano; y los Chalets de Periodistas, breve urbanización que aspiraba a iniciar la frustrada larga avenida al mar.
Ahora se amplia la selección con tres espacios más. Son lugares que no están en medio de la fiesta, pero con condicionantes que exigen la atención. Una ciudad que en ocasiones no se ve y que podría articular un viaje alternativo para el turista atípico.
· La Finca Roja: Es el mayor trasunto en Valencia de Ámsterdam y la Viena socialista. Si un doble agente con gabardina protagonizara una colección de novela negra en el invierno valenciano, debería vivir anónimamente en este enclave del sur del Ensanche, a espaldas de Plaza España, en una de las 500 viviendas de 90 m2 cubiertas por el manto de ladrillo rojo inspirado en las estéticas del arquitecto holandés Hendrik Petrus Berlage.
La mística vecinal no da para tanto, pero sí su carga de pasado. La Finca Roja, concluida en 1933, procuraba voltear el carácter tradicional del ensanche y sus edificios decimonónicos, y aportar novedades en estilo y función.
Las aspiraciones del arquitecto, Enrique Viedma, eran muy elevadas. Su idea no fue crear un gran edificio, sino una gran comunidad donde el patio interior alcanzara categoría de plaza colectiva.
Viedma, que posteriormente también levantaría los Chalets de Periodistas en el principio de la Avenida Blasco Ibáñez, agitaba la lanza de los "arquitectos heterodoxos". Su misión en el mundo: proporcionar viviendas higiénicas, maximizar el espacio, dotar de unos servicios mínimos entonces poco habituales, enlucir la colectividad.
La Finca Roja transfirió de la Europa moderna primicias llamativas. Ha llegado a ser un edificio-barrio a pesar de no consumar todas las aspiraciones. Aún hoy brilla como un original mastodonte vivo al que ver.
· Palacio del Marqués de Caro: Posiblemente una de las rehabilitaciones mejor traídas de los últimos años. El Palacio del Marqués de Caro es el paradigma de la restitución de la historia en un edificio de uso privado.
Hoy hotel, se trata del palacio gótico en el que nació el marqués de Caro y que él mismo convirtió en valor refugio para el esplendor. Dormido durante años, en 2005 volvió a tomar vida por el auxilio de Santiago Máñez (sobrino nieto del fundador de los hoteles Meliá) y otros tres jóvenes socios valencianos. Cuando se fijaron en un palacio con el cartel de ‘se vende', no eran completamente conscientes del fondo que acarreaba.
Las 26 habitaciones y los demás espacios están impregnados de historia. Arcos del antiguo palacio gótico, escalera medieval, parte de la muralla árabe (oculta en 900 años), y un mosaico del siglo 138 a.C. toman presencia entre las estancias, a pocos metros de la Catedral.
En febrero de 2012 abrió el pequeño hotel tras siete años de reformas bajo el cuidado de Francisco Jurado (aquitecto) y Francesc Rifé (interiorista). Siete años que debieron ser algo así como desempolvar los huesos de un dinosaurio, darles lustre y habitar el esqueleto.
Boris Strzelczyk incide en el respeto casi reverencial por la historia que ha demostrado el proyecto. Mientras en la calle Salinas la muralla ha sido degradada, olvidada por la administración, en el Palacio de Marqués de Caro refulge integrada.
Tomar un café allí es visitar las entrañas de la ciudad histórica.
(Hotel Palacio Marqués de Caro. Teléfono 963 059 000. Calle del Almirante, 14)
Foto: GA Valencia
· Isla Perdida: En su momento (principios de los 60) fue como una isla materializada en bloques paralelos de 8 y 9 alturas y forma de T, rodeados de un mar de huerta en Algirós. Sus habitantes eran como robinsones. Vivían un verdadero aislamiento urbano. Entre el Grau y Valencia. En la indefinición.
La construcción, con viviendas de realojo, venía dada por el intento de erradicar el chabolismo y acoger a damnificados de la riada del 57. Y algo más: comenzar a invadir las parcelas de un área que enlazaría la ciudad con los poblados marítimos a través del proverbial paseo de Valencia al Mar.
La importancia de Isla Perdida reside en el simbolismo y el testimonio de una Valencia entre campos. Fue un primer gran boquete en la huerta que pronto omenzaría a perder su identidad insular cuando le brotaron fincas alrededor. Hoy, encajada entre la avenida Blasco Ibáñez, calle Crevillent y calle Alguer, no se diferencia de sus edificios colindantes por ninguna traza. Hace unas décadas era la isla de Valencia.
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