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VALENCIA. 18 de mayo de 2012. El presidente provincial del PP de Valencia, Alfonso Rus, permanece con sus allegados a escasos metros de la puerta del Auditorio de la Diputación de Alicante (Adda) donde se celebra el congreso regional del PPCV que va a consolidar a Alberto Fabra como máximo responsable de la formación 'popular'. El también alcalde de Xàtiva tiene el gesto torcido, parece molesto mientras habla con los suyos y gesticula vehementemente. Hace apenas 48 horas que se ha enterado de que su máximo rival interno, Serafín Castellano,  el único nombre que había vetado, va a ser el nuevo secretario general del PPCV y quiere que sus afines voten en blanco a Fabra por tal decisión. El nuevo presidente y su ejecutiva salen elegidos con un casi un 20% de voto en blanco: lo que mal empieza, mal acaba.

Es difícil deslindar la historia de Rus y Castellano en esta legislatura. Mientras el barón provincial del PP movía sus hilos para evidenciar en el cónclave su descontento con la decisión de Fabra, los fieles a Serafín, zaplanistas arrinconados o campistas a tiempo parcial, almorzaban enfrente del Adda en un ambiente de alborozo y celebración. El nombramiento de su jefe de filas como número dos del PPCV blindaba a unos de cara al futuro y a otros les abría nuevas oportunidades.

El vicesecretario de Organización del PP provincial, Juan José Medina, próximo a Rus, se encogía de hombros aquel día al ser preguntado por la elección de Castellano: "Menudos congresos comarcales vamos a tener...", auguró, profecía que se cumplió meses después.

Casi nadie terminó de entender el empeño de Fabra por elegir a Castellano como número dos del PPCV en aquel congreso. De hecho, está considerado por sus críticos como el "primer gran error" en el ámbito interno cometido por el todavía presidente. No lo quería Rus, ni Rita Barberá, ni otros 'pesos pesados' del partido como Juan Cotino, ni tampoco representaba la renovación, pero Fabra impuso su criterio hasta con las reticencias de Génova, que pidió referencias ante los mensajes de enfado que llegaban desde Valencia. 

Castellano, no conviene olvidarlo, fue el impulsor del plante de una veintena de diputados en Les Corts a Francisco Camps allá por julio de 2004. Así pues, fue fiel zaplanista por un tiempo, pero lo suficientemente camaleónico para posteriormente ser campista y, más tarde, fabrista, reverdeciendo sus viejos contactos próximos al exministro para tratar de componer una tropa al servicio del nuevo líder. Unos movimientos que crisparon rápidamente al equipo del presidente del PP de Alicante, José Císcar, que veía como las huestes zaplanistas recibían oxígeno por parte del nuevo secretario general del partido.

Los 'piques' no tardaron en ampliarse a batallas comarcales. Castellano quería conseguir el control provincial del partido sobre Rus para brindárselo a Fabra... y a sí mismo. A lo largo de 2012 se produjeron los congresos comarcales, que el lugarteniente del líder perdió de forma absoluta y global frente al alcalde de Xàtiva. Tampoco pudo 'rascar' nada en el cónclave de Nuevas Generaciones, donde vio cómo Rus y Císcar se aliaban para evitar que pudiera tomar el control.

Pero la persistencia y trabajo duro, hasta sus críticos así lo constatan, no son ajenos a Castellano. Fajador, no se amilanó por estos reveses y continuó progresando centímetro a centímetro en el incremento del control de las estructuras de partido y del propio Consell. Así, en diciembre de 2013 vio sus intereses alineados con la secretaria autonómica de Coordinación de la Generalitat, Esther Pastor: Fabra destituyó a todo el equipo de comunicación de Presidencia, un golpe definitivo a la confianza de la que hasta entonces había gozado Císcar. A continuación, la reestructuración realizada por el presidente dejó en una buena posición a Castellano, que ganaba en influencia y comenzaba a debilitar a alguno de sus rivales.

Sin embargo, apenas seis meses después, todo se torcería. El mal resultado en las elecciones europeas exigió sacrificios -así los pedía Génova- por parte del PPCV de Fabra. Los críticos con Castellano habían hecho su trabajo en Madrid, informando de manera continuada de las tensiones internas con el secretario general del partido. El jefe del Consell tomó la decisión que le pedían las direcciones provinciales: sacó a Castellano del Gobierno valenciano y del partido, aunque consiguió convencer a Moncloa -pese a la reticencia de Soraya Sáenz de Santamaría- de que aceptara a su gran colaborador de la legislatura como delegado del Gobierno.

Este viernes, la Policía detenía a Serafín Castellano en su casa por presunta corrupción y procedía al registro de tres consellerias en búsqueda de documentos. Una imagen que copó todas las portadas de los medios digitales de España apenas cinco días después de la catástrofe electoral del PP. En Génova y Moncloa estarán sin duda satisfechos -entiéndase la ironía- por la elección que hizo el presidente Fabra para ocupar la Delegación del Gobierno. Al menos, Rus cayó antes, pensarán los serafinistas.