VALENCIA. Este lunes que viene se reúne el comité ejecutivo del Palau de les Arts de Valencia para finiquitar la era Helga Schmidt en el complejo valenciano. Tras la declaración como imputada de la austriaca por un presunto delito de malversación, prevaricación y falsedad, la cuestión que se plantea en la Conselleria de Cultura es cuándo se certificara ese adiós.
Poco importa cuánto se desgañiten sus defensores y aludan a la justicia o injusticia de su detención; poco significa incluso que el propio Alberto Fabra haya salido a la palestra, en un gesto criticado por inapropiado e inadecuado; todo es ruido de fondo, incluida la propia acción de la Justicia. La orden que han recibido en el departamento de Campanar es que la austriaca debe desvincularse del complejo y de la Generalitat lo antes posible. La sentencia política ya está dictada.
Para ello, este miércoles se realizaron las primeras reuniones para analizar los costes de la cancelación del contrato de Schmidt, según admitió la propia consellera de Cultura, María José Català. Hay hasta nombres, pero desde la Conselleria de Cultura no quieren avanzar candidatos hasta que no se decida la salida de Schmidt. Pese a las dudas y críticas que se han vertido de continuo desde el equipo de la consellera a su gestión, la operación policial les sorprendió. "Eran irregularidades, no delitos; además, se habían corregido hace un año", repetían como un mantra.
En el coliseo la conmoción por lo sucedido ha suscitado todo tipo de peregrinas teorías incluso en cuanto a conspiraciones. La realidad es mucho más prosaica. La Fiscalía y el juez instructor buscan pruebas que confirmen o desmientan el posible cobro de comisiones por parte de la austriaca, con el desvío de fondos a las sociedades a las que pertenecía, en especial Patrocini de les Arts, algo que ella misma ha negado en repetidas ocasiones. Hay dudas sobre las contrataciones a Radcliffe, la empresa de Pablo Broseta, para imprimir catálogos, que obligó a una doble facturación que encarecía el coste. Y se investiga también los contratos a las grandes figuras. Se ha registrado en busca de información, se le ha interrogado a ella y al que fuera administrador del Palau, Ernesto Moreno, y se les ha imputado.
"No es justo", se lamentaba una antigua colaboradora de Schmidt este miércoles; "ella ha conseguido que la ópera funcionase, ella creó esto de la nada", aseguraba. Desconocida para el gran público, la presencia de Schmidt no ha pasado inadvertida sin embargo entre los melómanos, músicos, críticos y profesionales. De su mano se pusieron en pie iniciativas internacionales de gran calado, como su Anillo del Nibelungo con Zubin Mehta al frente de la dirección musical y La Fura dels Baus en la escénica. Por su iniciativa se creó la Orquesta del Palau de les Arts, bajo la batuta de Lorin Maazel, considerada como una de las mejores de Europa.
Su estancia en Valencia, una auténtica ópera, concluye ahora tras 15 años en los que la austriaca ha vivido días de vino y rosas, con grandes alegrías y enormes decepciones, con tragedias personales y conflictos laborales. Una relación que se inició de manera casual cuando el tenor Plácido Domingo se la recomendó al entonces conseller de Cultura, Francisco Camps, para producir la interpretación en versión concierto en el Palau de la Música de la inconclusa ópera Luna de José María Cano, ex de Mecano. Schmidt epató a Camps con su agenda internacional y éste se la propuso al entonces presidente, Eduardo Zaplana, como futura directora artística del Palau de les Arts. Comenzó así esta ópera trágica que concluye ahora, 15 años después, mientras se escriben sus últimas arias.
1 ACTO. Esperando a Calatrava (1999-2005).
Los primeros años de Schmidt en Valencia sonaron a Rossini. Fueron felices, gratos, cómodos. Durante un lustro la austriaca se dedicó a establecer contactos internacionales y concertar visitas de grandes maestros a las obras del edificio. Con un sueldo de 240.000 euros al año y todos los gastos pagados, el modo de vida lleno de lujos de Schmidt chocó en la administración y suscitó los celos de personalidades como Consuelo Císcar, quien la criticaba en público. Lorin Maazel y Zubin Mehta visitaron las obras y se sucedieron los anuncios. El Palau de les Arts era una promesa internacional. Iba a poner a Valencia en el mapa de la cultura de alto nivel. Las críticas eran acalladas por el ruido de los fuegos artificales.
Schmidt firmó en 2003 el contrato con Maazel así como los acuerdos con algunos de los grandes cantantes que pasaron por Valencia. No tenía, empero, nada cerrado económicamente. La incorporación como gerente de Eusebio Monzó apenas unos meses antes de su primera apertura, en octubre de 2005, le permitió concretar un presupuesto para las contrataciones del primer año así como organizar todo lo relacionado con la inauguración en falso. En falso porque fueron sólo tres conciertos y un recital, un auténtico trampantojo. En falso porque ni siquiera se había creado la orquesta, que iba a ser el pilar angular del proyecto. En falso porque la primera temporada se iniciaba al año siguiente. Pero significaba el pistoletazo de salida. De hecho, tras ella Maazel comenzó las primeras y exigentes audiciones que conformaron la mejor orquesta de foso de España.
En una reunión en su despacho, Camps le dijo a Schmidt:
—Hasta ahora ha sido el tiempo de Calatrava; a partir de ahora es tu tiempo.
El ex presidente se equivocó. Por completo. Calatrava nunca se ha ido del Palau de les Arts. De hecho en la actualidad está reponiendo el trencadís que se cayó a finales de 2013. Schmidt habrá salido del Palau de les Arts y Calatrava no habrá acabado aún el edificio.
Echando mano de su agenda privilegiada, Schmidt llevó a Camps por todo el mundo. Visitaron el Covent Garden y el presidente viajó con una espectacular comitiva a Nueva York para encontrarse con Plácido Domingo, en una misión que fue descrita con pluma acerada por Antonio Muñoz Molina en Todo lo que era sólido. "Ni el presidente del Gobierno se había hecho anunciar con semejante pompa".
2 ACTO. De ‘Fidelio' al primer adiós de Maazel (2006-2009).
Mozart, quizás Don Giovanni, en el tocadiscos. El primer trienio de Schmidt en Valencia no pudo ser más accidentado. Tras inaugurar la primera temporada verdadera en octubre de 2006 con un espectacular Fidelio dirigido por Mehta, se produjeron los primeros conflictos. El director, indignado por los retrasos, criticó que el edificio no estuviera terminado. Calatrava pronto protestó y Mehta se desdijo, pero comenzó a ser evidente que algunas cosas no funcionaban como debían.
Apenas dos meses después se produjo el famoso accidente del montacargas del escenario principal, que estuvo a punto de llevar todo al traste. Maazel propuso cancelar. Se salió adelante, como siempre en el Palau de les Arts, sin mirar atrás, con tensiones entre Maazel y el director escénico, Jonathan Miller. El milagro, sin embargo, fue casi anónimo.
Muy pocos valencianos se sentían identificados con el complejo operístico, o eran conscientes de la calidad de lo que allí se proponía. Al tiempo, comenzaban a extenderse los rumores sobre la personalidad de Schmidt, sus cambios de humor, su carácter (la austriaca ha sido condenada por acoso laboral), sus profundas diferencias con algunos artistas (Werner Herzog acabaría echando pestes del Palau de les Arts), su escasa meticulosidad en los gastos, que convirtieron al coliseo en uno de los epítomes de esa época de excesos que hoy parece tan lejana. ¿Estaba la ciudad preparada para tener una temporada de ópera? ¿Existía público suficiente? ¿Podía la administración sostener un complejo de estas características?
Ajena a las críticas, Schmidt estaba convencida de que la calidad de su propuesta acabaría imponiéndose. "Aquí se puede hacer algo único en el mundo; no es un teatro de ópera solo", decía Schmidt. Y hacía sus cuentas. "Valencia tiene casi un millón de habitantes; con el extrarradio millón y medio. Hay público suficiente", decía.
Pero esas cuentas no cuadraban. No se cumplían las expectativas. El público aún era magro. En un precario equilibrio, el Palau de les Arts se mueve en la indefinición económica. Monzó se fue y le sustituyó Moreno. Ante la pérdida de ingresos, comenzaron las reducciones salariales. Maazel incluso llegó a anunciar en su web de manera oficial que abandonaba Valencia. Era julio de 2008. Schmidt se impuso y consiguió un acuerdo con el maestro a cambio de una reducción salarial. El maestro lanzó un mensaje: él también creía en el proyecto. No fue suficiente.
3 ACTO. La crisis y el adiós definitivo de Maazel (2009-2011).
Llegó Verdi, los años ampulosos, con la marcha de Maazel, finalmente, y los primeros efectos de la crisis. Las continuas reducciones presupuestarias comenzaron a afectar ya de pleno al coliseo valenciano. Las primeras giras internacionales coinciden con la delicada situación política de Camps, su gran valedor. Al mismo tiempo, arrecian las críticas a la gestión de Schmidt.
Fue precisamente en esta época cuando Schmidt crea Patrocini de les Arts, la empresa por la cual ahora está siendo investigada. A la desesperada búsqueda de esponsors, ante las constantes fugas de mecenas, Schmidt acepta la sugerencia de un grupo de abogados y empresarios y cierra el departamento de Patrocinios del propio coliseo.
Helga Schmidt sigue siendo un nombre conocido por unos pocos. La ausencia de colaboración por parte del Ministerio de Cultura comienza a resentirse en las cuentas. Al mismo tiempo se producen las primeras fugas de músicos de la Orquesta del Palau de les Arts. Los primeros en irse fueron los que pertenecían a la Orquesta de Valencia, del Palau de la Música. El futuro no se ve claro. El goteo será constante a partir de ese momento.
Curiosamente, comienzan a crearse grupos de aficionados a la ópera, a haber un público, afición verdadera. Nacen asociaciones como Amics de la Òpera i de les Arts de la Comunitat Valenciana. Pero en marzo de 2011, Maazel, cansado de las promesas incumplidas por los políticos, decide marcharse. Ni la versión más reducida de su salario es asumible por las cuentas públicas.
Aún así la austriaca no se amilana. Aún tiene el apoyo de Mehta, de cantantes como el barítono malagueño Carlos Álvarez, aún tiene candidatos de renombre. Falla Riccardo Chailly y de la mano de Daniel Barenboim ficha a una joven promesa, el israelí Omer Meir Wellber. Es, posiblemente, su mayor error artístico y personal. La relación al final es horrible.
4. ACTO. Del amor de Camps al desinterés de Fabra (2011-2015).
Wagner, denso, para el penúltimo acto de Schmidt en Valencia. La caída de Camps a causa de su juicio por la trama Gürtel, deja a la intendente desamparada más allá incluso de lo que hubiera podido imaginar. Aunque la cordialidad del nuevo presidente, Alberto Fabra, es manifiesta, la realidad es que al de Castellón la opera le aburre. "Hombre tranquilo", en la descripción que hace de él un antiguo colaborador del jefe del Consell, Fabra oculta sus suspicacias ante la gestión de Schmidt, sus gastos, su forma de vida.
Pulso tras pulso, Schmidt aceptó todos los retos y vivió toda clase de enfrentamientos, como esa noche que fue destituida por Lola Johnson, otras fuentes hablan de dimisión, y readmitada poco después por orden de Fabra. Johnson, lo que es la vida, fue la destituida a las pocas semanas y ahora también se encuentra imputada, en su caso por la compra de Valmor.
Schmidt intentó adaptarse a los nuevos tiempos. Se bajó el sueldo hasta estar por debajo del presidente de la Generalitat. Negoció el ERE. Con la gestión económica en manos de Concha Gómez, con la que nunca se llevó bien, Schmidt intentó sobrellevar su mala relación con Wellber mientras buscaba un sustituto y hacía equilibrios con el presupuesto del que disponía.
Es en estos años cuando hace su aparición en escena un nuevo personaje: María José Català. La consellera se convierte en la persona que más se enfrenta a Schmidt, la primera que puede decirle que ‘no' y lo hace. Convertida en un personaje tangencial, Schmidt queda relegada a un segundo plano mientras se va imponiendo un mensaje: el de la austeridad manda. La ópera se convierte así, por defecto, en un capricho. Para algunos esta idea es una verdad incuestionable, un dogma.
Català va atándola en corto. Poco a poco, la consellera se va imponiendo. Negocia el ERE y consigue un acuerdo con los sindicatos. Al tiempo que quiere influir en la rama artística (se incluyen óperas en valenciano, por ejemplo), Català aspira a conseguir que las cuentas del Palau de les Arts queden libres de cualquier sospecha. Para ello contrata a Francisco Potenciano, un gerente en sentido estricto. "Es el primero que he tenido", dice de él Schmidt.
La austeridad también tiene consecuencias a nivel artístico. La cancelación de una gira veraniega por China es la gota que colma el vaso para Mehta, quien anuncia que no seguirá. Decide no renovar. La aparente indiferencia de Català durante semanas acaba volviéndose en contra de la consellera que es abucheada por el público del Palau de les Arts. Mientras, Schmidt y su equipo están abatidos. La austriaca es consciente en ese momento de que no se cumplirá su máxima, y descubrirá que la calidad no basta para sobrevivir.
La situación se reconduce pero la relación entre Català ya está rota para siempre, si alguna vez la hubo. Schmidt decide irse en junio de 2015. Habla incluso de "fin de ciclo". La consellera está satisfecha con la solución. La intendente se compromete a buscar un director titular antes de irse. Todo, en principio, está bien por fin. Pero falta el giro final.
5. ACTO. ¿Heroína o villana? (2015-)
Como una diva de Puccini, Schmidt afronta sus últimas horas en Valencia. El registro con su correspondiente detención este martes, así como su imputación, la empujan al foso. De tanto mencionarlo, nadie jamás creyó que fuese a ocurrir. Pero ha ocurrido.
La imagen de las tres lecheras de la UIP frente al Palau de les Arts ha sido un golpe tan duro que incluso allegados a Schmidt admitían que tenía "difícil, quizás imposible", seguir. En su contra ha jugado todo, desde la endogamia del mundo de la ópera, ¿por qué esta cantante?, ¿quién representa a este director?, a la ausencia durante muchos años de una gestión económica seria y continuada, pasando por los problemas constructivos del edificio.
Abandonada por su Pinkerton particular, un Plácido Domingo que la semana pasada fue sorprendentemente muy tibio en su defensa, Schmidt afronta sola sus últimos momentos sobre el escenario de Valencia. La justicia dictaminará cuál es su aria final, pero Schmidt sabe que sobre el escenario no le acompañará ningún coro.
Mientras, en Cultura miran al lunes. Hablan de nombres de posibles sustitutos. Les llaman. Nadie quiere volver la vista atrás, al pasado. En él está una Schmidt que es, para muchos, el símbolo de una época de gastos públicos desmedidos, de aspiraciones internacionales infundadas, que quieren olvidar.
Había escuchado historias de esta señora. Pero el retrato de Carlos Aimeur es como el de la familia de Carlos IV de Goya. Los valencianos hemos sido gobernados (lo seguimos siendo, espero que hasta mayo) no por una casta, sino por una mezcla de rebaño de incompetentes y bandada de buitres. Da mucha vergüenza.
Aspiración a la mediocridad, a nuestra íntima, acostumbrada y muy popular mediocridad. Ese es el final de la ópera en Valencia. La vuelta a nuestra querida y provinciana insignificancia. La capital de los valencianos, cada vez más, es Madrid, ese lugar donde no hay escándalos ni despilfarros.
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