VALENCIA. ¿Qué aportan las religiones a las personas? Apoyo espiritual, seguro. Pero también apoyo material. Las religiones siempre han fomentado las redes de asistencia mutua y de caridad. Por tanto, el deseo de acceder a ellas puede ayudar a explicar la implantación de la religión en sociedades con sistemas de protección social poco desarrollados. Y este razonamiento nos lleva a la idea de que la pluviosidad puede contribuir a explicar la religiosidad.
La relación entre religión y economía ha sido muy estudiada, en ambos sentidos de causalidad. Por una parte, para entender cómo afectan el desarrollo económico y las instituciones políticas a las creencias y la participación religiosas. Por otra, para analizar cómo afecta la religiosidad a características individuales tales como la ética del trabajo, la honradez y el ahorro. En un artículo de hace unos años, Rachel McCleary y Robert Barro resumieron la abundante literatura existente. La indagación que apunto en el párrafo inicial es del primer tipo.
En efecto, las organizaciones religiosas han desempeñado un papel importante en la creación de redes de apoyo mutuo, que proporcionan un mecanismo de seguro. El valor de esas redes para las personas es mayor cuanto menos desarrollado esté el sistema público de protección social (sanidad, prestaciones por desempleo, pensiones, etc.). Probablemente este sea uno de los factores que subyacen a la relación negativa existente entre el nivel de renta per cápita y el nivel de religiosidad a nivel de países, que se muestra en el gráfico siguiente:
Fuente: El gráfico proviene de la Wikipedia y el grado de religiosidad está tomado de una encuesta de Gallup de 2012.
El valor para los individuos de una comunidad de contar con una red de apoyo económico será mayor cuanto mayor sea el grado de incertidumbre económica que soporten. En las sociedades agrícolas, la principal fuente de incertidumbre proviene de los determinantes del volumen de las cosechas, entre ellos la lluvia.
De ahí surge la pregunta siguiente: ¿se pueden explicar las diferencias en la presencia de las religiones entre distintas zonas geográficas en función de la variabilidad de la lluvia? Es lo que se plantean Philipp Ager y Antonio Ciccone en un trabajo reciente, a cuya presentación tuve el placer de asistir el mes pasado en el Simposio de la Asociación Española de Economía (SAEe 2013), del que ya dió cuenta aquí Gerard Llobet.
(Entre paréntesis, con la lluvia hay que llevar cuidado. En 1980 sir David Hendry, en un artículo titulado "Econometría: ¿alquimia o ciencia?", mostró que el nivel de precios del Reino Unido venía muy bien predicho por una variable misteriosa llamada C. Luego desveló que C era el nivel acumulado de lluvia en el Reino Unido y que el supuesto "poder predictivo" se debía solo a que son dos variables que crecen a lo largo del tiempo -dejándonos de paso uno de los ejemplos más famosos de relaciones espurias en economía-. Afortunadamente, en el caso de Agell y Ciccone no sucede lo mismo.)
La idea, pues, es estudiar si las diferencias en la variabilidad de la lluvia entre 2.650 condados de Estados Unidos a finales del siglo XIX, concretamente en 1890, ayuda a explicar las diferencias en el número total de miembros de religiones en cada condado. Algunos dirán que es un proyecto un poco loco, a mí me parece fascinante.
En 1890, en los condados estudiados, la economía era eminentemente agrícola. En promedio, la agricultura representaba el 87% de la suma de la producción agrícola e industrial. En primer lugar, se demuestra que pluviosidad ayuda a predecir el valor de la producción agrícola por condados. Luego se analiza si el número de miembros de religiones en cada condado depende de la variabilidad de la lluvia, una vez tenidos en cuenta el nivel de pluviosidad y otros factores. Se usa la variabilidad porque es lo que determina el riesgo de que no llueva lo suficiente o de que llueva demasiado.
El resultado es claro: un aumento de la variabilidad de la lluvia en una cantidad igual a una desviación típica (en este caso es un 5%) eleva el número total de miembros de religiones en el condado en un 12%. En los condados menos poblados, en que la agricultura tiende a ser más importante, esa cifra asciende a un 17% y en los condados más agrícolas, ¡a un 23%!
Estos resultados corresponden a un momento concreto del tiempo, pero crean a su vez una paradoja. La cobertura del sistema público de protección social creció durante el siglo XX en Estados Unidos, lo que debería haber llevado a una caída de la proporción de miembros de religiones en la población. Sin embargo, esa proporción subió tendencialmente, como se aprecia en este gráfico, tomado de un artículo de Laurence Iannacone, Roger Finke y Rodney Stark:
Religiosidad en EEUU
De hecho, en el primer gráfico de esta entrada se observa que EEUU está por encima del nivel que correspondería a su nivel de renta. Esto indica que nos falta algún factor adicional. Según estos tres autores, no es un factor de demanda sino de oferta: la desregulación. La Constitución americana de 1776 impidió que hubiera una religión nacional única y creó "mercados religiosos".
Bajo condiciones competitivas, explican los autores, algunas "empresas religiosas" (congregacionistas, episcopalianos y presbiterianos) se hundieron y otras florecieron (baptistas y metodistas), con un resultado global de enorme aumento del número total de miembros. Avanzando en el tiempo, los autores explican cómo una desregulación del mercado de las licencias de radio y televisión en 1960 dio lugar a los telepredicadores que tanto éxito tuvieron a partir de la década de 1970 (¿se acuerdan de Jerry Falwell?). Pero esa es otra historia.
MADRID. España sufre de muchos problemas. Pero el más importante de ellos, con diferencia, es la gran cantidad de españoles que se oponen al cambio. Unos lo hacen porque no han entendido el mundo en el que vivimos en 2013 y se apegan a concepciones obsoletas. Otros lo hacen por defensa de unos intereses particulares.
La adenda al informe de la Comisión de Expertos para la Reforma del Sistema Universitario Español, firmada por Oscar Alzaga y Mariola Urrea, es un triste ejemplo de esta resistencia al cambio. La adenda es una oda a la mediocridad y al caciquismo que ha plagado la universidad española por generaciones. A mayores, es un reflejo de lo peor de nuestra tradición intelectual, mezclando por igual medida pedantería pseudo-erudita con endebles argumentos. Me resultaría complejo, aunque me pagasen generosamente por ello si fuera un lobista de escasa moralidad -actividad a la que se dedican con entusiasmo muchos antiguos políticos fracasados que pululan por Madrid- escribir una defensa más acentuada de las élites extractivas que plagan España.
La adenda comienza con una afirmación sorprendente: "El nivel docente e investigador de la mayoría de nuestros centros públicos de enseñanza superior es, sinceramente, alto". No. Esto es más falso que un duro de cuatro pesetas. La gran mayoría de las universidades y facultades españolas son malas. Con respecto a la investigación, no son tan malas como hace unas décadas y, algunos departamentos concretos han comenzado a jugar en las grandes ligas mundiales de la ciencia, pero ahí están los rankings internacionales que claramente no colocan a los centros españoles en lo más alto de las tablas.
Con respecto a la enseñanza, las universidades españolas preparan, en un preocupante porcentaje, estudiantes especializados en tomar apuntes, comprar libros de texto escritos por el cátedro de turno que no son más que refritos insulsos de previos trabajos y reproducir, de manera acrítica, los contenidos de los mismos en exámenes escolásticos pero que no están preparados para desenvolverse en una economía globalizada de manera creativa e independiente. El que muchos de nuestros estudiantes salgan al extranjero y lo hagan muy bien es más "a pesar" de la universidad española que "gracias" a la universidad española.
El único argumento que ofrece la adenda para sostener tan peregrina afirmación es una apelación a la buena imagen del profesorado en las encuestas. Este argumento es a la vez irrelevante y absurdo. Es irrelevante porque la encuesta no pregunta por la calidad de la investigación sino por la valoración del profesorado, que es algo bien distinto. Es absurdo porque la evaluación científica no se basa en la opinión de la mayoría sino en la de los expertos.
Yo mismo únicamente puedo valorar la calidad de la investigación en economía y parcialmente (dado que hago algo de historia económica) en historia. Pero yo no puedo valorar en absoluto la investigación en física y me tengo que fiar de lo que me dicen los físicos que han sido reconocidos por otros físicos como los mejores de su profesión. Por tanto, mi respuesta a una hipotética encuesta sobre la calidad de la física en España es, como la del 99.99% de los españoles, de nula utilidad.
Tras este vergonzoso comienzo, la adenda es capaz de descender a niveles aún más bajos. Enseguida entra en una discusión condescendiente de los que tenemos un "vínculo emocional" con las universidades anglosajonas y a los que se nos acusa, en palabras bonitas, de ser ingenuos y de no entender cómo funciona España. Todo lo contrario. Precisamente por estar fuera de España comprendemos mejor que los que han construido su carrera en una universidad profundamente provinciana como lo era la española de los años 60 y 70 que las cosas se pueden llevar de otra manera y que los españoles, cuando nos dejan librarnos de los caciques, somos capaces de hacerlo muy bien.
La adenda advierte luego de que una reforma a fondo de la universidad española sería de difícil encaje en nuestro marco jurídico. No entiendo muy bien porque esto es argumento contra la reforma universitaria y no contra nuestra legislación. El ordenamiento jurídico española hace aguas por todos sitios y requiere una modificación profundísima. Las leyes están para servir al conjunto de la sociedad, no al contrario. Las leyes españolas actuales, incluida la gran parte de nuestro derecho público, han agotado su recorrido histórico y no sirven a nuestros intereses nacionales.
La adenda pasa luego a hablar sobre la selección del personal docente e investigador para defender una concepción funcionarial y formalista de este proceso. Aquí debo ser franco y clarificar mi posición (que tampoco concuerda con la del informe mayoritario): no creo que ningún profesor universitario tenga que ser funcionario. En Estados Unidos -como ocurre, por otra parte, en muchos países- las universidades públicas funcionan muy bien sin que los profesores sean funcionarios.
Los profesores son, eso sí, empleados públicos sujetos a una legislación diferente que la de un trabajador en el sector privado en ciertos aspectos pero, de manera fundamental, tienen una relación laboral como la que tendrían con cualquier empresa. Las universidades públicas americanas (UCal, Minnesota, Penn State, Ohio State, Michigan, UIUC, Texas y tantas otras) tienen plena libertad de seleccionar a sus profesores y de promoverles de assistant profesor a associate y de associate a full como mejor les parezca.
UCal-Berkeley, por poner un ejemplo, es una universidad que deja en la más triste cuneta a todas las universidades españolas -públicas y privadas- porque provee los incentivos correctos a los profesores para que investiguen y enseñen. Y sí, los profesores en Berkeley también enseñan y apostaría mucho dinero que lo hacen bastante mejor que todos los que protestarán esta entrada con el argumento "pero si lo que importa de verdad es enseñar bien", que en realidad quiere decir "dictamos los apuntes lentamente para que los estudiantes no se quejen". De igual manera los departamentos de Berkeley tienen incentivos para seleccionar a sus profesores entre los mejores y no entre los amigos pues la excelencia es recompensada y la mediocridad castigada.
Alguno me dirá: "claro, pero es que UCal-Berkeley tiene muchísimo más dinero". Sí, lo tiene, y la universidad española necesita más dinero, pero dar más dinero a los caciques actuales sería malgastarlo. Un incremento de la financiación solo se justifica con un cambio previo en la gobernanza.
Intentar garantizar la correcta selección de profesorado mediante procedimientos como una habilitación o un tribunal oral es construir castillos en el aire (¿de verdad, un tribunal oral? ¿En 2013? Ya puestos, organicemos un torneo medieval entre los candidatos, que al menos es más pintoresco y podemos vender entradas a los turistas extranjeros). Es creer en lo que mi profesor de mercantil de la carrera llamaba "el torticero y atávico formalismo del derecho español", la ingenua opinión de que con los procedimientos adecuados, el sistema se cambia (y, por supuesto, con el funcionario de turno que pone sellos por triplicado en la fotocopia compulsada del título A, en el formulario XC107 y en el certificado de vacunación de mi perro). No. Los resultados se obtienen cuando los incentivos son los correctos, no cuando el BOE produce la última rocambolesca regulación.
La adenda también defiende el carácter funcionarial como un requisito de la libertad de cátedra. El argumento aquí es de nuevo peregrino. Comienza con una historieta del rey de Hannover. En primer lugar esto no viene a cuenta ¿Qué pasa? ¿Qué en Estados Unidos, o en todos los países donde los profesores no son funcionarios, no hay libertad de cátedra? Al contrario, como yo en persona he tenido que sufrir varias veces en los últimos meses, las consecuencias para un académico en España de meterse con el gobierno son más serias que en Estados Unidos, incluidas ridículas filtraciones a la prensa por aquellos que presumen de lo que en realidad no son.
Segunda, y esto es más triste, demuestra una concepción decimonónica de la historiografía que sería objeto de burla generalizada en cualquier seminario de historia de un departamento serio fuera de las fronteras nacionales. O como me decía ayer un gran abogado de Madrid, la adenda tiene concepción de "jurista ancien regime (esa actitud pedantuela, erudita y suficiente)". El argumento hace referencia luego a la constitución y a la jurisprudencia del constitucional, haciéndoles decir cosas que, obviamente, no dicen.
La adenda tiene una segunda parte sobre la gobernanza de la universidad. Aunque mi juicio es igualmente crítico, no voy a entrar en mucho detalle en su análisis ya que en muchas ocasiones he explicado que el actual sistema de selección de rectores en España es ridículo. Sustituirlo por otro donde los profesores en un consejo (con cierta representación de otros grupos) deciden quién es el rector tampoco soluciona nada pues seguimos sin cambiar los incentivos.
Y no, seleccionar el rector por otros métodos no viola la libertad universitaria (de nuevo me refiero al ejemplo de todos los países que así lo hacen). Al contrario, al dotar a la universidad de la gobernanza adecuada la afianza y limpia el proceso de selección de la alta gerencia universitaria que en estos momentos ha sido, como en tantos otros ámbitos de nuestra sociedad, invadido por la política.
Concluyo aquí pues ya me he extendido en exceso y creo que el lector tiene claro mi opinión sobre el asunto. Solo me queda añadir una cosa. Llevo en este negocio de escribir para el público en general el suficiente tiempo para saber perfectamente que es lo que me van a decir en los comentarios. Muchos me dirán que soy un borde: pues sí, soy un borde y lo soy porque España está en una situación crítica y con buenas palabras y falsos consensos nos hundimos. No fuimos claros cuando se nombró a Rodrigo Rato en Bankia o a Narcís Serra en Caixa Catalunya y así nos ha ido. Como no me dedico a esto para ganar ningún concurso de popularidad me parece que decir las cosas claras es fundamental.
Muchos otros comentarios me dirán que tengo algún interés personal ("volver a España", "que le hagan ministro de natación y waterpolo", "vengarse de que le suspendiesen la oposición a sereno en Toledo", "que le cambien el nombre al Bernabéu a Estadio Villaverde", "que nombren a su gato rector de la Universidad de la Rioja", ¡ah la imaginación de algunos es inacabable, realmente Hollywood les pagaría millones!).
Pues no. Miren ustedes, yo marché a Estados Unidos cuatro semanas después de acabar la carrera, llevo aquí desde entonces de manera ininterrumpida y soy catedrático en una universidad que no está mal considerada. Mis condiciones económicas y de carga docente serían impensables en España (y con razón pues no creo que España se las pueda permitir) y, lo que es más importante, mi vida y mi familia está en Estados Unidos, un país que por otra parte me gusta mucho por lo profesional y serio que es. No voy a volver nunca a la universidad española.
Es por ello que desde el punto de vista meramente egoísta, la verdad es que el que la universidad española se hunda o triunfe no me afectaría en absoluto. Si escribo estas cosas es porque me parece que tengo una obligación de ayudar a España en lo que pueda y es el cumplir con mi deber, tal como yo lo entiendo, lo que incrementa mi utilidad.
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