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Stradivarius no es una marca de violines

MANUEL MUÑOZ. 16/02/2013

Los instrumentos de arco más famosos son obras de artesanos como Stradivari, Amati y Guarneri, y la razón de su sonido excepcional es un secreto

VALENCIA. El nombre Stradivarius se ha popularizado últimamente como una marca de prendas de vestir, pero en realidad es el de un mítico constructor de instrumentos de arco (violines, violas, violonchelos y contrabajos), Antonio Stradivari (1644-1737) que hizo con sus manos un millar de violines de los que se conservan algo más de 600, de sonido singular y los más apreciados de la historia de la música. En 2006 un Stradivarius llegó a cotizarse en una subasta en 3.540.000 dólares, unos 2.700.000 euros, lo que da una idea del valor de estos instrumentos.

Efectivamente, Stradivarius no es una marca de violines. Así como los grandes nombres de constructores de pianos, como Bechstein Bösendorfer o sobre todo Steinway & Sons, responden efectivamente a marcas que fabrican hoy instrumentos de muy alta calidad, los que se asocian a los más míticos violines, violas o violonchelos: Amati, Guarneri, Stradivari, se corresponden con artesanos que murieron como muy tarde en el siglo XVIII y que fabricaron instrumentos con un sonido singular que han mantenido y mejorado a lo largo de los siglos gracias también a las manos privilegiadas que, por lo general, los han tocado.

Mucho se ha hablado e investigado sobre el origen de las maderas, el barniz o los tratamientos antiparasitarios como razón última de su sonido privilegiado, sin llegar hasta ahora a una conclusión definitiva.

Aunque a algunos parezca una boutade hacer esta puntualización, no lo es. No solo me he encontrado con muchas personas que pensaban que Stradivarius era una marca que continuaba haciendo instrumentos nuevos, sino que una pequeña zambullida en las redes sociales ofrece un amplio panorama de quienes se preguntan por estos instrumentos y su precio, y he llegado a encontrar quien dice la barbaridad de que se puede encontrar un Stradivairius "por 30 euros si es de segunda mano".

Una sencilla caja de madera y una máquina compleja

Es curioso que los dos instrumentos que más definen la música culta occidental sean algo tan sencillo como una pequeña caja de madera con cuatro cuerdas de tripa, que se tañen con un arco también de madera que tensa crines de caballo siberiano, de vocación melódica, el violín, y una compleja máquina con 88 teclas, de enormes potencialidades armónicas, el piano. Mientras que la primera logró su esplendor de fabricación en el siglo XVIII, los mejores pianos son los que se construyen hoy en día, que han mejorado enormemente el invento revolucionario de Bartolomeo Cristofori, hacia 1700.

En cambio por lo que respecta a los instrumentos de arco, se siguen construyendo violines, violas, violonchelos y contrabajos nuevos, algunos digamos de batalla y precio reducido para estudiantes que empiezan. Otros de gran calidad, que rivalizan con los grandes instrumentos históricos, aunque ninguno llega a los niveles de los Stradivarius, Guarnerius Y Amati.

Incluso se ha impuesto en los últimos tiempos la fabricación de estos instrumentos no con madera sino con fibra de carbono, que también tiene -aseguran- sus ventajas, aunque yo he visto esos instrumentos hasta ahora en conjuntos orquestales pero nunca en manos de un solista.

Los artesanos que construían y ahora construyen y reparan instrumentos de cuerda, ya sean de arco como guitarras y laúdes, han recibido tradicionalmente el nombre de luthiers, voz francesa cuyo singular es luthier, de luth, laúd. El apellido Luther (el de Martín Lutero en su forma original) es esa palabra en su forma alemana. La Academia Española de la Lengua reconoce ahora la voz lutier, cuyo plural es lutieres, y recuerda que existe una antigua palabra castellana, violero, que, a decir verdad, nadie usa.

Lo importante es la caja

La base del sonido de los instrumentos de arco está realmente en la caja, que se compone de las dos tapas, ligeramente abombadas, la superior con dos aberturas llamadas efes, y los aros que las unen. El resto de elementos de un violín se cambian sin que se altere su sonido. Está el mástil, en cuyo extremo está el clavijero, donde se sitúan las llaves que tensan las cuerdas, y sobre el mástil el diapasón, por lo general de muy dura madera de ébano, sobre el que discurren las cuerdas.

El puente, que es una pequeña tablita con su parte superior de forma curva, va superpuesto encima de la tapa superior y sobre él se sitúan las cuerdas. En el interior de la caja se coloca el alma, un pequeño cilindro de madera que evita que la tapa superior se rompa por la enorme presión de las cuerdas afinadas. Estas eran tradicionalmente de tripa y ahora es frecuente utilizar la prima o esta y la segunda de metal, aunque el movimiento historicista, tan extendido en los últimos tiempos prefiere la tripa para todas.

Los instrumentos de arco históricos no se limitan a los de los autores que he citado, y además de la italiana, que evidentemente es la más importante, hay otras escuelas de luthiers o lutieres, como la tirolesa, de instrumentos algo más pequeños y abombados, o la francesa, con la caja algo más ancha y sonido potente. Pero la leyenda son los instrumentos de los artesanos de Cremona y especialmente los Stradivarius, muchos de los cuales tienen nombre.

Es el caso del Kreutzer, que toca actualmente Maxim Vengerov; el Hart exFrancescatti, de Salvatore Accardo; el Jules Falk, de Viktoria Mullova; el Soil, que suele tocar Itzak Perlman; el Lord Dunn-Raven, que toca Anne Sophie Mutter, o el Falmouth, que usa Leonidas Kavakos. Algunos se perdieron sin dejar rastro y otros desaparecieron con su dueño, como el de la violinista francesa Ginette Neveu, que murió en 1949, cuando tenía 30 años, en un accidente de avión en las islas Azores.

Ahora bien, las extraordinarias cajas de los Stradivarius, proporcionan un timbre y unos armónicos a un sonido que construye siempre un violinista a partir de largos añoas de estudio y condiciones singulares. Es célebre la anécdota de Jasha Heifetz, a quien felicitaban después de un concierto y una señora le dijo: "Pero es que tiene usted un violín que suena muy bien". El músico se acercó su Stradivarius Dolphi, de 1714, al oído y respondió: "Pues yo no oigo nada".

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