VALENCIA. Este fin de semana se estrena en Valencia La invención de Hugo, una película destinada al público infantil. Esperamos que Paula Sánchez de León ordene desplegar furgones policiales y agentes antidisturbios ante las taquillas de los cines. La delegada del gobierno en la Comunidad Valenciana tiene ante sí la gran responsabilidad de mantener el orden en una situación que amenaza con derivar en un conflicto máximo: el estreno de una película dirigida a los niños y que está siendo un éxito internacional de taquilla. Se espera, así pues, que acudan hordas de jóvenes a las salas armados con entradas obtenidas en cajeros de venta anticipada, por lo general pertenecientes a bancos catalanes. El enemigo se está rearmando para este fin de semana. Los ciudadanos de bien exigimos una respuesta acorde a las circunstancias.
Es evidente que esta película constituye un peligro. Los niños y adolescentes que vayan a verla son antisistema que buscan actividades culturales para el fin de semana, manipulados y arrojados a primera línea por unos padres que, muy comodones ellos, contemplarán desde la barrera cómo los agentes del orden reducen a los pequeños para llevarlos al cuartelillo. Esa actitud de los padres que educan a sus hijos en acciones culturales es la auténtica responsable de todo lo que está pasando. No se puede alentar a tus hijos para que consuman cultura y que tamaña provocación quede impune y sin respuesta.
Porque el problema radica en que son siempre los mismos. ¿Quiénes son estos padres que empujan a sus hijos a la delincuencia? Los mismos que, hace más de veinte años, intentaron ir al estreno de otra película de Martin Scorsese, La última tentación de Cristo. Sin embargo, en aquel entonces, en el año de Nuestro Señor de 1988, se encontraron con que grupos cristianos habían hecho lo que había que hacer, porque hay veces en que hay que hacer lo que se ha dicho que hay que hacer: inundaron de bombas fétidas el cine Capitol, impidiendo que esta herriko taberna que estaba ubicada en la calle Ribera pudiese estrenar la película impía del director norteamericano. Aquellos jóvenes de los 80 son hoy los padres que, entre semana, llevan a sus hijos a ikastolas como el Luis Vives, y a las salas de cine los fines de semana, para que sigan socavando las raíces del sistema.
El peligro es mayúsculo. En 1988 se pudo detener de forma tajante porque no había internet, ni facebook, ni twitter, ni ninguna de esas herramientas de manipulación que sólo muestran a los antidisturbios golpeando, pero que censuran las imágenes de los jóvenes arrojando adoquines, cócteles molotov e incendiando la calle Colón. Gracias a que no existía esto, el boicot a La última tentación de Cristo ha desaparecido de la historia de la ciudad, quedando como una anecdotilla que hoy recuerdan unos pocos. Por lo tanto, esperamos que esta vez la delegación del gobierno suministre a youtube las imágenes de la provocación que lleva días latiendo en Valencia.
Es un problema serio: hoy cualquier estudiante valenciano de la escuela pública con aires de abertzale lleva un aparatito móvil con cámara de vídeo. Todos sabemos cómo ha sido posible eso: porque sus papás en los 80 eran muy antisistema, pero hoy son todos ellos liberados sindicales que viven de nuestros impuestos con los que pueden irse los domingos de cañas, lucir rólex de oro, comer en restaurantes caros, viajar en crucero cada dos por tres y comprarles a sus hijitos cualquier capricho tecnológico que se les antoje. Con razón pueden permitirse el lujo de que su chaval pierda tantos días de clase para ir a cortar el tráfico.
Pero el reto que tenemos este fin de semana se agrava con el mensaje de la peliculita de marras que nos trae ahora el señor Scorsese. Este sujeto se creerá muy feliz celebrando en sus películas las costumbres licenciosas de nuestra sociedad. Últimamente le ha dado por dirigir biografías sobre músicos de rock, pero es que ya lleva años atacando a la institución familiar, con películas sobre mafiosos que siempre se están divorciando, pegando a sus mujeres y yendo a pasar las noches a locales de alterne. En La invención de Hugo, el protagonista es un niño huérfano que, encima, está totalmente desatendido de su tutor y vive como una rata en la estación de Montparnasse, dando cuerda a los relojes de la estación mientras se pasa el día robando comida para subsistir y huyendo del inspector de policía que sólo quiere mantener el orden.
Por si esto no fuera suficiente, conoce a una niña que tampoco tiene padres, viviendo con sus tíos, que también la tienen desatendida, ya que permiten que conozca al niño de la estación, pasando mucho tiempo fuera de casa. ¿Por qué no están estos niños en un hospicio o entregados a familias de bien? Es un misterio que la película ni siquiera se plantea, dando un ejemplo muy instructivo para nuestros hijos.
Además, la película es una reivindicación de Georges Méliès, uno de los personajes centrales de la narración. Méliès era uno de los primeros artistas que se dedicaron a hacer cine. Antes de eso, era mago, y llevó la magia al cine, creando un montón de efectos especiales. Han leído bien: se trata de la historia de alguien que hace magia, cuando todos sabemos que eso es inconcebible, que sólo Nuestro Señor es capaz de proporcionarnos la Magia de la Vida a través del Misterio de la Creación. Eso bien que lo entendieron las asociaciones de padres que censuraron los libros de Harry Potter en EE.UU. por recoger las peripecias de un niño mago.
La invención de Hugo recrea cómo se rodaron las películas de Méliès y empuja a los niños a que descubran la "magia" del cine. Y aquí está lo peor de todo: que, aunque parezca una película infantil, en realidad tiene un mensaje adulto, una loa al conocimiento y a la cultura (la niña que reivindica sin parar el valor de la lectura), al tiempo que se hace una defensa del cine, pero no desde la nostalgia sino desde la toma de conciencia de convertirse uno en espectador de mentalidad abierta.
Habrá quien piense que La invención de Hugo es una película maravillosa, emocionante y emotiva, un canto al cine y a la vida. Cursiladas y tonterías. Desde la perspectiva de la gente de bien, nos parece un instrumento subversivo, que trata a los niños como si fueran adultos y que juega con la idea del paso de la infancia a la madurez, y con la necesidad (como hace Méliès) de no perder una cierta mirada infantil como estrategia de defensa ante los ataques de la sociedad. Para más inri, se homenajean películas como El hombre mosca, de Harold Lloyd, o las de Chaplin y Buster Keaton, con lo bonito que habría quedado homenajear Raza o Sor Citroën.
¿Qué respuesta tenemos que dar ante este atropello? Llevar con más ímpetu a nuestros hijos a misa. Tenemos que contrarrestar estas fuerzas maléficas de quienes quieren destruir nuestra sociedad educando a sus hijos en escuelas públicas (en lugar de colegios del Opus) y en cines y bibliotecas (en lugar de iglesias y monasterios). En nuestras manos está que no venzan nuestro espíritu, que no dobleguen nuestro ánimo. En 1988 conseguimos nuestro objetivo pese a que no estábamos muy organizados. Hoy contamos con la policía y con la delegada del gobierno de nuestro lado. Por eso confiamos en su actuación decidida para que reprima la entrada de los niños a ver La invención de Hugo. Y que esta vez actúe también contra los padres. Si no hay calabozos suficientes, siempre se puede usar la plaza de toros.
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