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HISTORIA DE ANTICUARIO

El factor sorpresa

JOAQUÍN GUZMÁN (*). 29/08/2015 El coleccionismo tanto de arte antiguo como moderno nunca estará libre de sana polémica. Y que siga

  "(...) en la época de la reproducción técnica de la obra de arte lo que se atrofia es el aura de esta (...) el multiplicar las reproducciones pone su presencia masiva en el lugar de una presencia irrepetible."

Walter Benjamin (1892-1940). La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica

VALENCIA. Maastrich es una pequeña ciudad holandesa emplazada junto al rio Mosa que se enorgullece por dos cosas: dar nombre al vigente tratado de la Unión Europea y por celebrar la feria de arte y antigüedades más importante del mundo. Su visita es una experiencia única, aunque no podamos acceder a las piezas que allí se ponen en venta. Los aeropuertos cercanos se pueblan por unos días del mes de marzo de vuelos privados de adinerados coleccionistas venidos de todo el mundo. Si los niños desean ir a Disneyworld, otros con un gusto más cuestionable a Las Vegas o los amantes de Wagner a Bayreuth, muchos tienen en Tefaf- Maastrich por el no va más en el mercado de las bellas artes.

Los requisitos para exponer son muy estrictos, la preparación de cada edición conlleva ingente trabajo de búsqueda de piezas y su catalogación así que, como en las fallas, el galerista tiene que ponerse a pensar en en la próxima edición el día siguiente a la clausura. En Tefaf la autenticidad como el valor en el ejercito, se supone. Pero ni siquiera aquí el arte se sustrae al debate aunque sea la excepción.

Antes de la apertura los expertos inspeccionan una a una las piezas. Los nervios flotan en el ambiente. Si una obra es puesta en cuestión, el expositor será convocado a una sala donde a modo de tribunal de oposiciones, se le requerirá para que defienda por qué ese cuadro viene de la mano del pintor que aparece en el catálogo, si estamos ante un bronce griego y no una copia romana posterior o ese mueble Luís XV debe atribuirse realmente al célebre ebanista Jacob Frerés. A Tefaf-Maastrich no le gustan las sorpresas sino que vive de certezas.

En mundo del arte de las antigüedades siempre flota una bruma misteriosa. Hay que reconocerlo. Sobre la inmensa mayoría de piezas que cualquiera puede encontrar en las tiendas o galerías no existe duda, pero también hay un porcentaje pequeño sobre el que se cierne el debate, las teorías, la duda. Bucear en el pasado no siempre es fácil. Un óleo puede ser sin duda alguna obra es de un autor célebre o bien simplemente atribuirse, ser de su taller, del círculo, escuela, finalmente, après de (una copia posterior). Todo ello hace variar considerablemente el precio de la obra.

El velo del tiempo también depara agradables sorpresas. No son pocas las ocasiones en que un cliente va contando a los cuatro vientos la firma velada por repintes o barnices oxidados que ha aparecido al restaurar un cuadro recién comprado, o cuando en las Pulgas de París descubrió aquel tesorillo que compró a precio de ganga, ninguneado por un despistado brocanter que desconocía su procedencia.

La alianza Duveen-Berenson se quebró por la catalogación de un Giorgione

La atribución de obras fue causa de una de las rupturas más sonadas del mundo del comercio del arte. Aconteció en los albores del siglo entre el gran anticuario  Joseph Duveen impetuoso y osado, personaje que merece todo un artículo,  y el eximio  historiador del arte del Renacimiento, el sensible y estudioso Bernard Berenson. Todo sucedió cuando este último se negó a certificar como un Giorgione (1477-1510), autor de reducidísimo catálogo, un cuadro que sin embargo atribuyó a un Tiziano juvenil.

Presentada la obra por Duveen al banquero norteamericano Andrew Mellon uno de los grandes coleccionistas de su tiempo, este le preguntó ¿y que dice al respecto el Sr Berenson?. Duveen contestó con un "sin duda dirá que es un Giorgione". Mellon lo adquirió ante esa rotundidad. Cuando el certificado de Berenson falló y el cuadro fue devuelto por Mellon, significó el fin  de una de las sociedades más fructíferas de la historia del comercio de obras de arte. Desagradable sorpresa para Duveen.

Y es que se trata de un mundo especial, en el que, evidentemente, hay que saber cuanto más mejor, pero en el que también hay que aprender a observar lo evidente, aquello que está ante nuestras narices y que poco tiene que ver con estilos o pátinas. Una divertida anécdota al respecto me la contó el propio protagonista, un importante anticuario catalán que le llamaremos Jaume. Un día acudió a su tienda el gran marchante de Paris de origen ruso Kugel (recomiendo la visita a la web para que se hagan una idea del nivel del que estamos hablando). Y fijó su atención en una esfera armilar antigua. Algo observó y le pidió precio. La pagó sin rechistar y se la llevó.

Pasado unos años el anticuario español visitó la galería, o mejor, el palacio, J. Kujel, sito en el 25 de Quai Anatole France. El Sr Kugel le invitó a su despacho y para espanto del español la esfera adquirida por una cantidad más bien terrenal, presidia su mesa. El sudor frio y la flojedad de piernas se hizo presente. El comerciante de origen judío que observó la escena, le puso la mano en el hombro y le dijo con un aire que va entre el sermón y la lección magistral  "Jaume, Jaume  debemos fijarnos más en lo que es más evidente, y usted no advirtió algo muy evidente en la esfera. ¡La esfera no es copernicana (como lo son prácticamente la totalidad) es Ptoloméica!" (La diferencia estriba en que en la primera el centro del sistema el sol y en la segunda la tierra). La pieza tenía, por tanto, un valor mucho mayor que aquel por la que fue vendida. Agradable sorpresa para uno, desagradable para el otro.

En este particular mundo, los errores suelen permanecer en la memoria martilleándonos, pero los aciertos también acontecen y cuando se producen nos llenan de satisfacción. Hace un tiempo tenía un anticuario tenía a la venta una tabla antigua que representaba un Ecce Homo de calidad mediocre. Lo que llamaríamos una pieza de carácter "popular". Lo nos llamó la atención es que bajo esa pintura se adivinaba la preexistencia de otra, evidentemente más antigua. Si el Ecce Homo era claramente del siglo XVII las formas que se adivinaban serían del XVI o anterior. Pero ¿cuánto quedaba de la pintura oculta?

La sorpresa puede surgir en cualquier momento: este popular Hecce Homo ocultaba una magnífica Piedad de finales del siglo XV

Si de la pintura primitiva quedaban menos de las dos terceras partes, la compra era un fiasco. Pedimos al propietario que nos permitiera hacer una pequeña cata y según el resultado decidiríamos comprarla o no. La cata dio buen resultado y nos la jugamos. Iniciada la restauración la emoción fue in crescendo ya bajo aquel Ecce Homo apareció una Piedad hispano-flamenca de finales del siglo XV. Gran sorpresa.

Y es que ya sea en la parisina galería Kugel o en nuestra pequeña Valencia, el debate siempre está presente las trastiendas, donde acontecen interesantes y apasionadas tertulias. El coleccionismo tanto de arte antiguo como moderno nunca estará libre de sana polémica. Y que siga. No obstante, permítanme una recomendación: soliciten un certificado de autenticidad. Un buen profesional o marchante siempre está dispuesto a responsabilizarse y garantizar con su firma la autenticidad de una pieza. Y ya saben, cuando visiten una tienda, un mercadillo o una feria, fíjense bien y déjense llevar por el instinto porque, quien sabe, la sorpresa está en el aire.

Joaquín Guzmán es anticuario, galerista e historiador del arte

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