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LA PANTALLA GLOBAL

La dimensión humana de Amy Winehouse se hace cine

EDUARDO GUILLOT. 17/07/2015 Los responsables de ‘Senna' firman un documental sobre la malograda cantante

VALENCIA. El pasado 2 de julio se daba a conocer oficialmente la noticia: El sello Universal Records decidía destruir las maquetas del futuro tercer disco de Amy Winehouse. El presidente del sello en el Reino Unido, David Joseph, explicó que él mismo se había encargado de hacer desaparecer para siempre las catorce canciones grabadas por la cantante poco antes de su fallecimiento, en julio de 2011. Según la compañía, se trataba de "una cuestión moral", que pretendía evitar la publicación de un material que, por motivos obvios, no podía ser autorizado por la artista.

Un gesto de honestidad en un mercado de implacable voracidad e innegable tendencia a la necrofilia, sobre todo cuando puede resultar rentable económicamente. De hecho, en diciembre de 2011 la maquinaria ya se había puesto en marcha con la publicación de Lioness: Hidden Treasures, una recopilación póstuma de curiosidades que se encaramó sin dificultad al primer puesto de las listas de ventas.

Las declaraciones de David Joseph forman parte de Amy (Asif Kapadia, 2015), un documental que llega hoy a las pantallas españolas y que, más allá de su intención de rentabilizar el mito cinematográficamente, trata de ofrecer una visión de la vida de la cantante que antepone el lado humano al morbo. La familia Winehouse se prestó inicialmente a colaborar con los realizadores de la película, permitiéndoles el acceso al abundante material de archivo doméstico y facilitando las entrevistas con sus amigos cercanos, pero el idilio duró poco. Mitch Winehouse, padre de Amy, no tardó en reprochar a los cineastas que pusieran el acento en los aspectos negativos de la vida de su hija (siempre según su opinión), especialmente en lo que afecta a sus tres últimos años de vida, así que terminó por desmarcarse de un film que, sin embargo, siempre busca la ponderación.

EQUIPO EXPERIMENTADO

Las relaciones de producción con los familiares de los fallecidos siempre son un asunto espinoso. Courtney Love se negó durante años a que se realizara un documental oficial sobre Kurt Cobain, hasta que, por fin, este año ha llegado Montage of Heck (Brett Morgen, 2015), y las historias sobre demandas y casos judiciales como consecuencia de biografías no autorizadas están a la orden del día. Sin embargo, el equipo que ha puesto en pie Amy, formado por el director Asif Kapadia y el productor James Gay-Rees, goza de una reputación intachable, producto de su premiado trabajo anterior dentro del género: Senna (2010), sobre el piloto brasileño de Fórmula 1.

Galardonado con el Premio del Público en el festival de Sundance, Senna era un documental con un público claro: el de los aficionados al automovilismo, que podían recordar la trayectoria de uno de los grandes mitos del deporte. Desde una perspectiva más amplia, el largometraje no se distinguía demasiado de un reportaje televisivo, pero evitaba las entrevistas directas y se basaba en un coro de voces en off que iban reconstruyendo de manera cronológica la vida del piloto, mostrando su lado profesional (un fenómeno al volante) y personal (un iluminado que creía recibir señales divinas) sin tomar nunca partido, excepto cuando se trataba de dotar de cierto suspense a la historia, planteando su enfrentamiento con Alain Prost como una maniquea historia de buenos y malos. Además, el film incluía también algunas interesantes incursiones en la trastienda de una Fórmula 1 que, por entonces, ya empezaba a pudrirse (Ron Dennis, Bernie Ecclestone) y a cambiar ante las presiones económicas que la gobiernan hoy en día.

El enfoque de Kapadia es, por tanto, el del documentalista que se distancia prudentemente de su objeto de análisis y ofrece al espectador las claves y puntos de vista necesarios para que se forme su propia opinión sobre lo que está viendo. Una opción que podría calificarse como "no intervencionista", aunque ya se sabe que el término no es más que un eufemismo, puesto que cada fotograma que se selecciona y cada declaración que pasa el corte y se añade al montaje final, así como la propia organización del material utilizado, están conformando la construcción de una mirada muy determinada sobre los hechos narrados por parte del cineasta, que en este caso se enfrenta a un personaje controvertido y poliédrico, una cantante tan relevante en la revitalización del soul y los ritmos caribeños (liderando un revival que se prolonga hasta hoy) como polémica en lo que respecta a su historial de adicciones al alcohol y las drogas.

LA PELÍCULA DEFINITIVA

Amy narra la historia de la artista desde sus inicios en el norte de Londres hasta su muerte, a la fatídica edad de 27 años. La película explora su ascenso y caída subrayando de manera especial el papel que jugaron en ella los medios de comunicación, pero el mayor mérito de Kapadia es que no convierte a Winehouse en una mártir ni en un espectáculo grotesco, sino que se limita a mostrar su lado humano. Y la cinta, además, no puede llegar en un momento más oportuno a España, ya que precisamente estos días se cumplen ocho años de su actuación en el Festival de Benicàssim de 2007, al que acudió con indudable vitola de artista revelación, pero sin ocupar lugar destacado como cabeza de cartel (aquel año reservada para Arctic Monkeys, Muse o Dinosaur Jr) ni actuando en el stage principal (lo hizo en el segundo escenario, el mismo día que Armand Van Helden).

Pese a su triste final, la historia de la cantante se ajusta como anillo al dedo al molde hollywoodiense. Conviene no olvidar que, poco después de su muerte, se estrenó en Estados Unidos Amy Winehouse: Fallen Star (Jason Boritz, 2012), un biopic con vocación de explotación que pasó sin pena ni gloria, en el Julia Eringer ostentaba el papel protagonista.

La fulgurante trayectoria de una joven que grababa su primer disco (Frank, 2003) con solo 19 años y alcanzaba el estrellato global solo cuatro temporadas después, gracias a un segundo álbum (Back to Black) que la convertiría en celebrity de la noche a la mañana, pero también en carnaza sensacionalista, era demasiado golosa como para dejarla escapar. De algún modo, no es más que la enésima versión de Ha nacido una estrella (A Star is Born, George Cukor, 1954), revisitada por la industria infinidad de veces de manera literal o velada en mayor o menor grado.

Amy pretende ser otra cosa. Incluso deja caer algunas reflexiones sobre una industria del entretenimiento que suele recordar a las figuras problemáticas femeninas antes por sus escándalos que por sus capacidades artísticas. Lo ha señalado también la periodista Molly Beauchemin en Pitchfork, donde subraya la superficialidad de una cultura que, en el caso de las mujeres, antepone siempre la belleza física al talento. De ahí que la película de Kapadia reivindique su condición humana y su dimensión como cantante frente una sociedad de masas que llegó a convertir a Amy Winehouse en una caricatura: Baste recordar la parodia a su costa de Disaster Movie (Jason Friedberg y Aaron Seltzer, 2008).

El productor James Gay-Rees ha admitido que tuvieron dudas al afrontar el proyecto, porque los hechos todavía estaban demasiado recientes, pero su intención era ir más allá del trato que Amy Winehouse siempre había recibido por parte de la prensa sensacionalista. Además, y a diferencia de lo que había ocurrido cuando rodaron Senna, esta vez los testimonios eran muy cercanos, estaban más frescos que las opiniones obligatoriamente tamizadas por el paso del tiempo. Como ha declarado Kapadia: "Cuanto más trabajábamos en la película, más claro teníamos que había que terminarla lo antes posible. Si hubiera sido una ficción, aún estaríamos escribiendo el guión, y luego tendríamos que buscar la financiación y a los actores. Esta vez lo teníamos todo, porque existía mucho material casero de su infancia y adolescencia, así que el primer paso fue, directamente, sentarse ante la mesa de montaje". Y ahí están las luces, su voz superlativa y un feeling fuera de lo común, pero también las sombras, a veces expuestas abiertamente al público (como su patético concierto de junio de 2011 en Belgrado). Unas y otras conforman un puzle cuyo resultado ya está al alcance del público, que es quien debe juzgarlo a partir de ahora.

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