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SONS AL BOTÀNIC

Maika Makovski y la constante reconstrucción del destino

JORGE SALAS. 09/07/2015 La cantante y compositora visita Valencia como parte del ciclo Sons al Botànic

VALENCIA. A veces da la sensación de que el destino y su construcción están reservados sólo para grandes historias de vida; las de cantantes, políticos, futbolistas o asesinos en serie. Como si el oficinista, el reparador de ascensores o el vendedor ambulante no pudieran tener conciencia de destino. Sin embargo, y dejando de lado el antirromanticismo, la realidad es que esa construcción es mucho más efectista en el artista, aunque igual de verdadera y falaz al mismo tiempo. "Doloroso y grande es el destino del artista", dijo el compositor húngaro Franz Liszt; el romanticismo al servicio del romanticismo. Así cualquiera.

Pero es cierto que en el devenir artístico se puede cumplir con más facilidad aquello del simple twist of fate que cantaba Bob Dylan. Un simple giro del destino puede enviar a un músico al otro lado del mapa artístico en el que deseaba estar. Por eso resulta aún más meritorio verlo todo tan cristalino desde el principio; por eso el caso de Maika Makovski y la arquitectura de su destino, reconstruido sobre sus bases una y otra vez, es aparentemente tan único en este país. "Sé que la mía es una carrera de fondo en la que todo tiene sentido si puedo hacer las cosas con cariño". Lo dice Makovski hoy, justo cuando se cumple una década de su irrupción con el rock de su jovencísimo debut (Kradiaw, PAE).

"Tenía muy clara mi ética artística, quizá no tanto los asuntos que concernían al negocio", explica la cantante y compositora, que en la parte tierna de la veintena lo tenía todo para ser reclutada por una major de colmillos afilados y dejarse moldear como producto del momento. Y aceptar una fecha de caducidad corta pero intensa. "Si no pasó creo que fue más bien porque no lo tenía todo: aunque no lo sabía del todo, ya entonces era muy poco maleable. ¡Hubiera sido un desastre absoluto!", termina.

TEATRO COMO VÍA DE ESCAPE

Nacida en Palma de Mallorca, de padre macedonio y madre andaluza, su formación musical marcó su camino. Pero no el de las baldosas amarillas. Tras firmar tres discos de rock más o menos canónico, girar con Howe Gelb o los Jayhawks y trabajar con John Parish, no ha sido hasta hace muy poco que Makovski ha recuperado el piano de su infancia. Su rol en Desaparecer, debut como actriz con la obra de teatro de Calixto Bieito (que también musicaba), ha sido fundamental para introducirlo de forma definitiva en su música. "Desaparecer fue una maravilla durante el año que duró de gira, cada vez que salía al escenario lo hacía con placer; y era similar a un concierto porque la música estaba integrada en ella de una manera muy natural, y porque Juan Echanove entraba en esos textos de Edgar Allan Poe como en su día Johnny Rotten en los conciertos de los Pistols", explica.

Aquello fue en 2011; ahora se encuentra inmersa en otra obra, Només Són Dones ("con mi piano de cola y pendiente de mis mil cacharros en el escenario"). Y, aunque confiesa que el teatro no siempre es un ambiente tan natural para el músico "porque hay más interrupciones, porque está todo estructurado de una manera en la que los conciertos no lo están", reconoce el atractivo colectivo en el cariz individualista del músico. "Lo que más me gusta de escribir para teatro es que desde el primer momento se entra a ser parte de algo: de un equipo de personas que trabajan juntas, de un concepto ya existente (textos, poemas, un tema en concreto)". El movimiento se demuestra andando, y Makovski se mueve y camina: "creo que pasarme la vida haciendo sólo mis discos podría llegar a ser aburrido, y cualquier oportunidad de vivir algo nuevo es bienvenida".

"Escribir para mis propios discos suele ser más solitario, y la libertad total es una falsa amiga: te parece que la tienes toda y no tienes ninguna", cuenta Makovski, cuyo último paso en la perenne reconstrucción de su camino de baldosas amarillas le ha llevado a la autoedición de su último disco, un directo financiado a través de crowdfunding. "Queríamos hacer algo especial. He pintado cada portada a mano, cada vinilo está dedicado para su mecenas, es un vinilo de 180 gramos,... Hay un amor en el proceso que no hubiera sido fácil ponerle por las vías tradicionales".

ELEGIR CADA PASO Y CADA RESPUESTA

El camino de Makovski, el que ella ha elegido poder elegir, no está exento de dudas. All I know is the wind blows, que cantaba allá por 2007 en When The Wind Blows'. Cuando se elige la otra dirección en la bifurcación y se decide recorrerla en solitario uno ya no se puede engañar. Nadie piensa mejor por uno mismo que uno mismo, y las preguntas se piensan y se responden desde la misma silla. Las respuestas se palpan. ¿Ha aprovechado Makovski cada día para construirse una identidad artística propia? "No, aunque espero que así haya sido". ¿Llegó en el momento adecuado? "Supongo que no, porque Internet estaba todavía a media asta, porque iba muy pez en muchas cosas,... Pero elijo pensar que sí, que todo ha sido como ha tenido que ser".

Los tiempos han cambiado, pero la verdad permanece inalterable. "La industria ya no es lo que era", introduce la cantante, "en su día una major me dijo ‘Maika, es que no tienes canciones. No podemos permitirnos vender sólo 20.000 copias de un disco', y fíjate: hoy sacrificarían al director general para vender 20.000". Sin embargo, y a pesar de que Makovski no ha trabajado con una gran discográfica hasta su cuarto trabajo (‘Thank You For The Boots', con Warner en 2012), tiene claro que no todo es lo que parece cuando conduces sola a las 3 de la madrugada. "En mi experiencia he visto contratos más leoninos de independientes que de majors. Dependen menos de ti, al fin y al cabo, y todo es encontrar personas que tengan ganas y fe".

EL ACAUDILLAMIENTO DEL DESTINO

"Supongo que mi música de hoy tiene que ver con quién soy hoy, pero también con cómo estoy". El viraje en ‘Thank You For The Boots' (2012) suponía un ensayo de luminosidad que exorcizaba la oscuridad de sus anteriores referencias. La recuperación del piano y de la parte lúdica del directo se manifestó en un giro en el camino que seguramente muchos no entendieron; "supongo que hay gente que quiere que seas como un McDonalds y, pase el tiempo que pase, vayas donde vayas y hagas lo que hagas, sepas siempre igual". Y no. "Por mucho que una grabación quede grabada por los siglos de los siglos, tampoco es un tatuaje", relativiza Makovski, que da en la clave: "lo verdaderamente valioso para mí es que a pesar de que una canción nazca de un estado de ánimo pasajero, sea fiel a la identidad".

La evolución constante de la compositora se materializa en cada decisión con la que acaudilla su destino. A lo Jack Welch: controla tu propio destino o alguien lo hará por ti. Engañarse a uno mismo siempre es más difícil que hacerlo con los demás. "Hubiera sido como un niño que ya ha aprendido a escribir pero sigue en clase machacando el abecedario", explica Makovski sobre la hipótesis de hacer el mismo disco una y otra vez. Aunque siempre intenta que "la canción no se muera en una versión original ("simplemente dejo que mande ella, y los cambios suceden naturalmente"), Makovski es implacable con su propio trabajo: "las canciones que ya no me sirven las dejo de tocar sin más".

Y, a pesar de que a veces le asalta la esperanza de parar la maquinaria ("sería una bendición dejar de necesitar decir nada") o de dejarse "marear" por las "opiniones ajenas de gente de peso" en su entorno, tiene claro su destino. El control absoluto de su carrera. "Llegados a este punto sé que no tengo más opción que hacer lo que me dé la gana, porque si no lo hiciera tendría dolor de estómago permanente", concluye. Esa filosofía le ha llevado este año, por ejemplo, a dar clases magistrales en la LIPA, la escuela de Liverpool fundada por Paul McCartney.

Mañana viernes vivirá un nuevo episodio valenciano en el ciclo Sons al Botànic: "el público valenciano tiene corazón y nervio, ¡me encanta!".

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