VALENCIA. Hasta que alcanzaron una fama notable, cada vez que los miembros de los Pegamoides o Dinarama pasaban por Valencia se hospedaban en el Hotel Londres, en la Plaza del Ayuntamiento esquina con la calle Barcelonina. El motivo de esta elección se debía a que el susodicho establecimiento pertenecía a la familia Berlanga, y puesto que uno de los miembros fundadores de ambos grupos era Carlos, hijo del director Luis García Berlanga, allí se hallaban como en casa.
Durante una de las entrevistas que mantuve con Carlos a principios de los 80, comentó que le gustaría grabar su siguiente disco en Londres porque los estudios de grabación españoles no acababan de convencerle. "Pero al paso que vamos" -apostilló con su habitual humor berlanguiano- "me parece a mí que de momento nos conformaremos con dormir en el Hotel Londres". Daba igual dónde, cuándo o cómo se le entrevistara, siempre daba alguna respuesta que parecía salida de un guión escrito entre su padre y Rafael Azcona.
LAZOS FRATERNALES
Nacho Canut, que nació en la valenciana calle Colón, compartía con Carlos ese sentido del humor entre cáustico e inocente. Fueron grandes amigos desde pequeños y además escribieron mano a mano la mayoría de las letras de los Pegamoides y Dinarama.
Entre 2001 y 2002 les entrevisté juntos varias veces. Yo andaba escribiendo un libro titulado Alaska y otras historias de la movida y mi intención era recopilar todos los testimonios de primera mano que fuesen posibles. Desde la primera toma de contacto, Carlos fue reticente a participar en el libro. Accedió a hacerlo solo si le acompañaba Nacho, aduciendo que no se acordaba ya de nada.
Fuese cual fuese el verdadero motivo de sus condiciones, hubo varias citas con ambos y ninguna tuvo desperdicio. Era cierto que Carlos no se acordaba ya algunas cosas; su estado de salud no era bueno y, al margen de eso, el tiempo, a medida que transcurre, va borrando y difuminando detalles que jamás pensamos que podríamos olvidar. Así que solo estaba dispuesto a hacer un esfuerzo si tenía a Nacho cerca, aplicando la misma dinámica que seguían para escribir las letras.
Uno tenía una ocurrencia -algo leído en un libro absurdo, en una revista de cotilleos o escuchado en una conversación- y a partir de eso le iban dando forma. Las cosas que hacían siempre contenían divertidos guiños privados, algo que en cierto modo venía de la amistad entre sus dos familias y, especialmente, de la complicidad entre sus padres, el director Berlanga y el odontólogo Juan Canut. Tamaño natural está protagonizada por un dentista cuya consulta estaba decorada con imágenes de bicicletas, vehículo por el cual el doctor Canut sentía predilección.
La primera entrevista con Carlos y Nacho para el libro fue en la cafetería Nebraska, en pleno corazón de la Gran Vía madrileña. Quedamos allí porque él estaba obsesionado con la cantante Tamara -la de No cambié- y como ella frecuentaba el local, pensó que estar allí sería una buena oportunidad para tenerla cerca. Tamara no apareció aquella tarde, pero Carlos recordó y habló hasta que decidió que ya había dicho bastante.
BUSCANDO EN EL BAÚL DE LOS RECUERDOS
Hubo un par de encuentros más; el último fue en la casa de los Berlanga, en Somosaguas, en septiembre de 2001, cuatro días antes del atentado de la Torres Gemelas. La salud de Carlos ya estaba seriamente tocada entonces. Se había instalado en una casita que había en el jardín y allí estuvimos rememorando momentos de su trayectoria. Estaba como ido, pero casi siempre se mostraba lúcido. Y mordaz.
Recordó una aventura de juventud con un personaje vinculado en el momento de la entrevista al entonces presidente Aznar. Enseñó un flyer que él mismo había realizado para una de las primeras actuaciones de Alaska y los Pegamoides. Después fue a la casa principal, a buscar fotos -y quién sabe qué más- para que las usara en el libro. Volvió con la instantánea que se hizo con Warhol durante la visita de este a Madrid en 1983, un cómic inacabado sobre Vainica Doble y algunos otros recuerdos más.
Esa mañana de septiembre se hizo evidente que Carlos Berlanga ya había claudicado, sabiéndose incapaz de vencer las adicciones que estaban destrozándole el hígado desde hacía años. Resignado como estaba a un destino que podía llegar en cualquier momento, esa mañana dijo una de las frases más sobrecogedoras de todas las plasmadas en aquel libro: "Yo soy drogadicto, ya debía serlo en el útero materno. Empecé con el valium, que me ha ido siempre de perlas".
Carlos falleció nueve meses después, el 5 de junio de 2002, el mismo día en el que cumple años Nacho.
EPIFANÍA WARHOLIANA
Un día de julio de 1982, sentados en la terraza de la cafetería Teide, en Madrid, mantuve mi primera entrevista con él. Hablamos de su salida de los Pegamoides, del éxito de Bailando, del primer concierto que Dinarama había dado unas semanas antes en Rock-Ola, de su falta de prejuicios y miedo a la hora de mezclar estilos musicales distintos y de cuán mal visto estaba eso.
Pero lo que no olvidaré jamás, incluso si el tiempo se empeña en jugársela a mi memoria, fue la siguiente frase: "Descubrir a Warhol es como para un cristiano descubrir a Dios". Así fue como, un sentimiento que yo compartía quedó materializado con unas palabras tan solemnes y tan ciertas que solo los conversos podíamos comprender. Carlos tenía esa visión y esa visión lo conectaba de manera natural con un universo artístico global al cual, además, pertenecía por casta.
En 1984, cuando Dinarama empezaba a preparar Deseo carnal —que por cierto, grabaron en Londres—, y hablando de su concepto de la música pop, me dijo: "Me gustaría más que aquí fuese como en Inglaterra, allí existen grupos como Culture Club, Duran Duran y Spandau Ballet, que hacen música moderna que trasciende a las masas. Aquí lo que trasciende a las masas son porquerías tipo Olé Olé, Diseño, Platino y cosas así. Y me parece fatal", decía.
Carlos Berlanga encarnaba la modernidad bien entendida; un término que, en España y en manos de los personajes equivocados, era susceptible de convertirse en tema argumental para una película de su padre o una letra suya y de Nacho Canut. Una modernidad siempre con ese toque mordaz y cañí, pero que, en contacto con las de Londres o Nueva York, estaba a la altura de las circunstancias.
CARNE, HUESOS Y EL LIGRE
En enero de 2001, mientras acompañaba a Fangoria durante su estancia en Valencia para un reportaje que publicó Tentaciones, al pasar por la calle Játiva y ver los carteles del circo navideño de turno, Alaska y Nacho exclamaron al unísono: "¡El ligre!".
"El ligre —me explica Nacho ahora— es algo muy valenciano y muy bizarro, algo que le gustaba mucho a Carlos y a su padre. El mundo del circo siempre les ha fascinado como también nos fascinaba a Alaska y a mí. Pero ese componente tan freak que tiene el ligre es muy valenciano".
El ligre y esa socarronería tan valenciana y berlanguiana, la misma que te hace reírte de ti mismo por dormir en el Hotel Londres de Valencia cuando lo que anhelas es grabar un disco en Londres.
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