VALENCIA. De vez en cuando, Kurt Cobain se reencarna en noticia. Como ahora, cuando el revelador documental Cobain: Montage of heck, de Brett Morgen nos permite acceder a su interior o al menos, a una parte de él. Cobain fue el primer ídolo del rock que eligió quitarse la vida, condición que los medios exprimieron con incontables titulares, sepultando la historia de la persona, que desde entonces es prisionero de su propio personaje.
Nirvana me produjo un enorme impacto. Me contagió su música y la causa que involuntariamente abanderaron —la música underground invadiendo las listas de éxitos— era, entonces, también la mía. Lo que intuí al escuchar Nevermind terminó superando cualquier expectativa, las mías, las de sus viejos seguidores y, por descontado, las del propio grupo. Escribí sobre ellos con fervor, incluso escribí un libro —descatalogado desde hace lustros— y cuando Kurt Cobain se suicidó, mi manera de vivir la música cambió radicalmente.
Aprendí algo que Lou Reed ya expuso en Fallen knights and fallen ladies, un brillante ensayo publicado en 1971, cuando Hendrix, Joplin y Morrison se convirtieron uno tras otro en las primeras bajas de la cultura rock. Aprendí que la gente a la que admiramos, nuestros ídolos, en realidad no son eso que deseamos ver en ellos y que a menudo están tan perdidos y tan solos como nosotros. O más.
EL GRUNGE Y EL VIEJO CAUCE
Nirvana estuvieron en Valencia durante aquella época en la que parecía que iban a salvar a la música de ya no sé muy bien qué. Vinieron a actuar a nuestra Plaza de Toros a principios de julio de 1992 y aquello fue como si se hubiese abierto el Mar Rojo. Por aquel entonces, Valencia había sido fagocitada por el bakalao y la escena independiente era solo para entusiastas connaisseurs. Era el verano de la Expo 92 y de las Olimpiadas, el verano en el que había un optimismo en el ambiente que no venía a cuento en absoluto.
Nirvana vinieron aquí y sentirse rebelde pareció tener un poco más de sentido en esa Valencia de fines de semana bakalas en la que ya se intuía el estancamiento existencial y político que estaba por llegar. Nirvana vinieron a mi ciudad, había que hacer lo imposible para acercarme a ellos.
Yo cené comida italiana con los miembros de Nirvana. Suena a titular barato, lo sé, y hasta puede que lo sea, pero rememorar algo así con las perspectiva que ofrecen los casi 23 años transcurridos, me impide ser comedido. Fue en la terraza de un restaurante de la calle Conde Altea, casi en la esquina con Jacinto Benavente, cerca del viejo cauce del río. Allí estaban Krist Novoselic y Dave Grohl, bajista y batería respectivamente del trío de Seattle.
Allí estaban también —seguro que me olvido de alguien, si es así que me perdonen, pero es que a veces incluso me olvido de mí mismo—, Emilio Ruiz, que formaba parte de la organización —el equipo de Arena, con el entusiasta Napo Beltrán al frente— que hizo posible el concierto valenciano, y miembros de Teenage Fanclub, el grupo que ejercía como telonero.
En aquel momento Nirvana simbolizaba el resurgir de un rock & roll sucio y ruidoso que llegó al gran público por ser también melódico. Su proeza me parecía enorme. Quería entrevistarlos a toda costa pero desde su discográfica me aconsejaron que lo olvidara, el grupo era un pozo de conflictos. Emilio me facilitó un pase que me acreditaba como miembro de la organización y eso me dio acceso a todo lo que ocurría en la Plaza de Toros, el recinto en el que actuarían la noche siguiente.
HABLANDO CON KRIST Y DAVE
Hablar con Kurt Cobain fue imposible. Pasaba por un mal momento cuyo origen era la indigestión que le producía el éxito y su adicción a la heroína. Esa fue la impresión que tuve las dos veces que me crucé con él en el coso taurino, siempre acompañado de un médico.
Courtney Love, su embarazada esposa con cara de malas pulgas, tampoco se despegaba de su lado y su sola presencia hacía que las ganas de acercarte a ellos se evaporaran. No era difícil llegar a la conclusión de que Love era una de las causas de la brecha que se había abierto entre Cobain y sus dos compañeros.
Novoselic y Grohl funcionaban por su cuenta, hasta el punto que esa mañana hicieron la prueba de sonido sin Cobain. Se desfogaban como niños recorriendo las gradas del ruedo con una pequeña moto. Después, tal y como habían prometido la noche anterior en el italiano, me concedieron una entrevista, parte de la cual fue publicada en Diario 16 Valencia. "Ojalá nuestro próximo disco no venda tanto", anunciaron los músicos, desconcertados ante un éxito que de la noche a la mañana les había convertido en algo que no querían ser.
EL PRINCIPIO EL FIN
Cobain detestaba que la angustia y desesperación que expresaba en sus canciones tuviesen ahora miles de significados distintos que habían terminado convirtiéndole en ídolo generacional. Sus compañeros tampoco se sentían cómodos con la nueva situación, incluso cuando esta les había sacado de la pobreza.
El concierto en la Plaza de Toros fue extraño. No acudió todo el público que cabría esperar. El grupo tampoco ofreció un directo memorable. Dos días después, aún en España, Courtney Love estuvo a punto de perder al bebé y la pareja hubo de volver a Seattle en un avión medicalizado. El principio del fin había comenzado para una historia triunfal que escondía una realidad tan desgarradoramente triste como es un suicidio.
Pero un par de noches antes, mientras Novoselic y Grohl preguntaban tímidamente si podríamos llevarles a un karaoke, parecía como si el mundo de verdad pudiese cambiar, como si los espíritus buenos pudieran ganar. Como si en la España de Curro y Cobi, en la Valencia de la recién llegada Rita, todavía tuviesen cabida algunos sueños aunque estuviesen destinados a ser solamente eso, pequeñas pompas de ilusión flotando a la deriva.
Y la entrevista?
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