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música y vida

El club de los corazones
rotos: 10 grandes discos
sobre rupturas amorosas

CARLOS PÉREZ DE ZIRIZA. 25/04/2015 El último álbum de Björk ha servido para aportar nueva luz a una temática que es prácticamente un género más en el pop rock

VALENCIA. El disco de ruptura sentimental: ese clásico. Modelo inveterado como receptáculo para verter todos los sinsabores de una relación sentimental fallida, el formato del álbum siempre se ha presentado como un instrumento más que idóneo para que el músico cicatrizase sus heridas en público. Son discos que, si hubiera que seguir la invocación de aquel What Becomes Of The Broken Hearted?, el single de éxito firmado por Jimmy Ruffin en 1966, pueden trazar una cronología emocional que nos explique mucho más acerca de la vida privada de nuestros artistas predilectos.

Aunque lo más provechoso de tal filón, convertido casi en un género transversal en sí mismo, sucede cuando la desazón sentimental instiga trabajos de huella imborrable. Así ha ocurrido en numerosas situaciones a lo largo de las últimas décadas. Y el último capítulo, protagonizado por Björk (con su álbum Vulnicura, editado por One Little Indian este mismo año), ha supuesto algo más que un ligero repunte en su alicaída carrera. También ha añadido nuevas cotas de transparencia y honestidad en el desglose cronológico de una relación que se desmorona. En su caso, la que le unía desde hace años al realizador Matthew Barney.

Así que, aprovechando que la islandesa ha vuelto a poner sobre el tapete la fertilidad que tan comprometidos trances suele consignar en las carreras de algunos de los músicos más emblemáticos de las últimas décadas, echamos esta semana la vista atrás y recordamos algunos de los discos de ruptura más significativos de los últimos tiempos. Como se suele decir, no son todos los que están pero sí están todos los que son.

TIEMPO DE MAREJADA

El gran prestidigitador del sampler, el ocasional impersonator de Prince, el chico-para-todo que igual podía redefinir gran parte de la música de los 90 que marcarse un álbum aromatizado por aires de bossa nova, acabó sorprendiendo a propios y extraños con un disco apesadumbrado que tuvo la virtud de mostrar su cara más austera. Beck despachó Sea Change (Geffen/Universal, 2002) como una suerte de terapia tras el fin de su relación de nueve años con Leigh Limon. Y el resultado fue este álbum sombrío pero majestuoso, urdido bajo la supervisión de Nigel Godrich, uno de los productores más duchos en darle un barniz otoñal a todo lo que toca. Una colección de canciones que obtuvo un eco tan lento como intenso, convirtiéndose con el tiempo en uno de los favoritos de su parroquia. Lo presentó en una gira que pasó por el FIB de 2003, e inauguró con él una veta que hasta entonces le era inédita, y que tuvo una brillante continuación formal en el también notable Morning Phase (Capitol/Virgin, 2014).

LABORATORIO MÁGICO

Jason Pierce, el líder de Spiritualized, tuvo la desgracia de que su novia (Kate Radley, a la sazón teclista de la banda) le diera esquinazo para irse con Richard Ashcroft (The Verve), con quien se casó en secreto en 1995. Su estado de ánimo se concretó más tarde en el apabullante Ladies & Gentlemen...We Are Floating in Space (Dedicated/SMG), su indiscutible obra maestra. Un trabajo lisérgico, exultante y muy ambicioso, capaz de alimentarse del pasado para empezar a redefinir el futuro. Su propio formato, simulando trazas de medicamento, ya daba fe de su carácter curativo. La London Community Gospel Choir, el Balanescu Quartet y Dr. John también contribuyeron a dar forma a este canto al más furioso instinto de supervivencia, en el que las sustancias tóxicas, santo  y seña del pulso creativo de Pierce, tampoco jugaban un papel menor (la sintonía con Una semana en el motor de un autobús, el disco registrado por Los Planetas un año más tarde, es también evidente). Glorioso, se mire por donde se mire.

LAVANDO LOS TRAPOS SUCIOS EN PÚBLICO

Fleetwood Mac escenificaron con el multimillonario Rumours (Warner/Reprise, 1977) un capítulo aparte dentro de la temática de la ruptura amorosa en el rock: la crónica viva y palpitante de dos parejas cuya relación hacía aguas por los cuatros costados, mientras la nave (el grupo que formaban) se mantenía a flote. Curiosamente, ABBA repitieron esa misma fórmula con The Visitors (Polygram/Universal, 1981), aunque con consecuencias más tajantes para su continuidad. John McVie y Christine McVie ponían fin a un matrimonio de ocho años. Lindsey Buckingham y Stevie Nicks glosaban también las rencillas que acabarían con su relación. Canciones como ‘Go Your Own Way', ‘Dreams', ‘Don't Stop' o ‘You Make Loving Fun' exhiben ese contraste entre su exquisita (y a veces jubilosa, en apariencia) factura y la zozobra sentimental que explicitan, morbosa hasta rozar lo voyeurístico. Vendió 40 millones de copias en todo el mundo. Y aún lo siguen recuperando en sus directos. Inoxidable.

RASTROS DEL NAUFRAGIO

Es uno de los álbumes arquetípicos de ruptura sentimental. Bob Dylan editó Blood On The Tracks (Columbia, 1975) como trasunto sonoro de la separación de Sara, su primera esposa. Sus textos, lógicamente (tratándose de quien se trata), no podían transparentarlo de una forma demasiado evidente, pero así fue corroborado y asumido por su entorno más próximo. Supuso un retorno a su esencia más acústica y a su óptimo grado de agudeza compositiva, gracias a canciones como ‘Tangled Up In Blue', ‘Simple Twist Of Fate', ‘Idiot Wind' o ‘You're Gonna Make Me Lonesome When You Go'. Una de las primeras resurrecciones creativas de un artista acostumbrado a prodigarlas a lo largo de las décadas siguientes.

RETIRO ESPIRITUAL EN CABAÑA

No hay un disco que describa mejor el paradigma del músico de sensibilidad indie (y de poblada barba, para redondear bien la horma) que se aleja del mundanal ruido para rumiar sus penas en soledad. Para más inri, recluido en una cabaña en medio del bosque. Porque eso fue lo que hizo el norteamericano Justin Vernon para superar la ruptura con quien era hasta entonces su novia y distanciarse también de la que había sido su banda, DeYardmond Edison (germen también de los estupendos Megafaun). El notable debut de Bon Iver (For Emma, Forever Ago; Jagjaguwar, 2008) fue la insospechada revelación de 2008, gracias a su catálogo de folk deshuesado, dotado de un embrujo casi sobrenatural. Aunque no faltarían argumentos para pensar que lo superaría tres años después, con su brillante y más aventurado disco homónimo.

BÁLSAMO DE ÉBANO

No gozará nunca de la consideración que comparten What's Going On (Motown, 1971) o Let's Get It On (Motown, 1973), sus dos obras maestras, y es comprensible. Pero el disco con el que Marvin Gaye se lamió las heridas de su divorcio de Anna Gordy Gaye (hermana de Berry Gordy, capo de la Motown, quien era 17 años mayor que él) no solo era un trabajo más que consistente: oficializaba también los derroteros de sofisticación que el soul más satinado estaba empezando a transitar a finales de los 70 (Teddy Pendergrass, Luther Vandross). Y que él mismo culminaría con singular maestría en ese epitafio involuntario que fue Midnight Love (Legacy, 1982). Esa es la principal virtud de Here, My Dear (Motown, 1978)

LAS VERDADES DEL BARQUERO

El álbum con el que Nick Cave presenta sus credenciales tras la batalla sentimental que había librado a consecuencia de la separación de la periodista brasileña Viviane Carneiro y su tortuoso affaire con PJ Harvey tuvo por nombre The Boatman's Call (Mute, 1997). Con él afianzó su rol de cronista de los abismos emocionales desde la placidez formal que inspiraba su asiento junto al piano, lejos de las erupciones de rock ululante y pantanoso con los que se había dado a conocer durante toda una década. Uno de sus indiscutibles trabajos de madurez, claro.

BORRÓN Y CUENTA NUEVA EN SOLITARIO

Un caso similar al de Bon Iver fue el Heartbreaker (Bloodshot, 2000), de Ryan Adams. Porque también supuso a la vez el exorcismo de los fantasmas de una antigua relación, la superación de su rol como miembro de una banda (Whiskeytown, en su caso) y el primer capítulo de una trayectoria en solitario mucho más fructífera y reconocida que la que le había precedido. Inspirado en su ruptura con la publicista Amy Lombardi, fue grabado en apenas dos semanas bajo la supervisión de su productor de cabecera, Ethan Jones, y las colaboraciones de Emmylou Harris, Gillian Welch o Pat Sansone (Wilco). No es su mejor disco, pero sí el más desnudo y confesional.

ANTE TODO, UN CABALLERO

Su hay un compositor que no ha tenido en los últimos tiempos el menor reparo en desvelar  la violencia latente y el desbordado hervidero emocional que una ruptura sentimental puede llegar a albergar, ese es Greg Dulli. Conjugando la volcánica emotividad del mejor soul y la fiereza del grunge (en paralelo al cual crecieron), sus Afghan Whigs plasmaron esos sentimientos encontrados de una forma modélica en Gentlemen (Elektra, 1993), una de sus dos obras capitales. No se olvidaron de recuperar muchos de sus temas en su magistral concierto de febrero pasado en Barcelona. Y aún resuena su eco.

MIEDO AL AMOR

Les hemos dejado para el final, por ser una rara avis y una banda siempre a reivindicar con vigor. Lo cierto es que, para cualquier mujer, hubiera sido muy mal negocio ser la pareja del escocés Aidan Moffat en la segunda mitad de los 90. Porque sus Arab Strap no escatimaban pelos ni señales a la hora de documentar en sus letras todas las miserias más íntimas de las relaciones sentimentales por las que había atravesado, tanto desde el plano emocional como desde el meramente carnal. Su segundo álbum, Philophobia (Chemikal Underground, 1998), que viene a ser traducible como "aversión al amor", es uno de los más peculiares y magnéticos discos de desamor de la historia. Solo otro detalle: su siguiente álbum, el soberbio (¿alguno no lo era?) Elephant Shoe (Chemikal Underground, 2000) adoptó ese título porque es la forma en que algunos niños (aún infantes, se entiende) en su país pronuncian "te quiero", de forma todavía balbuceante (obsérvese la similitud sajona entre la pronunciación de Elephant Shoe y ‘I Love You'). La antítesis de la glamourización.

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